Capítulo 91: Lo que el corazón no puede esconder
Joseph jamás imaginó que volvería a reír de verdad.
Y, sin embargo, allí estaba.
Mía se reía con la cabeza inclinada hacia atrás,
con esa forma tan suya —tan de Lili—
de taparse la boca después de una broma tonta.
Era un gesto pequeño, casi imperceptible.
Pero en Joseph encendía un universo.
Ese día fueron al parque botánico.
Ella quería inspiración para una nueva canción.
Joseph solo quería verla caminar entre los árboles.
Libre.
Tranquila.
Viva.
—Tú eres mi amuleto de melodías,
Joseph Tamashi —le dijo ella, lanzándole una hoja seca al pecho.
Él sonrió.
No sabía cuánto tiempo más podría soportarlo.
Esa dualidad.
Ese silencio.
Saber que la mujer que amaba, que había creído muerta,
caminaba a su lado… y no podía decírselo.
Más tarde, mientras tomaban jugo de caña en un puesto callejero,
recibió un mensaje de Anyu.
“Estoy en la ciudad. ¿Dónde estás?”
Joseph dudó.
Llevaba semanas sin decirle nada.
Ni del encuentro.
Ni de Mía.
Ni de sus sospechas.
Pero ya no podía seguir ocultándolo.
“Hay algo que necesitas ver.”
El encuentro fue en una pequeña plaza frente a la catedral.
Mía estaba sentada en un banco de piedra,
escribiendo en su libreta. Joseph se alejó unos pasos al verla,
esperando que Anyu llegara sin aviso.
No quería influir.
No quería preparar el terreno.
Quería ver si su corazón también la reconocía.
Anyu llegó rápido.
Llevaba gafas de sol, pero su cara estaba tensa.
—¿Dónde está eso que tengo que ver?
Joseph solo señaló el banco, en silencio.
Anyu miró.
Y se quedó de piedra.
Su bolso cayó al suelo.
—...No puede ser.
Dio un paso.
Luego otro.
Las gafas resbalaron por su nariz.
—¡Lili?
Mía levantó la mirada.
Frunció el ceño.
—¿Perdón?
Anyu se acercó corriendo. Se arrodilló frente a ella,
tomándola del rostro con ambas manos.
—¡Lili, soy yo! ¡Anyu! ¿Estás viva? ¿Estás… estás aquí?
Mía se tensó, confundida, incluso molesta.
—Disculpa, creo que me confundes con otra persona…
Anyu se congeló.
Parpadeó.
Joseph ya se había acercado.
—Mía… ella es Anyu. Mi amiga. Te conté de ella.
Mía los miró a ambos, inquieta.
—¿Por qué me llama por otro nombre?
—Porque —susurró Joseph, sintiendo un nudo en la garganta
—te pareces demasiado a alguien que perdimos.
Anyu lo miró, entre lágrimas.
—¿No se lo has dicho?
Joseph negó con la cabeza.
—No… aún no. No está lista. No recuerda nada.
Mía los interrumpió.
—¿Qué es lo que no me dicen?
Joseph tragó saliva.
Anyu estaba a punto de explotar.
Pero él la sujetó con firmeza del brazo.
—Por favor. No así. No ahora.
Anyu lo miró, rota.
—Joseph… es ella. Es Lili. ¿Estás esperando qué? ¿Que la olvidemos otra vez?
—Estoy esperando a que ella esté lista para recordar.
Mía se puso de pie.
Estaba visiblemente afectada.
—No entiendo nada.
—¿Qué está pasando?
—¿Quién es Lili? ¿Quien es ella?
Silencio.
Joseph la miró.
—Alguien que te amó más que a su propia vida.
—¿Yo la conocí?
—Mucho más de lo que crees.
Mía salió corriendo.
Y Joseph no la siguió.
Esta vez, fue Anyu quien lo empujó.
—¿Vas a dejarla ir otra vez?
Joseph cerró los ojos.
Respiró hondo.
—No.
Pero voy a dejarla llegar sola.
Ni por presión.
Quiero que sea porque ella eligió recordar.
Capítulo 92: Donde el sueño sabe más que la memoria
Mía no volvió a dormir tranquila desde el encuentro en la plaza.
Desde que esa chica —Anyu—
la había llamado “Lili”, su mente se convirtió en una habitación cerrada…
pero con grietas por donde se colaban luces desconocidas.
No recordaba nada.
Ni una imagen clara.
Ni una voz que pudiera reconocer.
Nada.
Y sin embargo… soñaba.
La primera noche soñó con una canción.
La melodía era suave. Triste. Incompleta.
Soñó que sus dedos tocaban una guitarra,
aunque no recordaba haber aprendido a tocar.
Soñó que cantaba con la garganta rota,
como si cada nota saliera desde
el centro de una herida que no podía verse.
Y soñó con una voz masculina.
No la de Joseph… no exactamente.
Pero cálida.
Dolida.
Cercana.
Al despertar, sus mejillas estaban húmedas.
La segunda noche, soñó que corría por una playa.
Las olas rompían con furia.
El cielo estaba rojo.
Y ella —o alguien con su cara— gritaba un nombre al viento:
—¡Zess!
Despertó sobresaltada.
No sabía quién era Zess.
Pero sintió un vacío tan profundo como si lo hubiera perdido dos veces.
La tercera noche soñó con una habitación blanca.
Una laptop abierta.
Una pantalla de stream.
Su reflejo en la cámara, riendo con una taza de té.
Y luego, de golpe, oscuridad.
La imagen de miles de comentarios flotando en el aire.
Algunos llenos de odio.
Otros con amor desesperado.
Y una botella de cristal estrellándose contra su cuerpo.
Despertó gritando.
Con dolor en el costado.
Tocó su abdomen.
No había heridas.
Pero el cuerpo recordaba lo que la mente no podía explicar.
Durante el día, intentó no pensar en nada.
Pero cada vez que Joseph aparecía con su sonrisa triste
y su mirada de espera paciente,
algo dentro de ella dolía sin saber por qué.
—¿Qué pasa, Mía? —le preguntó él una tarde,
mientras caminaban por el malecón.
—No lo sé —respondió, sin levantar la mirada—.
Tengo sueños. Extraños. Casi reales.
Joseph tragó saliva.
—¿Y qué ves?
—Cosas que no entiendo. Un chico al que llamo Zess.
Canciones que no sé si escribí.
Y… una voz. Que me pide que no me rinda.
Joseph cerró los ojos. Dolía escucharlo.
Pero también lo llenaba de esperanza.
—¿Tú crees que los sueños vienen de otra vida?
—preguntó ella de pronto.
—A veces, sí.
—Otras veces, vienen de una vida que se nos perdió dentro de esta.
Mía lo miró con atención.
—¿Tú sabes quién soy?
Joseph no respondió.
Solo la miró, con una ternura infinita.
—Sé que eres alguien que aún tiene muchas canciones por cantar.
Ella sonrió… pero sus ojos estaban al borde del agua.
Esa noche, soñó de nuevo.
Esta vez con una canción entera.
Y con un beso.
Uno que la hizo despertar
con el corazón acelerado y las manos temblando.
Se tocó los labios.
Estaban vacíos.
Pero su alma… aún los sentía llenos.Capítulo 93: A dos días del adiós
Joseph se sentó en la cama del departamento.
Había dejado su maleta abierta sobre el piso.
La notificación del vuelo estaba en su celular desde hacía tres días.
“Vuelo a Panamá — 2 días restantes.”
Dos días para decidir si se iba…
o si apostaba por algo que aún no sabía si terminaría de romperlo.
Suspiró, frotándose el rostro con ambas manos.
Habían pasado dos meses exactos
desde que la vio por primera vez como Mía.
Sesenta y dos días viviendo en pausa.
Despierto pero temblando.
Viviendo al borde de la esperanza… y del miedo.
Mía estaba cambiando.
Él lo veía.
Sus ojos buscaban sin saber qué.
Sus manos temblaban cuando tocaban una guitarra.
Su voz se quebraba cuando escuchaba ciertas notas.
Ella estaba cada vez más cerca.
Pero no recordaba.
Y si Joseph se iba…
¿podría volver y encontrarla en el mismo punto?
¿O la perdería otra vez?
Esa mañana fue a la casa de los niños con ella.
La vio reír con uno de los más pequeños,
cantarle con esa voz dulce que parecía envolverlo todo.
Luego la escuchó tararear, mientras barría el patio.
Era la misma melodía que ella, Lili,
había grabado por primera vez con él.
Un fragmento que nunca se publicó. Solo existía entre ellos.
Joseph sintió que el corazón le sangraba por dentro.
—¿Dónde aprendiste eso? —le preguntó.
Mía se encogió de hombros.
—No sé. Solo lo escuché en mi cabeza esta mañana.
Al regresar al departamento, Joseph abrió su libreta de letras.
Buscó una página en blanco.
Y escribió:
“¿Hasta cuándo esperar?
¿Hasta cuándo callar la verdad?
¿Es amor si no la toco con su nombre?
¿Es cobardía si espero que lo diga ella primero?”
Cerró el cuaderno.
Miró al techo.
Estaba perdiendo el aire.
Por la tarde, lo llamó uno de sus manager desde Panamá.
—¿Entonces? ¿Vuelves este fin de semana o extiendes el hospedaje?
—Aún no lo sé.
—Joseph… el álbum está en fase final. Necesito respuestas.
Hay contratos, fechas. No puedes vivir allá indefinidamente.
—¿Y si puedo?
Hubo un silencio del otro lado.
—¿Tan importante es?
Joseph cerró los ojos.
—Más de lo que puedo decir.
Esa noche, cenó con Mía.
Ella preparó arroz con pollo, su "plato seguro", como le decía.
Rieron, hablaron de cosas simples.
Pero ella notó algo.
—Estás callado.
—Estoy pensando.
—¿En mí?
Joseph la miró a los ojos.
—Sí.
—Y en mí contigo.
—Y en mí si te dejo.
Ella lo observó, con el tenedor a medio camino.
—¿Te vas?
—Podría.
—¿Y por qué no lo haces?
Joseph no respondió de inmediato.
—Porque cada día que paso contigo siento que estoy más cerca…
de alguien que amé más que a nadie.
Ella bajó la mirada, removida por dentro.
—No entiendo muchas cosas —dijo—.
Pero me haces sentir segura.
Y al mismo tiempo, me haces sentir que estoy buscando algo que no puedo nombrar.
Joseph suspiró.
—Yo lo nombré hace tiempo. Pero tú ya no te reconoces en él.
Mía lo miró fijamente.
—¿Debo tener miedo?
—No.
—Solo fe.
Cuando ella se fue a dormir,
Joseph se quedó en el balcón, con la vista al mar.
Marcó el número de su manager.
—Extiende la estadía por dos semanas más.
—¿Seguro?
—No. Pero si me voy ahora… me voy sin el alma.
Colgó.
Y por primera vez en semanas, lloró.
No por tristeza.
No por miedo.
Sino por el peso inmenso de quedarse sin garantías.
Y aún así… elegir quedarse.
Capítulo 94: El nombre que vino con el mar
La noche cayó pesada.
Mía no podía dormir.
Las luces de la ciudad se filtraban débiles por la ventana.
El ventilador giraba lento, arrastrando el aire caliente de junio.
Cerró los ojos.
Por un momento, todo fue oscuro.
Silencio.
Y entonces empezó el sueño.
Pero no como los otros.
Este era distinto.
Más nítido. Más doloroso.
Estaba en la orilla de un acantilado.
El cielo era negro.
El mar rugía, violento, como si quisiera devorarla.
Llevaba un vestido azul empapado.
El cabello pegado al rostro.
Temblaba.
Y en su mano derecha, sostenía una libreta mojada.
Sus dedos manchados de tinta.
Frente a ella, de pie, un chico.
No podía ver bien su rostro.
Solo una silueta.
Pero la voz...
La voz era todo lo que había amado.
—¿Por qué me dejaste? —dijo él, la voz quebrada.
—No quería herirte —respondió ella en el sueño,
y sintió que las palabras salían de un dolor que no entendía.
—Entonces ¿por qué saltaste?
—Porque no podía más. Porque me dolía estar viva.
Él extendió una mano.
Lágrimas en los ojos.
—Lili…
Ella lo miró. Confundida.
No sabía si ese era su nombre.
Pero al escucharlo, todo dentro de ella se rompió.
El mar rugió más fuerte.
Y ella susurró:
—Joseph.
Mía despertó sobresaltada.
Su cuerpo entero empapado en sudor.
Las sábanas enredadas en sus piernas.
Y lágrimas bajándole por las mejillas.
Se llevó la mano a la boca, sollozando.
—¿Joseph…?
Era como si el nombre le hubiera sido arrancado del pecho.
Como si su alma lo supiera antes que su mente.
Fue al baño.
Se miró al espejo.
—¿Quién eres realmente? —susurró a su reflejo.
Su rostro le parecía más ajeno que nunca.
Pero ese nombre seguía retumbando en su pecho.
No como un eco…
sino como algo desconocido que tenía miedo de conocer
Esa noche no volvió a dormir.
Se sentó en la cama.
Abrió su libreta.
Y escribió:
“Soñé que era otra.
Soñé que te llamabas Joseph.
Soñé que me habías amado tanto… que dolía despertar sin ti.”
Cuando amaneció, no fue a trabajar.
Tomó su libreta, su bolso, y salió sin rumbo.
Sabía a quién tenía que buscar.
Tal vez no sabía por qué.
Pero sabía que necesitaba respuestas.
Y que sólo él podía dárselas.
Capítulo 95: El nombre en la herida
El sol aún no había salido del todo cuando Mía
llegó frente al departamento de “Joseph”
No recordaba cómo había llegado exactamente.
Solo sabía que sus pies se
habían movido por cuenta propia, como si alguien más
—quizás una versión dormida de ella— conociera el camino.
Llevaba puesta una camisa grande,
sandalias, y su libreta apretada contra el pecho.
Sus ojos seguían inflamados por el llanto de la madrugada.
Y en su pecho, el nombre repetido como un tambor.
Joseph. Joseph. Joseph.
No tocó el timbre de inmediato.
Lo observó desde la acera.
Estaba en el balcón, aún con ropa de dormir,
taza en mano, como cada mañana.
Él no la había visto aún.
Y en su cara había algo que
nunca había entendido del todo: tristeza paciente.
Como si hubiera estado esperándola desde siempre.
Cuando alzó la vista y la vio ahí abajo, Joseph se congeló.
El corazón le golpeó el pecho con violencia.
—Mía…
Ella no respondió.
Solo levantó la libreta.
Y apuntó hacia la puerta.
Él entendió.
Bajó corriendo.
Cuando abrió, ella ya lo esperaba frente a la entrada.
Lo miró directo a los ojos.
—Soñé contigo.
Joseph tragó saliva.
—¿Qué soñaste?
—Estaba frente al mar.
—Estaba llorando.
—Y alguien me llamaba por un nombre que no recordaba.
—Y yo… te llamé por el tuyo.
Joseph no dijo nada.
Los ojos se le humedecieron.
—¿Quién soy yo para ti, Joseph?
Él quiso abrazarla.
Quiso mentir.
Quiso callar.
Pero no pudo más.
—Eres… Lili.
Mía dio un paso atrás.
—No… yo no soy esa persona.
—Sí, lo eres —susurró él, con voz rota—.
Aunque no lo recuerdes, aunque duela,
aunque el mundo entero te lo niegue… tú eres ella.
—No… —susurró, negando con la cabeza—. Yo soy Mía.
—Mía no existe —dijo Joseph, esta vez con más firmeza—.
Mía nació del golpe, de la herida, del deseo de olvidar. Pero tú… tú eres Lili.
La chica que me enseñó a amar.
La que me salvó la vida antes de destruirla.
La que escribió canciones con su alma.
Ella temblaba.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Porque quise darte el derecho de recordarlo por ti misma.
—¿Y si nunca lo hacía?
—Entonces habría vivido amando a una mujer que no me recordaba. Pero viva.
Y eso era suficiente.
Ella lloró.
Lloró como si algo se rompiera y se abriera a la vez.
—Joseph… tengo miedo.
—Yo también —dijo él, sin dudar—. Pero si vamos a tener miedo, que sea juntos.
Se acercó, muy despacio.
No la tocó.
Solo esperó.
Y fue ella quien lo abrazó primero.
No como Mía.
Ni como Lili.
Sino como alguien que empezaba a sospechar quién era de verdad.
Ese día no hablaron más.
Ella se quedó en su departamento.
Sentados en silencio.
Ella leyó sus propias letras.
Escuchó audios de su voz que no recordaba haber grabado.
Vio fotos. Videos.
Y lloró.
Pero no de dolor.
Lloró de reconocimiento.
De reencontrarse con una parte de ella
que había quedado sepultada bajo el miedo.
Y en un susurro, antes de quedarse dormida en el sofá,
dijo por primera vez:
—Tal vez… sí soy Lili.
Joseph sonrió.
Y se permitió, finalmente, cerrar los ojos.
Capítulo 96: Cuando el mundo decide por ti
El día había comenzado tranquilo.
Mía (Lili) despertó envuelta en una sensación extraña de paz.
Había dormido en el sofá del departamento de Joseph.
Su cabeza recostada sobre su hombro.
No dijo nada al despertar.
Solo se quedó en silencio, observándolo mientras respiraba.
Por primera vez, el caos dentro de ella no parecía una jaula…
sino una puerta entreabierta.
Pero la calma duró poco.
El teléfono de Joseph vibró con furia en la mesa del comedor.
Y luego de nuevo.
Y otra vez.
Decenas.
Cientos.
Miles de notificaciones.
Primero fue un mensaje de Alex:
“¡Hermano! ¿Qué pasó? ¿Estás viendo lo que dicen?”
Luego uno de su manager:
“Joseph, se filtró una foto tuya. ¿Quién es ella?
¿Por qué los medios están diciendo que Lili fingió su muerte?”
Joseph palideció.
Abrió su red social y lo vio:
Una imagen, tomada desde lejos,
en el parque donde habían ido dos días atrás.
Mía sentada en el césped. Joseph recostado junto a ella.
Ambos riendo.
El pie de foto no era inocente.
“¿LILI ESTÁ VIVA? ¿O TODO FUE UN MONTAJE PUBLICITARIO?”
Las teorías no tardaron:
– “Todo fue un show para vender más el álbum.”
– “Nunca estuvo muerta. Solo quería desaparecer y volver con más fama.”
– “Qué manipuladores. Jugaron con el dolor de todos.”
– “Si esa es Lili, ¿por qué actúa como si no conociera nada?”
– “Joseph debería disculparse por mentirnos.”
Otros defendían:
– “¿Y si perdió la memoria?”
– “¿Y si fue real su intento de suicidio y sobrevivió?”
– “La gente no tiene ni idea del daño que hacen hablando sin saber.”
Pero el daño estaba hecho.
En menos de dos horas, el nombre de Lili volvió a ser tendencia mundial.
El hashtag #LiliEstáViva se esparció como pólvora.
Y con él, viejos fantasmas.
Joseph apagó el celular.
Volvió la mirada a Mía, que había sentido la tensión en su cuerpo.
—¿Qué pasa?
Él tragó saliva.
—Se filtró una foto… nuestra.
Y ahora todos creen que fingiste tu muerte.
—¿Qué?
—El mundo piensa que mentiste. Que engañamos a todos.
Y tú… tú ni siquiera recuerdas por qué se está incendiando todo otra vez.
Ella se quedó en shock.
—No. Yo no… yo no hice eso.
Joseph se arrodilló frente a ella.
—Lo sé.
—Pero el mundo no espera a entender. Solo condena.
Esa tarde, los mensajes llegaron en todas las formas posibles.
Correos. Videos. Reacciones de youtubers. Influencers
“analizando” la foto. Ex-compañeros de stream dando entrevistas.
Algunos pedían justicia.
Otros solo querían vistas.
Y el dolor volvió a la superficie.
Mía caminó por el departamento en silencio.
Se miró al espejo.
Y por primera vez… sintió rabia.
—¿Por qué todos saben más sobre mi vida que yo?
—¿Por qué no puedo recordar lo que me duele?
—¿Por qué me tratan como si yo tuviera un plan?
¡Ni siquiera sé quién soy!
Joseph quiso acercarse, pero ella levantó una mano.
—Necesito aire.
Salió sin esperar respuesta.
Y Joseph no la detuvo.
Esa noche, las redes colapsaron con otro titular:
“EXCLUSIVA: NUEVAS IMÁGENES CONFIRMAN
QUE LILI NO ESTÁ MUERTA.
¿POR QUÉ ESCONDIERON LA VERDAD?”
Mientras tanto, ella caminaba sola por la ciudad,
sintiéndose una sombra entre luces que nunca pidió.
Y Joseph, desde el balcón, observaba el cielo sin estrellas,
sintiendo que otra vez todo se estaba quebrando.
Pero esta vez, no pensaba dejarla sola.
Capítulo 97: El silencio ya no es refugio
Joseph no durmió esa noche.
Se quedó en el sofá, con el teléfono en la mano, leyendo todo.
Cada nuevo comentario era un golpe.
Una estocada.
Un juicio sin compasión.
“Fraude emocional.”
“Todo fue una estrategia de marketing.”
“Joseph Tamashi, el novio que fingió un duelo.”
“¿Dónde está la disculpa pública?”
La rabia se mezclaba con la desesperación.
Pero lo peor… no era lo que decían de él.
Era lo que decían de ella.
“Esa tipa no tiene dignidad.”
“Fingió su muerte.”
“Una actriz barata.”
“Merece el odio que recibe.”
Joseph lanzó el celular al suelo.
No lo rompió. Solo necesitaba que dejara de gritarle por un momento.
Caminó por el apartamento, con los nervios al límite.
No sabía dónde estaba Mía.
No contestaba mensajes.
No respondía llamadas.
Y cada minuto que pasaba sin verla era un recuerdo de la vez anterior.
Del final en el mar.
Del adiós que casi fue eterno.
—No otra vez… —susurró, golpeando la mesa con el puño cerrado—.
No la voy a perder de nuevo.
Llamó a Alex.
—Dime que tienes control del escándalo.
—¿Cómo crees que se controla una bomba así?
Todo se salió de las manos, Joseph.
—¿Y la prensa?
—Ya están especulando todo.
Algunos están buscando dónde está ella ahora.
Quieren verla. Exponerla. Humillarla.
—¿Y si hacemos una entrevista?
—¿Tú? ¿Solo? ¿O con ella?
Joseph dudó.
—Ella no está lista.
—Yo… sí.
Su manager intervino horas después:
—Si haces esto, será tu cara, tu palabra.
Tendrás que decir algo que la proteja…
sin revelarlo todo.
—Entonces lo haré. Estoy cansado de quedarme
callado mientras la devoran.
—¿Y si quieren saber más? ¿Si exigen pruebas?
—No se las daré. Les daré una verdad.
Mi verdad.
A las 6:00 p. m., Joseph se sentó frente a una cámara.
No con luces.
No con maquillaje.
No en una sala de prensa.
En el antiguo estudio, habitación,
con una taza de café y el rostro desgastado por el insomnio.
Presionó “grabar”.
Miró a la cámara y dijo:
—Hola. Soy Joseph Tamashi.
Y hoy no hablo como artista.
Hablo como un ser humano que amó… que perdió…
y que ahora ve cómo intentan
destruir a la persona que intenta volver a sí misma.
Pausa.
—La mujer que aparece en esa foto…
no fingió nada. No diseñó ningún plan.
Ella estuvo al borde de la muerte. Sobrevivió.
Y perdió todo: sus recuerdos, su voz, su identidad.
Y aún así, se levantó.
Otra pausa. Respiración profunda.
—Si ustedes quieren saber más, no lo harán de mí.
Porque lo único que diré, con toda la fuerza de quien no se rinde,
es que Lili está viva.
Y merece vivir en paz.
Aunque su memoria no la haya alcanzado aún…
su alma sí lo ha hecho.
Silencio.
—Si tienen algo que decir, díganmelo a mí.
Pero dejen de atacarla.
Ya la rompieron una vez.
Fin.
Joseph no compartió el video al instante.
Esperó.
Miró la noche por la ventana.
Rezando, en silencio, para que dondequiera que estuviera ella…
no se sintiera sola.
Porque esta vez, él sí estaba hablando por ella.
Y el silencio… ya no era refugio.
Capítulo 98: La verdad que no puedo dar
El café estaba tranquilo.
Mía había buscado un sitio lejos del centro,
un pequeño local escondido en una esquina de
Santo Domingo, con plantas colgantes,
ventanas abiertas y un aire a casa antigua.
Había pedido un té de menta.
Lo sostenía entre las manos, aunque ya se había enfriado.
Su cabeza no paraba.
El sueño.
El nombre.
La foto filtrada.
El caos que Joseph le había explicado
esa mañana parecía lejano… hasta que dejó de serlo.
Dos hombres entraron al café.
Luego una mujer con gafas grandes.
Después, tres más.
Al principio pensó que era coincidencia.
Hasta que vio los lentes apuntando a su cara.
Un camarógrafo.
Un micrófono con una etiqueta de canal.
Un teléfono en directo.
—¡Lili!
—¡Lili Saito!
—¿Dónde estuviste escondida estos meses?
—¿Fingiste tu muerte para volver con más fama?
—¿Qué tiene que decirle al mundo?
Mía se congeló.
—No… no sé de qué hablan —murmuró.
Pero nadie escuchaba.
Otros clientes comenzaron a grabar.
—¡¿Es ella?! ¡Es ella!
—¡Es la chica de la foto con Joseph Tamashi!
—¡La que se “murió”!
La palabra se sintió como un balde de agua helada.
Murió.
Mía retrocedió.
—Por favor… aléjense —susurró.
Pero las cámaras se acercaban más.
—¿Qué pasó en el acantilado?
—¿Fue un montaje publicitario?
—¿Sigues con Joseph?
—¿Eres cómplice de todo esto?
Una mujer empujó su cámara a centímetros de su rostro.
—¿Tienes algo que decirle a tus fans que lloraron por ti?
Mía dio un paso atrás.
Tropezó con una silla.
El té cayó al suelo.
Un grito contenido escapó de su garganta.
—¡NO SÉ QUIÉN SOY!
Silencio.
Por un instante, todos se detuvieron.
Pero solo por un instante.
—¿Qué quiso decir con eso?
—¿Una estrategia para ocultar algo peor?
Mía salió corriendo.
Empujó la puerta.
Se lanzó a la acera y cruzó la calle sin mirar.
Sus pulmones ardían.
Su corazón se salía del pecho.
Los flashes la seguían.
Los gritos, las preguntas, los insultos.
Y los ojos.
Miles de ojos, en vivo, en directo, en repeticiones sin alma.
Corrió hasta el malecón.
Hasta que no sintió los pies.
Hasta que el sol le dolió en la cara.
Hasta que cayó de rodillas frente al mar.
Temblando.
Llorando.
Rota.
Un niño la miró desde lejos.
Se acercó.
—¿Estás bien?
Ella lo miró con lágrimas y mugre en el rostro.
—No sé… no sé quién soy —susurró.
El niño no entendía.
Pero se sentó a su lado.
Y eso bastó para que Mía se sintiera, por un instante, menos sola.
A unos metros, en la televisión de una tienda, empezó a sonar un video.
“Hola. Soy Joseph Tamashi…”
Pero Mía no lo escuchó aún.
Apenas respiraba.
Y no sabía que ese video… estaba a punto de sacudir el mundo otra vez.
Capítulo 99: No me falles ahora, por favor
El primer video lo vio en silencio.
El segundo con los puños apretados.
Al tercero, Anyu ya estaba corriendo por su casa buscando las llaves.
Una transmisión en vivo, desde un café.
Mía, rodeada de cámaras.
Desesperada.
Temblando.
Y después, solo confusión.
Gritos.
Ella saliendo corriendo.
Un rostro completamente desencajado.
—¡No, no, no…! —murmuró mientras bajaba las escaleras.
Tomó su moto.
No pensó en nada más.
Ni tráfico.
Ni seguridad.
Ni mensajes.
Solo una idea:
“Si no la encuentro ahora, puede desaparecer otra vez.”
La ciudad ardía con rumores.
Cada esquina tenía una pantalla.
Un comentario.
Un video.
Una repetición.
En todas ellas: el rostro de su mejor amiga,
fragmentado en versiones ajenas.
Fue al café.
Estaba cerrado.
Una nota decía: “Cerrado por disturbios”.
Había vasos rotos y servilletas en el suelo.
Anyu apretó los dientes.
—¿Dónde fuiste, Mía?
Revisó redes.
Buscó las etiquetas.
Entre ellas, encontró algo.
Una niña de unos trece años había subido un video corto:
“Vi a la chica corriendo hacia el malecón…
estaba llorando. Tenía un cuaderno en la mano.”
—El malecón —susurró—. Claro.
Volvió a subir a la moto.
El viento le golpeaba la cara.
No importaba.
Ni el calor.
Ni los semáforos.
Solo esa voz dentro de ella:
“No llegues tarde. No como la última vez.”
Los recuerdos eran cuchillas.
Lili llorando en su cuarto.
Con el celular en la mano.
Esperando que Joseph respondiera.
Esperando que alguien la salvara del odio.
Y luego…
La carta.
El mensaje de despedida.
La culpa.
Anyu nunca se había perdonado.
Llegó al malecón.
Corrió por la acera.
Miraba hacia todos lados.
—¡Mía! —gritaba—. ¡Mía, por favor!
Pasó frente a un grupo de personas.
Preguntó.
Mostró una foto.
Nadie la había visto.
Hasta que un niño levantó la mano.
—La vi. Estaba llorando aquí, sentada.
Pero se fue hacia allá —señaló más cerca del mar.
Anyu corrió con el corazón en la garganta.
Y entonces la vio.
Sentada sola, en una banca.
Mojada de sudor.
Con los ojos perdidos.
Las manos cubiertas de tinta y tierra.
Su cuaderno apretado contra el pecho.
Anyu se acercó, lento.
—Lili…
Mía la miró.
No respondió de inmediato.
Solo murmuró:
—¿Por qué todos me odian, Anyu?
La voz rota.
La mirada de alguien que no quiere seguir.
Anyu cayó de rodillas frente a ella.
—Porque el mundo es cruel. Porque la gente no sabe.
Porque hablan sin entender.
Pero yo… yo estoy aquí. Yo sí sé quién eres.
Las lágrimas empezaron a correr.
—Y si no lo recuerdas, te lo repetiré todos los días.
Eres Lili.
Mi mejor amiga.
Y no voy a perderte otra vez.
Mía la abrazó.
Fuerte.
Como si se estuviera ahogando.
Y Anyu, esta vez, no la soltó.
A lo lejos, en una pantalla de televisión en un colmado,
comenzaba a reproducirse el video de Joseph.
Pero eso sería después.
Ahora, la prioridad era sostenerla.
Y no dejarla caer.
Capítulo 100: La voz que me recuerda quién soy
La tarde se volvió lenta, como si el tiempo también necesitara descansar.
Anyu y Mía llegaron al pequeño apartamento con las cortinas cerradas,
lejos del bullicio, lejos de las cámaras.
Mía no hablaba mucho, pero al menos caminaba sin temblar.
Anyu preparó chocolate caliente.
Era una costumbre de antes. De cuando todo era más simple.
Y entonces, puso el video.
—Lo grabó anoche. Lo subió hace solo unas horas. Ya es viral.
Mía no respondió. Solo asintió y abrazó una almohada.
Anyu le acercó el celular.
Y le dio play.
“Hola. Soy Joseph Tamashi…”
Mía se quedó quieta.
Esa voz.
La conocía.
No con la mente… con el cuerpo.
Con la piel.
Con algo más profundo que cualquier recuerdo lógico.
“…y hoy no hablo como artista.
Hablo como un ser humano que amó… que perdió…
y que ahora ve cómo intentan destruir
a la persona que intenta volver a sí misma.”
El rostro de Joseph estaba ojeroso, vulnerable.
Le hablaba al mundo, sí. Pero su mirada estaba dirigida a una sola persona.
“La mujer que aparece en esa foto no fingió nada.
Ella estuvo al borde de la muerte.
Sobrevivió.
Y perdió todo: sus recuerdos, su voz, su identidad.
Y aún así, se levantó.”
Mía comenzó a llorar.
No entendía por qué… pero cada palabra la desgarraba.
Anyu se sentó a su lado. Le tomó la mano.
“No sé si ella recuerda quién es…
Pero yo sí lo recuerdo.
Y no voy a dejarla sola mientras lucha por volver.”
Mientras tanto, el video ya sumaba 12 millones de vistas.
Las redes se incendiaban… esta vez, de otra forma.
“Yo la ataqué… y ahora me siento basura.”
“Perdón, Lili. Perdón.”
“No sabía que Joseph hablaba así. Qué dolor tan fuerte”
“Ahora todo tiene sentido.”
“Kaori, ¿algo que decir?”
Cuentas grandes compartían el video.
Influencers pedían respeto.
Algunos medios se retractaban.
Otros seguían dudando.
Pero ya no podían gritar tan fuerte como antes.
La verdad estaba allí.
Cruda.
Frente a todos.
Mía volvió a ver el video. Una. Dos. Tres veces.
A la cuarta, puso pausa.
—“Sobreviví…” —repitió en voz baja—. ¿Eso hice?
Anyu la abrazó por detrás.
—Sí. Sobreviviste, Lili.
Y aunque el mundo no te reconozca todavía…
nosotros sí.
Mía lloró.
Esta vez sin rabia.
Sin confusión.
Con dolor, sí.
Pero también con una chispa:
esperanza.
Esa noche no durmieron.
Anyu le mostró fragmentos de su pasado:
Fotos. Videos.
Una canción vieja.
Una grabación de ambas bailando en pijama.
Mía sonrió, por primera vez en días.
Y al cerrar los ojos, soñó con alguien tocando una guitarra.
Y con una voz que le susurraba su nombre.
—Lili… vuelve.
Y ella, entre sueños, dijo sí.
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