El stream comenzó como cualquier otro.
Lili saludó, sonrió y se colocó los audífonos.
Pero algo era diferente.
—Lili, no tienes que soportar esto.
—Están todos… hablando como si yo les debiera explicaciones —susurró.
—Porque cuando brillas, molestas. Y ahora… estás brillando más que nunca.
Esa misma noche, en Twitter, su nombre era tendencia.
Sino por clips sacados de contexto, edits crueles y teorías que alimentaban el morbo.
La situación se intensificó cuando una entrevista internacional canceló su participación de último momento.
Su presencia ahora generaba división.
No likes.
No ventas.
Controversia.
Solo escribió en su libreta una sola línea:
“La música no me hizo daño. La gente sí.”
💔 Capítulo 52: Cuando el escenario se apaga
Dos días después, llegó la segunda cancelación.
Un sello discográfico con el que llevaba semanas negociando
una colaboración envió un correo frío y breve.
“Hemos decidido no continuar con las conversaciones.
Le deseamos lo mejor en sus futuros proyectos.”
Anyu leyó el mensaje y lo borró antes de que Lili lo viera.
—¿Algo importante? —preguntó ella.
—Solo spam —mintió.
Pero Lili ya sospechaba.
La industria era rápida para subir…
y aún más rápida para soltar.
En el siguiente stream, intentó cantar.
Apenas terminó el primer verso, se quebró.
La voz tembló.
La pantalla se quedó en silencio.
Ella pidió disculpas.
Finalizó la transmisión antes de tiempo.
Y lloró.
Esta vez, sin contención.
—No era esto lo que quería —le dijo a Anyu—.
Solo quería cantar con alguien que entendía mi voz.
Joseph no había escrito desde hacía días.
No por falta de intención,
sino porque todo lo que escribía le parecía insuficiente.
¿Cómo consuelas a alguien cuando tú también eres parte de la herida?
Lili salió a caminar sola una mañana.
Sin maquillaje.
Sin ropa llamativa.
Solo ella.
Al cruzar una plaza, dos adolescentes la señalaron.
—¡Esa es ella! La del drama con el cantante japonésa.
No le hablaron.
Solo la miraron como si fuera un personaje…
no una persona.
Y por primera vez, Lili deseó volver al anonimato.
Esa noche, se conectó a su cuenta alterna.
La que usaba cuando aún no era famosa.
Entró a uno de sus streams viejos.
De cuando solo tenía tres espectadores y aún cantaba nerviosa.
Ahí estaba Joseph, comentando en el chat:
“Tu voz se siente como lluvia en un día seco.”
Lili cerró los ojos.
Y murmuró:
—Yo solo quería cantar con él… no pelear por su pasado.
Capítulo 53: Silencio en la cuerda rota
Joseph no podía dormir.
Desde hacía días.
El estudio estaba en silencio,
pero en su cabeza sonaban ecos que no podía apagar:
Los titulares.
Los clips recortados.
Las voces que llamaban a Lili “interesada”, “segundona”, “estrategia”.
Y todo por algo que él no dijo,
pero que había permitido que ocurriera.
Kaori.
Solo pensar su nombre le producía una punzada.
No de amor.
No de nostalgia.
De rabia.
De vergüenza.
Porque había sido su historia también.
Sí.
Pero era parte de un pasado que él ya no quería contar.
Y aún así, por cobarde, por evitar el conflicto, por no querer “echarle más leña al fuego”…
no dijo nada.
Y en ese silencio, Lili se estaba quemando.
Alex lo encontró esa mañana frente al piano.
No tocaba.
Solo miraba las teclas, como si buscara una nota que no existía.
—Lili no está bien —le dijo Alex, sin rodeos.
Joseph no levantó la vista.
—Lo sé.
—No has hecho nada.
—¿Y qué hago? ¿Grabo un video? ¿Escribo un comunicado? ¿Una canción de disculpa?
—No. La llamas.
No lo hizo de inmediato.
Primero entró a su stream más reciente.
Duró doce minutos.
Cantó solo treinta segundos.
Se le quebró la voz.
Y apagó todo.
Joseph cerró los ojos.
Y se odió un poco.
Por no haber estado.
Por no haber previsto esto.
Por haberle entregado al mundo algo tan íntimo como el álbum…
sin protegerla de lo que venía después.
Marcó su número.
Una, dos, tres veces.
No contestó.
Abrió el bloc de notas.
Escribió.
Borró.
Escribió de nuevo.
“No sé cómo explicarte cuánto me duele verte así, y saber que es mi silencio el que hizo tanto ruido. No sabía que amar también podía dañar si no se dice en voz alta. Y te amo, Lili. Incluso cuando no me hablas. Incluso cuando no puedo dormir. Incluso cuando no me perdonas todavía.”
No lo envió.
Lo dejó ahí,
como castigo.
Esa noche, fue a la cabina de grabación.
Solo.
Sin productor.
Sin música de fondo.
Encendió el micrófono.
Y habló.
“Ella no robó nada. Ella no me usó. Ella no fue parte de una estrategia.”
“Ella fue la razón por la que volví a escribir. Volví a cantar.
Volví a creer que mi voz no era solo un producto.”
“Si alguien la ve como una sombra, es porque no soporta cómo brilla.”
“Y si están esperando que yo elija entre mi pasado y ella… ya lo hice. Elijo a Lili. Aunque no vuelva a cantar. Aunque no me escuche. Aunque no me perdone. Porque ella fue mi canción más honesta. Y también… la más real.”
Cerró los ojos.
Respiró.
Y presionó “guardar”.
No sabía si compartiría ese audio.
No sabía si servía de algo.
Pero necesitaba decirlo, aunque fuera tarde.
Antes de dormir, entró a su galería.
Buscó una foto:
Lili de espaldas, frente al mar, en Tecal.
La tenía de fondo desde su viaje.
Nunca la cambió.
Le escribió un mensaje:
“Estoy listo para que me odies.
Pero aún más listo para reconstruirte si me dejas quedarme.”
Esta vez, sí lo envió.
Y dejó el celular sobre la almohada,
como si así pudiera sentirla cerca.
Capítulo 54: Donde mueren las palabras
El celular vibró a las 2:47 a.m.
Un mensaje de Joseph.
Ella no lo abrió de inmediato.
Sabía que estaba ahí, en la pantalla bloqueada.
Breve, directo, como todas las cosas que duelen de verdad.
“Estoy listo para que me odies. Pero aún más listo para reconstruirte si me dejas quedarme.”
Lili dejó el teléfono boca abajo sobre la almohada.
No lloró.
No suspiró.
Solo cerró los ojos y apretó la sábana.
La noche siguiente, soñó con Zess.
Él estaba de pie, en la cocina, con una guitarra en mano.
Cantaba una melodía sin letra, solo tarareando,
como lo hacía cuando aún estaban aprendiendo a afinar juntos.
Ella se acercó.
—¿Volverías si pudieras? —le preguntó en el sueño.
Zess no respondió.
Solo la miró.
Y le sonrió con esa tristeza amable que la perseguía desde que murió.
Lili se despertó empapada en sudor.
Con el pecho apretado.
No por Joseph.
No por Kaori.
Por todo.
Por haber perdido tanto.
Anyu le preparó té esa mañana.
—Puedes hablar conmigo, si quieres.
—Estoy cansada de hablar —dijo Lili, sin fuerza en la voz—. Nadie escucha de verdad.
—Yo sí.
—¿Y para qué? ¿Para que mañana me usen lo que dije en un clip fuera de contexto?
Anyu guardó silencio.
No porque no tuviera respuesta,
sino porque Lili ya no la quería.
Decidió hacer un stream corto.
Solo para hablar.
Sin música.
Sin filtros.
Abrió la cámara.
Inhaló.
Comenzó.
—Sé que muchos tienen preguntas.
Silencio.
—No tengo respuestas para todo. Solo puedo decir que... yo nunca quise fama a este precio.
Al principio, el chat fue tranquilo.
Algunos mensajes de apoyo.
Gente pidiéndole que volviera a cantar.
Pero luego...
comenzaron a entrar los comentarios agresivos.
Rápidos.
Contundentes.
“¿Te duele? Pues devuélvelo.”
“Kaori merece respeto. Tú solo fuiste la excusa.”
“Ya no eres nada sin él.”
El chat se llenó.
Cientos.
Miles.
Los mods no podían con todos.
Y Lili… tampoco.
Cerró el stream.
Apagó todo.
Corrió al baño y vomitó.
Anyu la encontró ahí, con la frente contra los azulejos.
—Se acabó, Anyu.
—¿Qué se acabó?
—Yo.
Esa tarde, salió con gorra y gafas oscuras a comprar algo de comer.
No quería pedir por delivery.
Quería, por un instante, sentirse normal.
Al doblar una esquina, escuchó una voz.
—¡Ey! ¡Esa es ella! La que se robó a Tamashi.
Lili aceleró el paso.
No miró atrás.
Pero entonces escuchó cómo algo se rompía.
Un grito.
Vidrio.
Y el mundo se volvió rojo.
Una botella había impactado contra el suelo,
rebotando en su pierna.
El dolor no fue inmediato.
El miedo, sí.
Un corte profundo.
Un charco.
Un mareo.
Y el sonido lejano de alguien llamando a emergencias.
En el hospital, Anyu le sujetó la mano con fuerza.
Lili solo murmuró una frase, entre lágrimas y sangre seca:
—Todo esto... ¿por una canción?
Anyu no respondió.
Porque en ese momento, ni siquiera la música parecía tener sentido.
Capítulo 55: Cuando todos miran y nadie ve
El video se viralizó en menos de seis horas.
El ángulo era claro.
Lili, con gorra y gafas, caminando rápido.
Una voz gritándole.
Una botella que volaba.
Un impacto.
Sangre.
Y luego, el grito.
Uno que no fue de dolor.
Sino de impotencia.
Los comentarios llegaron como enjambre.
“Eso le pasa por jugar con los sentimientos de un artista.”
“Bien hecho, que aprenda a no meterse donde no la llaman.”
“¿Y todavía se hace la víctima?”
“No debieron fallar el rostro.”
Anyu, sentada al borde de la cama del hospital, intentó ocultarle el teléfono.
Lili lo notó.
—Déjame ver.
—No necesitas eso ahora.
—Lo necesito porque ya ni sé quién soy en esa pantalla.
Anyu, en silencio, se lo entregó.
Lili revisó las redes.
Y leyó.
Cada palabra.
Cada veneno.
Cada mentira vestida de justicia.
Una cadena televisiva pidió una entrevista.
No para saber cómo se sentía.
Sino para “darle la oportunidad de responder a las acusaciones sociales”.
Como si explicarse fuera una obligación.
Como si callar la convirtiera en culpable.
Ella rechazó.
Esa tarde, apagó todos los dispositivos.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Anyu.
—Desaparecer, por ahora.
—¿Y Joseph?
Lili no respondió.
Porque Joseph… aún no había dicho nada.
En Japón, los medios preguntaban por Kaori.
En Panamá, por Tamashi.
Un reportero logró interceptar a Joseph a la salida del estudio.
—¿Qué opinas del ataque a Lili? ¿Vas a pronunciarte?
Joseph solo bajó la cabeza.
Guardó silencio.
Y siguió caminando.
Esa noche, en su habitación, Lili se miró al espejo con la pierna vendada.
No vio a una víctima.
Tampoco a una culpable.
Solo a una chica rota.
Desdibujada.
Ya no era Lili la cantante.
Ni Lili la hermana de Zess.
Ni Lili la que cantaba frente a una pantalla.
Era “la del escándalo”.
“La que rompió el corazón del artista”.
“La usurpadora”.
Y el peor pensamiento llegó como una punzada:
“Tal vez todo esto fue mi culpa.”
Esa noche no durmió.
No lloró.
No habló.
Solo escribió en su libreta:
“Cuando todos te miran como si fueras otra persona…
terminas creyendo que lo eres.”
Capítulo 56: El día que dejé de ser Lili
El mensaje automático apareció al intentar visitar su perfil:
“Esta cuenta ha sido desactivada por el usuario.”
Instagram.
Twitter.
TikTok.
YouTube.
Todo fuera.
Ni una historia.
Ni una despedida.
Ni una nota.
Solo silencio.
Joseph lo descubrió al despertar.
Había entrado por costumbre.
A revisar si Lili había subido algo.
Una foto, una frase, una pista.
Pero no había nada.
Solo vacío.
Marcó su número.
Fue directo al buzón.
Le escribió a Anyu.
“¿Dónde está? ¿Está bien?”
Pasaron horas.
Luego, un mensaje corto.
“Está viva. Pero no quiere hablar con nadie. Ni contigo.”
Joseph no respondió.
No porque no quisiera.
Sino porque no sabía cómo empezar una conversación…
cuando la otra persona ya no quería existir como la conocías.
Mientras tanto, Lili estaba en un pueblo costero.
Lejos de todo.
Sin conexión.
Sin nombres.
Solo una mochila, su cuaderno, y una pequeña habitación alquilada por semana.
Nadie la reconocía.
Allí no llegaban notificaciones.
Ni trending topics.
Ni el nombre “Kaori” susurrado con odio.
Solo el sonido del mar.
Y una guitarra vieja apoyada contra la pared,
que no había tocado aún.
Por las noches, salía a caminar descalza por la arena.
Se preguntaba si su voz alguna vez había sido suya.
¿O era solo algo que el mundo moldeó para entretenerse?
Cada vez que pensaba en volver a cantar,
la garganta se le cerraba.
Y no por miedo.
Sino porque sentía que ya no tenía nada que decir.
Una tarde, intentó escribir.
No una canción.
Una carta.
“Hola, Joseph. No sé si aún existimos como ‘nosotros’. No sé si sigo siendo la chica que cantaba frente a una pantalla pensando en ti. Solo sé que estoy rota. Y tú mereces a alguien completo. Tú mereces paz. Y yo no la tengo. Perdón.”
No la envió.
Quemó la hoja.
Vio las cenizas volar como si fueran parte de ella.
Mientras tanto, en la ciudad…
El nombre de Lili seguía sonando.
Pero no por su música.
Sino por nuevas declaraciones de Kaori,
por teorías, por “expertos en farándula”, por reacciones de gente que jamás la conoció.
Joseph veía todo eso desde su estudio,
sin poder hacer nada.
Con cada mención de su nombre, sentía que ella se desdibujaba más.
Y una noche, mientras componía solo,
escribió en su libreta:
“Si Lili ya no canta… ¿sigo siendo Joseph o solo un eco vacío?”
Capítulo 57: Verdad en sombras
Joseph no quería verla.
Pero sabía que tenía que hacerlo.
Kaori le había enviado varios mensajes en los últimos días.
No exigencias.
Solo... invitaciones a hablar.
Y aunque él no le debía nada,
sí sentía que le debía cerrar la historia con palabras, no con silencios.
El lugar elegido fue un café discreto, lejos del bullicio.
Nada especial.
Nada romántico.
Kaori llegó primero.
Sin maquillaje, sin cámaras.
Igual de reservada que él la recordaba.
—No pensé que vendrías —dijo ella.
—No pensé que tendría que hacerlo.
Kaori bajó la mirada.
Removió el café.
—No quise hacerle daño a Lili.
—Pero lo hiciste.
Silencio.
—Te fuiste sin despedirte —dijo ella, de pronto—. A mí, al proyecto, a nosotros.
Joseph apretó la mandíbula.
—¿Ahora esto es sobre ti?
—No, Joseph. Es sobre lo que no dijiste.
Porque tú sabías que algunas canciones aún tenían tu voz rota por mí. Y no lo aclaraste.
—Porque no importaba.
—Importó para ella. Y para todos.
La conversación duró menos de treinta minutos.
No fue una reconciliación.
Ni un cierre emocional.
Fue solo… un punto final.
Kaori se levantó.
Le tendió la mano.
—Que tu música encuentre paz.
Él asintió.
No sonrió.
Y justo cuando salían del café,
una luz brilló entre los árboles.
Clic.
Una cámara.
Un fotógrafo.
—¡Joseph Tamashi y Kaori, juntos de nuevo! ¡¿Confirman su regreso?! —gritó alguien a lo lejos.
Joseph retrocedió.
Cubrió su rostro.
Demasiado tarde.
Esa noche, el escándalo estalló.
Portales de noticias.
Videos.
Reels.
Hashtags.
“Tamashi y Kaori: El amor nunca se fue.”
“Lili fue solo una musa temporal.”
“El álbum, un grito de Joseph por recuperar a su verdadero amor.”
Kaori no desmintió nada.
Y Joseph…
aún no lo sabía, pero ese silencio sería su traición más profunda.
Lili vio las fotos en la pantalla de una televisión encendida en un pequeño restaurante del pueblo.
Joseph y Kaori saliendo juntos.
Sonriendo.
Cercanos.
Y debajo, la frase que más dolió:
“Confirmado: la historia de amor del año no era real.”
Lili se quedó quieta.
La comida enfrente se enfrió.
Y entonces, lo supo:
La gente no quiere la verdad. Quiere una historia fácil de odiar.
Y ella… era el personaje perfecto para eso.
Capítulo 58: Donde todo deja de doler
Lili no lloró.
No cuando vio las fotos.
No cuando escuchó los titulares.
No cuando leyó los mensajes de odio volver, como olas que nunca dejan de romperse.
Solo sintió algo más frío.
Más hueco.
La indiferencia.
Porque ahora no dolía como antes.
Ahora simplemente… ya no sentía.
La habitación que alquilaba ya no tenía música.
La guitarra seguía contra la pared, como un mueble que estorbaba.
Su libreta estaba vacía.
No porque no quisiera escribir,
sino porque ya no encontraba sentido en poner palabras a un mundo que solo la reducía a un escándalo.
Salía poco.
Solo para lo básico.
Y con gorra aún más baja, gafas más grandes.
Pero la gente ya no la reconocía.
Ya no murmuraban.
Ya no señalaban.
La habían olvidado.
Y eso, por extraño que sonara, dolía más que el odio.
Una tarde se miró al espejo del baño.
Tenía la piel opaca.
Los ojos sin luz.
Y entonces lo pensó.
“Si mañana desaparezco del todo… ¿alguien lo notaría?”
La idea no fue violenta.
No fue impulsiva.
Fue serena.
Lógica.
Fría.
Como cuando apagas una lámpara y la habitación, por fin,
se vuelve coherente con lo que sientes.
Anyu le mandaba mensajes cada día.
Cortos.
Sin presión.
“Te traje tu té favorito.”
“Si no quieres hablar, solo mándame un corazón.”
“Te extraño, pero más me duele no saber cómo ayudarte.”
Lili los leía.
Nunca respondía.
Pero tampoco los borraba.
Porque eran, en cierto modo,
el último hilo que la ataba a la versión de sí misma que alguna vez creyó real.
Una noche llovió fuerte.
Y el sonido del agua contra el techo despertó algo que ya no recordaba.
Un recuerdo.
Pequeño.
Frágil.
Zess tocando la melodía de “Susurros a la distancia” por primera vez.
Ambos bajo la lluvia.
Ella con los pies descalzos, cantando mientras él le decía:
—No importa si no te escuchan. Lo importante es que tú puedas oírte.
Esa noche, por primera vez en semanas, Lili tocó una cuerda.
Solo una.
Y la dejó vibrar hasta morir.
Como su voz.
Como su nombre.
Como todo lo que alguna vez quiso ser.
Y no supo si quería recuperarlo.
O si ya era demasiado tarde.
Capítulo 59: La carta que no quiso enviar
La luz del atardecer entraba débil por la ventana.
Lili estaba sentada en la cama, con la libreta abierta sobre sus piernas,
una pluma temblorosa en la mano.
Las palabras salían como un susurro, como un último adiós:
“Joseph,
No sé si alguna vez me perdonarás o entenderás.
Pero debo irme.
No solo de las redes, ni de los escenarios, sino de todo esto que llamamos vida.
Perdóname por no haber sido suficiente.
Por haberte fallado sin siquiera intentarlo.
Por desaparecer sin decir adiós.
Me duele que no pueda ser la luz que mereces.
Ojalá puedas encontrarla sin mí.
Te deseo toda la felicidad del mundo
Con amor, Lili.”
Cerró la libreta con fuerza.
Sintió que el corazón le pesaba como una piedra.
No quería que Joseph sufriera por ella.
No quería que él se sintiera responsable.
Pero tampoco podía quedarse.
Llamó a Anyu.
Con voz quebrada, le pidió que guardara la carta.
—“Si algo me pasa, por favor… dásela a Joseph.” —dijo, tratando de sonar firme.
Anyu no respondió.
Solo lloró.
Al día siguiente, mientras Lili se perdía en un pueblo desconocido,
Anyu tomó una foto de la carta.
La envió a Joseph.
El mensaje era corto:
“Esto no es un adiós. Es una llamada de auxilio.”
Joseph abrió la foto y leyó.
Cada palabra le atravesó el alma.
Sintió un frío profundo que le subió por la espalda.
—No.
—No puede ser.
Marcó a Anyu, con manos temblorosas.
—¿Dónde está?
—No lo sé.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Intenté, pero… ella no quería hablar.
—Tengo que encontrarla.
Antes de colgar, cerró los ojos y murmuró:
—No puedo perderla.
Capítulo 60: Carrera contra el silencio
Joseph no recordaba cuándo fue la última vez que había sentido tanto miedo.
El avión a Santo Domingo parecía avanzar lento, cada minuto arrastrando su angustia.
En sus manos, el mensaje de Anyu ardía como un puñal.
La carta de Lili le había quitado el aliento.
No era solo tristeza.
Era terror.
Terror a que ella hiciera una tontería.
Terror a que el peso del mundo terminara con ella.
Al llegar, sintió el calor pegajoso de la isla, pero su mente estaba fría.
Su primer pensamiento fue encontrar a Anyu, y luego a Lili.
Caminó por calles conocidas, pero esta vez sin la música, sin la emoción.
Solo la desesperación de quien busca una luz que parece haberse apagado.
Mientras tanto, Lili estaba en un pequeño cuarto sin ventanas,
con la luz apagada y la cabeza hundida entre las manos.
Cada sonido fuera de esa habitación la aterrorizaba.
Cada recuerdo la torturaba.
Y aunque Joseph se acercaba más de lo que ella imaginaba,
ella solo quería desaparecer.
Joseph llamó a Anyu.
—¿Dónde estás?
—Estoy en mi departamento —dijo ella — Hace rato hable con Lili
—¿Está bien?
—No. Pero está viva.
Joseph cerró los ojos.
Sabía que la verdadera batalla apenas comenzaba.
La noche antes de buscar a Lili, Joseph no pudo dormir.
Pensó en todo lo que no había dicho, en cada palabra que no usó para salvarla.
Y en la carta.
Una frase le dio vueltas en la cabeza:
“Ojalá puedas encontrarla sin mí.”
Se preguntó si era cierto.
Si en su intento de amar, había perdido para siempre a la persona que más amaba.
Pero no se rendiría.
No ahora.
Porque aún quedaba una esperanza.
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