Post

martes, 15 de julio de 2025

SUSURRO A LA DISTANCIA CAPITULO 131 - 140

Capítulo 131: Una promesa hecha canción

Joseph no podía dormir.

Mía estaba acostada a su lado, con la respiración tranquila,

su mano descansando sobre el pecho de él.

Y sin embargo, Joseph tenía el corazón acelerado.

No por ansiedad.
Sino por certeza.


Durante semanas había pensado en todo lo que habían vivido.

La primera vez que la escuchó reír en un stream.
La tristeza detrás de su sonrisa.
La primera canción que escribieron juntos.
El álbum.
El caos.

La caída.

Y la renacer.

Ella volvió a la vida.
Y él no pensaba dejarla sola nunca más.


Esa misma mañana, escribió a Alex:

Joseph: “Ven a RD.
Es hora.”

Alex respondió con un meme… y un “¿YA? ¡VOY!”

Dos días después, estaba en Santo Domingo.
Y no vino solo.

Trajo una caja.
Con una anillo de plata simple, elegante, hermosa.
La que Joseph había mandado a hacer desde antes de saber si Mía estaba viva.

—¿Aún es lo que quieres? —preguntó Alex, mirándolo con seriedad.

—Más que nunca.

—Entonces… hagámoslo bien.


Joseph, Alex y Anyu armaron todo en secreto.

Eligieron un lugar especial: el mismo parque donde

Mía había grabado uno de sus primeros covers,

mucho antes de conocer a Joseph.
Un sitio tranquilo, rodeado de árboles,

luces suaves y la brisa de mar en el fondo.

Allí colocaron:

  • Una pequeña tarima con guitarras y luces.

  • Fotos colgadas de una cuerda,

  • capturas de pantalla de videollamadas,

  • momentos de estudio, dibujos de Nayeli (una niña del taller).

  • Y un piano.

Anyu llevó a Mía con la excusa de que iba a

cantar con los chicos del programa en una pequeña presentación privada.

Mía fue sin sospechar nada, vestida con un vestido sencillo blanco,

su cabello recogido en una trenza que le caía sobre el hombro.


Cuando llegó al lugar…
Todo estaba en silencio.

Hasta que la luz se encendió suavemente.
Y Joseph apareció en la tarima.

Mía lo miró confundida.

—¿Qué haces aquí?

Él sonrió.

—Quería regalarte una canción más.


Tomó su guitarra y comenzó a tocar.

No te pido promesas imposibles,
ni un para siempre que no podamos sostener.

Te pido mañanas contigo,
con tus silencios, tus risas y tus miedos.

Te pido el honor de ser quien te escuche,
y quien te espere, aunque duela esperar.

¿Te quedarías?
¿Te casarías conmigo… sin dejar de volar?


Mía ya lloraba antes de que terminara.

Cuando Joseph bajó del pequeño escenario, se acercó despacio.

Sacó el anillo de su bolsillo.
Y sin hincarse, sin grandilocuencia,

solo con una ternura infinita, le dijo:

—Lili… Mía… como quieras llamarte hoy.
Te elijo como eres.
Con recuerdos o sin ellos.
Con pasado, con dolor, con luz, con sombra.
¿Quieres casarte conmigo?


Mía no respondió con palabras.

Solo lo abrazó con fuerza.
Y entre lágrimas, besó su frente.

—Sí.


Detrás de ellos, Anyu lloraba con una sonrisa.
Alex aplaudía en silencio.
Y la brisa parecía llevarse la última pizca de miedo que quedaba entre ambos.

Ahora el mundo lo sabía:
Dos almas rotas también pueden reconstruirse juntas.


Capítulo 132: Reconocerte otra vez

Los días después de la propuesta fueron extrañamente tranquilos.

Joseph y Mía caminaban de la mano por las calles sin esconderse.
Ella se sonrojaba cuando alguien la reconocía,
pero ya no bajaba la cabeza.
Él respondía con una sonrisa discreta,
como si siempre hubiese sabido que ese era el lugar donde debían estar:
juntos.
Sin más promesas que el presente.


Una tarde, tras volver de un paseo en la playa,
Joseph se quedó mirándola mientras se secaba el cabello.

—¿En qué piensas? —preguntó Mía, notando su mirada fija.

—En que, a veces, tengo miedo de tocarte…
como si fueras un sueño al que no quiero despertar.

Ella se acercó.
Se sentó en sus piernas, con las rodillas a ambos lados de su cuerpo.

—No soy un sueño —susurró.
—Soy real.
Estoy aquí.
Y también te he esperado.


No hubo urgencia.

Solo una calma que se fue llenando de fuego lento.
Como si sus cuerpos también estuvieran recordando lo que sus almas ya sabían.
Pero todo era distinto.

Porque aunque compartieran historia…
era la primera vez de ambos así.
Siendo estos.
Mía.
Joseph.
No fantasmas.
No lutos.
No heridas abiertas.


Él la acarició con respeto.
Como si cada línea de su piel fuera sagrada.

Ella lo miró a los ojos cuando se quitó la blusa.
No desvió la mirada.

Porque quería que él la viera.
Toda.
Con cicatrices.
Con miedo.
Con amor.


Las manos de Joseph temblaban al principio.
Pero ella las guió.
Con besos.
Con caricias que decían: “sí, así”.
“Estoy aquí”.
“No huyas”.


La noche los envolvió sin necesidad de palabras ruidosas.

Las respiraciones se mezclaron.
Las lágrimas cayeron sin romperlos.

Y cuando se fundieron por fin…
no fue para olvidar.
Fue para vivir.
Para quedarse.
Para decir con el cuerpo lo que el alma ya gritaba:
“No tienes que ser Lili para amarte.”


Después, ella se quedó dormida en su pecho.
Y Joseph no quiso moverse.

Solo cerró los ojos y pensó:
“Ahora sí estamos en casa.”


Capítulo 133: Mañana sin prisa

La luz entró por la ventana como un susurro.
Cálida. Suave.
Deslizándose por la cortina blanca hasta colarse entre las sábanas revueltas.

Joseph fue el primero en despertar.
Pero no abrió los ojos de inmediato.
Solo se quedó allí, sintiendo el peso liviano de Mía en su pecho,
su respiración tranquila, el calor de su pierna enredada con la suya.

Pasó la mano lentamente por su cabello.
Una caricia que decía más que cualquier palabra.

No había urgencia.
No había culpa.
Solo paz.


Mía se movió apenas, acomodándose.
No abrió los ojos, pero sus dedos buscaron los de él.

—¿Ya amaneció? —preguntó con voz ronca.

—Sí… pero podemos fingir que no.

Ella sonrió, sin despegar la mejilla de su pecho.

—Me gusta eso.


Por un largo rato, no dijeron nada más.

Solo escuchaban los sonidos del mundo afuera.
Lejanos. Inofensivos.
El canto de un ave.
Un motor viejo pasando por la calle.
Y el ritmo acompasado de sus corazones, latiendo juntos.


—¿Cómo dormiste? —preguntó él finalmente.

Mía se encogió de hombros.

—Como si por fin el mundo me hubiera perdonado.
¿Y tú?

—Como si por fin encontré mi lugar.

Ella lo miró, sus ojos aún hinchados de sueño, pero llenos de luz.

—¿No te arrepientes?

Joseph entrelazó sus dedos con los de ella.

—Me arrepiento de no haber llegado antes.
De todo lo que sufriste sin mí.
De no haber escuchado lo suficiente.
Pero de anoche…
No.
Jamás.


Ella se sentó lentamente, dejando que la sábana cayera por su espalda.
Tomó una de las camisas de Joseph del suelo y se la puso, su cuerpo aún sensible.

Se acercó al balcón.
La brisa la abrazó como si también quisiera consolarla.

Joseph la observó desde la cama.

—Te ves…
—¿Diferente? —interrumpió ella.

Él se levantó, la abrazó desde atrás, apoyando el mentón en su hombro.

—Te ves libre.
Y eso es lo más hermoso que te he visto ser.


Desayunaron tarde.

Pan con aguacate. Café frío.
Joseph cocinaba mal, (estaba nervioso el pobre niño)

pero a Mía no le importaba.
Ella reía cada vez que él rompía un huevo o se quemaba con la sartén.

—Parece que aprendiste más de canciones que de cocina

—dijo ella, divertida.

—¿Y tú? —replicó él con una ceja alzada—

¿No eras la reina de los fideos instantáneos?

—Touché.


Después se sentaron en el piso, con la espalda contra la pared,

las piernas estiradas.

Mía apoyó su cabeza en el hombro de él.

—¿Sabes qué me asusta?

—¿Qué?

—Que todo esto… sea un paréntesis.
Que pronto vuelvan las giras, los medios, las canciones.
Y que volvamos a ser “los de antes”.

Joseph guardó silencio un momento.

—No quiero que volvamos a ser nada que nos duela.
Ni tú la Lili que todos exigían.
Ni yo el artista que tenía que callar.
Quiero que seamos esto.

Ella lo miró, y su voz salió bajita:

—¿Y si todo se desmorona otra vez?

Él besó su frente.

—Entonces lo volvemos a armar.
Juntos.
Una pieza a la vez.


Ese día no hubo cámaras.
No hubo grabaciones.
No hubo planes.

Solo un desayuno mal hecho,
una ducha compartida,
y un amor que ya no necesitaba esconderse detrás de canciones.

Solo respirarse.
Sentirse.
Y elegirse.
Una vez más.

Capítulo 134: En lo pequeño

El cielo estaba gris, pero no llovía.
Una brisa suave entraba por las ventanas abiertas,

cargada de sal y de ese olor que solo existe en la cercanía del mar.

Joseph estaba sentado en el sofá, descalzo, con una libreta en las rodillas.
No escribía.
Solo la miraba.

Mía estaba en el suelo, con una taza entre las manos,

vestida con la misma camisa suya de la noche anterior,

y con las piernas cruzadas como si fuera una niña.
Había puesto un vinilo viejo.
Uno de esos que sonaban con pequeños crujidos entre acordes.
Nada moderno.
Solo música de fondo, como un suspiro.

—¿Tienes miedo? —preguntó Joseph de pronto,

su voz apenas un murmullo.

Mía levantó la mirada.

—Sí.
—¿De qué?
—De que esta calma no dure.

Joseph dejó la libreta a un lado y se acercó.

—¿Y si te digo que no importa?

Ella arqueó una ceja.

—¿Cómo que no importa?

—Quiero decir… —se sentó junto a ella— que incluso si no dura,

incluso si mañana se cae el mundo otra vez, este momento ya es nuestro.
Nadie nos lo puede quitar.
Y eso vale más que cualquier promesa eterna.

Mía bajó la vista.
Sus dedos jugaban con la taza vacía.

—¿Sabes qué más me da miedo?

—Dímelo.

—No volver a ser nunca Lili.
Y que tú… en el fondo, aún la estés esperando.

Joseph suspiró.
Le quitó la taza con suavidad y le tomó el rostro entre las manos.

—Yo no me enamoré de Lili porque sabía cantar.
Ni porque era valiente.
Ni porque era famosa.
Me enamoré porque incluso rota, seguía viendo luz en los demás.
Y tú… Mía… tú tienes esa misma luz.


Ella lo abrazó con fuerza.
Y  lloró sin culpa.

No por el pasado.
No por lo que perdió.
Sino por lo que estaba comenzando a creer que podía tener.


Pasaron el resto del día entre detalles pequeños.
Joseph cocinó otra vez —esta vez sin quemarse—.
Mía lavó los platos, bailando descalza con espuma en las manos.

Se rieron viendo una película que ninguno entendió.
Se acostaron en el balcón a mirar las estrellas.

Y cuando cayó la noche, Mía susurró:

—Gracias por no correr.

Joseph entrelazó su mano con la de ella.

—Gracias por quedarte.


No hubo sexo esa noche.
No porque no lo quisieran.
Sino porque lo que necesitaban era otra cosa.

Dormirse abrazados.
Respirar el mismo aire.
Sentirse seguros.

Y mientras Mía cerraba los ojos, pensó:

“Tal vez…
solo tal vez…
sí pueda volver a ser yo.
Pero a mi ritmo.
Y esta vez, sin perderme en el intento.”

Capítulo 135: La tormenta despierta

Habían pasado cuatro días desde aquella

noche en que solo fueron Joseph y Mía.
Sin máscaras.
Sin prisas.

Cuatro días en los que todo fue lento, amable, casi sagrado.

Hasta que la tormenta llamó a la puerta.

Literalmente.


—¿Esperas a alguien? —preguntó Mía al oír los golpes insistentes.

Joseph negó.
Pero cuando abrió, encontró a Alex, nervioso y

con el celular en la mano.

—Se filtró, bro —dijo sin rodeos.

—¿Qué?

—El ensayo. El audio del camerino. Todo.
Y no solo eso… alguien le tomó fotos a ustedes

dos en el balcón anoche. Ya están en todos lados.

Mía, que escuchó desde la sala, se quedó congelada.

—¿Qué están diciendo?

Alex bajó la mirada.

—Que fingiste tu muerte.
Que todo fue una estrategia para limpiar tu

imagen y volver como una “nueva artista”.


Ese fue solo el primer golpe.

Las horas siguientes fueron una avalancha.

 “¡La artista dominicana que fingió su muerte

está de vuelta con su prometido!”
“¿Todo fue parte del marketing de

Joseph Tamashi para vender más álbumes?”
“Exclusiva: Mia, la ‘Lili’ que regresó de entre los muertos,

se niega a explicar dónde estuvo.”

La noticia llegó a canales internacionales.
Influencers.
Medios digitales.
Incluso programas de farándula que antes la

defendían ahora pedían “pruebas” de que su desaparición fue real.

Y no se detuvo ahí.


Un periodista, escondido frente al edificio, grabó a Mía saliendo a

comprar pan con una gorra puesta.

El vídeo se volvió viral.

🎥 “Aquí vemos a Mía, la Lili que desapareció por meses,

paseando como si nada…

¿cuánto de esto es real?”

Mía comenzó a recibir mensajes crueles.
Memes.
Amenazas.
Otra vez.


Joseph, por su parte, también fue arrastrado.

Críticas por no haber hablado antes.
Por haber "aprovechado" el dolor.
Por "usarla" para vender canciones.

—¿Qué hacemos? —preguntó Mía,

esa noche, sin poder mirarlo.

—No lo sé —admitió Joseph, con el corazón roto.


Pero lo peor llegó al día siguiente.

Una reportera se infiltró en una actividad en una escuela donde

Mía había sido invitada a hablar como

inspiración para jóvenes artistas.
Antes de que pudiera decir una palabra,

comenzaron las preguntas:

—¿Dónde estuviste realmente todos esos meses?
—¿Por qué ocultaste tu identidad?
—¿Cómo sabías que Joseph te buscaría?
—¿Planeaste esto desde antes?

El público murmuraba.
Los profesores intentaban detenerla.

Pero Mía no se defendió.
No dijo nada.

Solo salió por la puerta de atrás.
Y se desplomó en el pasillo.


En casa, Anyu estalló.

—¡No pueden seguir atacándola así! ¡No de nuevo!

Joseph apretó los puños.

—Estoy haciendo todo lo posible…

—¡No es suficiente, Joseph!

—gritó Anyu, temblando—. ¡Tú sabes cómo era!

¡Sabías que no soportaría otra caída así!

Él no respondió.

Porque tenía razón.


Esa noche, Mía se encerró en el baño.
No respondió cuando Joseph llamó.
No abrió la puerta.

Solo lloró.
Lloró como si todo el proceso de reconstrucción se hubiera hecho trizas de nuevo.


Cuando salió, horas después, encontró a Joseph sentado en el suelo.
No dormía.
No hablaba.

Ella se sentó frente a él.
Con los ojos rojos.

—No sé cuánto más puedo aguantar.

Joseph tomó su mano.

—Entonces aguantamos juntos.
Hasta que duela menos.


Pero la herida no era solo pública.

También había tensión entre ellos.
Porque, aunque no lo decían en voz alta,

ambos sabían que se acercaba un punto de quiebre.

La pregunta no dicha:
¿Esto nos va a romper también?


Mía lo miró esa madrugada.

—¿Si me voy otra vez, me vas a seguir?

Joseph la miró con lágrimas en los ojos.

—Sí.
Pero esta vez, no te dejaría ir sola.


Y aún así, ninguno dijo lo más difícil:

“Tengo miedo de volver a perderte.”


Capítulo 136: A la luz de todos

—¿Estás segura? —preguntó Joseph, con la voz baja,

mientras sostenía su mano entre las suyas.

—No —respondió ella, sincera—. Pero estoy cansada de esconderme.

La sala de conferencias estaba preparada.

Luces. Micrófonos. Cámaras.
Todo el caos ordenado del espectáculo mediático.
Cada silla ocupada por un rostro que quería escarbar más que entender.
Todos buscando un ángulo.
Una historia.
Una caída.


Mía se sentó junto a Joseph.
La mesa frente a ellos estaba limpia. Solo agua.
Nada que pudiera distraer.
Nada donde ocultarse.

Respiró hondo.

Y comenzó a hablar.


—Mi nombre… es Mía.
Pero también fui Lili.
Y durante mucho tiempo no supe quién era.
Me perdí en la presión, en el miedo, en el dolor…

y un día simplemente… desaparecí.

Algunas personas lloran mientras hablan.
Ella no.
Su voz temblaba, pero era firme.

—Caí. Literalmente. De un acantilado.
No recuerdo el impacto. Solo el mar. Solo el silencio.
Y cuando abrí los ojos… ya no era nadie.
Fui Mía porque así me llamaron cuando desperté.
Porque no podía recordar otra cosa.
Porque no quería recordar.


Las cámaras grababan cada segundo.
Cada parpadeo.
Cada palabra.
Cada suspiro.

Joseph la observaba, con una mezcla de orgullo y dolor.


—No fingí mi muerte —continuó Mía—. No planeé nada.
Estuve desaparecida. Estuve rota.
Y me reconstruí con ayuda de quienes me amaron sin condiciones.
Joseph…
Anyu…
Personas que no me pidieron pruebas para quedarse.
Solo… me esperaron.


Los reporteros empezaron las preguntas.

—¿Qué opinas de quienes dicen que esto fue marketing?
—¿Y las canciones? ¿A quiénes iban dirigidas en realidad?
—¿Qué pasó con Kaori?

Joseph tomó la palabra por primera vez.

—Nada de esto fue un plan.
Yo estuve destruido.
Y sí, las canciones fueron para Lili.
Porque ella era real.
Aunque se llamara Mía cuando volvió a mí.

—¿Y Kaori? —insistió alguien más.

Joseph tragó saliva.

—Kaori manipuló. Ocultó. Distorsionó.
Pero hoy no estamos aquí para hablar de ella.
Sino para decir la verdad.
La nuestra.


Los flashes se intensificaron.

—¿Cómo explican el silencio? ¿Por qué no hablaron antes?

Mía apretó los labios.
Y en ese momento, ocurrió algo inesperado.

Una voz entre la multitud gritó:

—¡Entonces lloramos por ti para nada!
¡Jugaste con todos!

El grito fue como una piedra lanzada contra un cristal ya agrietado.

Mía palideció.

Y sus ojos se perdieron.


Joseph notó el cambio inmediato.

—Mía… —susurró— ¿estás bien?

Pero ella no lo escuchaba.
Estaba viendo algo que nadie más veía.


Recuerdos.
Imágenes.
Fragmentos sueltos como vidrios rotos.
El rostro de su madre llorando.
Zess sonriendo en la habitación.
La caída.
El agua.
El dolor.
La voz de Joseph llamándola mientras la sujetaba en el hospital.
La noche en que se lanzó.
Las manos de Anyu temblando.
La sangre.

Todo.
Todo volvió de golpe.


Sus labios se movieron, pero no salía sonido.

Las cámaras lo captaron todo.
La forma en que se tambaleó hacia atrás.
La forma en que Joseph se lanzó para sostenerla.
Los gritos de los reporteros.
Los flashes.
La confusión.


Capítulo 137: Cuando todo vuelve

Mía cayó al suelo, convulsionando por unos segundos.
Joseph la sostenía con desesperación.

—¡Llamen a una ambulancia! —gritó Alex desde atrás del escenario.

Algunos grababan.
Otros seguían haciendo

preguntas como si eso fuera parte del espectáculo.

—¿Esto también es parte del show? —preguntó una mujer al fondo.
—¡Apaguen las cámaras! —

gritó Anyu entrando corriendo,

empujando a un camarógrafo con los ojos llenos de furia.


Mía estaba semiinconsciente.
Sus ojos abiertos, pero sin enfocar.

Joseph la abrazaba en el suelo, repitiendo su nombre.
No el nuevo.
No el viejo.
Solo su nombre:

—Tú.
Tú estás aquí.
Tú no te vas a ir.
Tú no estás sola.


La ambulancia llegó.
La conferencia fue cancelada.
Los videos ya estaban por todas partes.

📺 “La trágica escena en vivo de

Lili colapsando en rueda de prensa.”
📺 “¿Todo esto fue real o el final de una campaña viral?”


Joseph no se despegó de su lado en el hospital.
La acompañó en la ambulancia, sin soltar su mano.
No importaba que ella no hablara.
No importaba que llorara dormida.

—Estoy aquí —decía, cada media hora.
Como un mantra.
Como una promesa.


Los médicos confirmaron lo que Joseph ya sabía:
el colapso fue consecuencia de un episodio agudo de trauma psicológico,
la memoria se había desbloqueado

repentinamente y el cuerpo no supo cómo procesarlo todo.

—¿Va a recuperarse? —preguntó él, al borde del agotamiento.

—Físicamente sí… pero emocionalmente,

va a necesitar apoyo constante.
Terapia. Paciencia.
Y alguien que se quede.


Joseph se sentó esa noche junto a la cama.

Mía dormía.

Y él lloró.
No en silencio.
No hacia adentro.
Lloró como quien entiende que el amor no salva todo…
pero a veces es lo único que queda cuando todo se ha roto.

—No sé si puedas volver a ser Lili.
No sé si aún quieras ser Mía.
Pero lo que sí sé…
es que no me voy a ir.
Aunque te rompas otra vez.
Aunque yo también me rompa.

Capítulo 138: A gritos del abismo

La habitación estaba en silencio.

Solo el sonido rítmico del monitor cardíaco llenaba el aire,

como un tambor lento que marcaba los segundos

que no terminaban de pasar.

Lili seguía sin despertar.

Desde el colapso, habían transcurrido tres días.
Tres noches donde no abrió los ojos.
Donde su cuerpo respiraba, pero su alma

parecía haberse quedado atrapada entre las

memorias revueltas y los miedos no resueltos.

Joseph no se movía de su lado.
Tenía la barba de tres dias crecida,

las ojeras hundidas y la misma ropa del segundo día.

No hablaba.
Solo la miraba.
La tocaba con suavidad.
Y le susurraba:

—Estoy aquí.
Sigo aquí.


El cuarto se estremeció cuando la puerta se abrió de golpe.

Alan.

Con la mirada desquiciada.
El celular aún en su mano mostrando el último video

viral: el momento exacto del colapso de Lili en la rueda de prensa.

—¿Dónde está? —espetó con voz cortante, casi sin respirar.

Joseph se puso de pie de inmediato.

—No puedes entrar así —advirtió, sin moverse del lado de la cama.

—¿Qué le hiciste? —Alan apretó los puños—. ¡Te lo advertí!

—Baja la voz —gruñó Joseph—. Está dormida.

—¿Dormida? ¡Está inconsciente,

Joseph! ¡Otra vez!

¡Porque tú la expusiste otra vez!

Joseph cerró los ojos.
Sabía que Alan iba a aparecer.
Sabía que venía cargado.
Pero no esperaba esa intensidad.

—Ella decidió hablar. No la obligué.

Alan avanzó un paso.

—¡Tú no estuviste cuando ella más te necesitaba!

¡Tú no la viste rota, tratando de

sonreír cuando apenas podía respirar!

¡Tú la dejaste sola mientras el mundo la escupía!

Joseph sintió el golpe de cada palabra.

—No tienes idea de lo que dices.

—¡Sí la tengo! —gritó Alan, con los ojos vidriosos—.

Yo estuve cuando despertó sin nombre.

Cuando no podía dormir.

Cuando se tapaba los oídos para no escuchar los gritos en su cabeza.

¡Yo estuve, maldita sea!

Joseph se acercó, cara a cara.

—Y sin embargo, no fuiste tú quien ella recordó.

Silencio.

Duro.
Tenso.
Cortante.


—No vine a pelear contigo

—dijo Alan al fin, tragando saliva con rabia—.

Solo vine a verla. A asegurarme de que no la vas a volver a romper.

—Entonces si de verdad te importa, cálmate.

Porque si despierta y te ve así…

lo único que vas a hacer es empujarla otra vez al borde.


Alan miró a Lili.
Tendida.
Frágil.
Con tubos, vendas y un rostro que parecía dormido desde hacía una vida.

Y su corazón se quebró en silencio.

—Ella me prometió que estaba mejor…

—susurró, la voz rota—. Me juró que estaba lista.

¿Por qué no vi que mentía?

Joseph no respondió.
Porque él también se hacía esa pregunta.


Ambos hombres se quedaron allí.
Uno de pie, firme y agotado.
El otro derrotado, a los pies de una cama

donde el silencio dolía más que los gritos.


—¿Vas a quedarte? —preguntó Alan con amargura.

Joseph no dudó.

—Sí.
Hasta que despierte.
Y después también.

Alan asintió con la mandíbula tensa.

—Entonces más te vale estar listo para cargar con todo lo que venga.

Porque si vuelve a caer… esta vez, ya no habrá nadie que la salve.


Y se fue.
Sin mirar atrás.
Dejando a Joseph con la presión de esas

palabras clavadas en el pecho como una daga.


Joseph regresó a su asiento.
Tomó la mano de Lili.
Y susurró, con la voz temblorosa por primera vez en días:

—Por favor… vuelve.
Solo… vuelve.


Esa noche, por primera vez, Mía movió los dedos.

Un pequeño gesto.

Como un susurro desde el abismo.

Capítulo 139: Entre dos mundos

Parte 1: En el abismo

Oscuridad.
Silencio.
Luego… una melodía.

Una voz.

—Zess… —susurró Lili.

Pero no era real.
Nada lo era.
El mundo en el que estaba atrapada era un rompecabezas roto,

piezas dispersas de su vida, de su amor, de su dolor.

Un lugar donde todo volvía a doler.

Caminaba por un pasillo blanco, eterno, con puertas a los lados.
Una se abría y la mostraba a los 13,

riendo con Zess mientras componían una canción.
Otra se abría y allí estaba su madre abrazándola,

llorando en silencio cuando creyó que su hija había muerto.
Una tercera… mostraba la caída.
El mar.
La roca.
La sangre.
La oscuridad.

Gritó.

Corrió.

Se chocó con otra puerta: la rueda de prensa.
Micrófonos.
Voces que la acusaban.
Insultos.
Flashes.
Y de pronto, el golpe.
El suelo.


—¡No puedo! —lloró, cayendo de rodillas—.

¡No quiero volver! ¡No quiero seguir!

Y entonces… lo escuchó.

Una voz.

—Estoy aquí.
Sigo aquí.

Joseph.

La voz atravesó la niebla.

Ella levantó la cabeza.

Allí, entre el humo, una imagen.

Joseph sosteniendo su mano, llorando sobre su cama.

—Despierta… —susurró él.

Y por primera vez, sintió que podía abrir una puerta hacia adelante.
Una que no era un recuerdo.

Una que era verdadera.


Parte 2: Afuera del mundo

Joseph no sabía cuánto tiempo llevaba sentado.
Horas.
Días.
Todo se mezclaba.

Había vuelto a quedarse dormido en la silla,

con los ojos rojos, cuando la puerta se abrió.

—¿Joseph? —la voz de Anyu fue suave, pero firme.

Él levantó la mirada, como un animal herido.

Anyu lo miró.
La barba sin afeitar.
Los nudillos enrojecidos de tanto frotarse las manos.
La ropa desordenada.
El cuerpo vencido.

—¿Comiste algo?
—No.
—¿Dormiste?
—Tampoco.

Ella dejó su bolso a un lado y se acercó.

—¿Alan estuvo aquí?

Joseph asintió sin mirar.

—¿Te golpeó?

Negó con la cabeza.

—Pero dijo lo que debía decir.

Anyu suspiró.

—Y tú… ¿vas a romperte ahora?

Joseph parpadeó.

—No puedo. No hasta que despierte.

Anyu se sentó frente a él.

—¿Y si no despierta?

El silencio fue cruel.

Él tragó saliva, conteniendo las lágrimas que le ardían en los ojos.

—Entonces… me quedaré aquí igual. Hasta que lo haga.


Ella lo miró con una mezcla de compasión,

dolor y rabia contenida.

—Zess también decía eso —dijo de pronto.

Joseph levantó la vista.

—¿Zess?

—Él también decía que se quedaría siempre…

que ella merecía alguien que no la soltara.
Y mira cómo terminó.

Joseph cerró los ojos, como si le hubieran golpeado el pecho.

—No compares…

—No estoy comparando.
Estoy advirtiéndote.
Lili no necesita que la adores.
Necesita que la sostengas.
Que te sostengas tú también.
No te mueras con ella si ella decide despertar.


Joseph se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.

—No sé si puedo más, Anyu.
Verla así… después de todo lo que luchó por volver a ser ella.
Después de todo lo que calló…

Anyu se arrodilló frente a él y le tomó las manos.

—Entonces deja de esperar como un mártir.
Haz algo.

—¿Como qué?

—Habla con ella. Cántale. Léele algo. Grítale si es necesario.
Pero no te sientes a morir en esa silla como si el amor no tuviera voz.


Joseph la miró.

Y por primera vez, respiró hondo.

Asintió.

Se levantó.

Se acercó a la cama.

Y comenzó a hablar.

—Lili…
No sé si puedes oírme.
Pero aún quiero que pelees.
Por ti.
Por mí.
Por Zess.
Por lo que dejaste escrito en cada nota que nadie escuchó.

—¿Recuerdas “Susurros a la distancia”?
¿Recuerdas cuándo dijiste que era tu despedida y yo no supe qué hacer?

—Pues esta vez no.
No me voy a quedar callado.


Tomó su guitarra.

Y tocó.

Una canción nueva.

Una que aún no tenía nombre.
Pero que solo decía sus sentimientos.

"Si vuelves, no prometo ser perfecto,
pero prometo no soltar tu mano.
Si regresas, no te pediré ser quien fuiste,
solo quédate, aunque el mundo no entienda tu dolor."


Y en medio de la melodía, Lili movió los dedos otra vez.

Anyu lo vio.

Joseph también.

Ambos contuvieron la respiración.

—Lili… —susurró Joseph, acercándose—. Estoy aquí.

Sus párpados se movieron.

Sus labios se entreabrieron.

Y aunque no habló…

Una lágrima rodó por su mejilla.

Había escuchado.


Capítulo 140: La otra cara del abismo

Un dia antes

El hospital se sentía cada vez más pequeño.

La habitación de Lili se había convertido en el centro de un universo

que parecía haberse detenido. Aun inconsciente,

ella seguía siendo el epicentro de todo: del amor, del dolor,

de la culpa, de la esperanza.

Joseph se mantenía a su lado.
Y aunque el cuerpo aguantaba, su mente comenzaba a desmoronarse.

Había momentos en los que se hablaba solo,

repitiendo frases que ella solía decirle.
A veces, le leía sus letras.
Otras, solo la observaba respirar.

Pero fue el mensaje inesperado de Alan lo que cambió todo.

"Tenemos que hablar. Tengo algo que mostrarte. Ven solo."

Joseph dudó.

Pero fue.


Alan lo esperaba en un café discreto, con el ceño

fruncido y una carpeta metálica en la mano.

Ya no parecía el hombre impulsivo de la última vez.

Esta vez, estaba frío. Determinado.

—Antes de que digas algo —dijo Alan, sin saludar—.

Solo escucha.

Colocó una memoria USB en la mesa.

—¿Qué es esto?

—Pruebas. Del hospital donde Lili fue ingresada

tras el accidente.

Videos. Informes. Registros. Testimonios médicos.

Joseph parpadeó, sin comprender del todo.

—¿Por qué…? ¿Por qué tienes esto?

Alan bajó la mirada.

—Porque yo estuve allí cuando la encontraron.

Yo firmé su ingreso. Yo la vi abrir los ojos sin saber cómo se llamaba.

Silencio.

Luego, Alan continuó:

—Quiero que organicemos otra rueda de prensa.
Tú y yo.
Esta vez vamos a contar la verdad.
Toda.


Joseph tragó saliva.

—¿Y qué esperas que pase con eso?

—Quiero limpiar su nombre.
Y el tuyo también.
Pero sobre todo, quiero que cuando despierte

—porque va a despertar—
… sepa que peleamos por ella.


Por primera vez en días, Joseph sintió que respiraba diferente.
Como si una chispa encendiera algo más allá del miedo.

—¿Y qué necesitas de mí?

—Tu presencia. Tu historia. Tu voz.
Y valor, Joseph.
Porque lo que vamos a mostrar… no va a ser bonito.


Dos días después, se confirmaba

públicamente la nueva rueda de prensa.
La noticia estalló en redes.

"Joseph Tamashi rompe el silencio.

Se avecina verdad explosiva."
"¿Regresa la justicia para Lili Saito?"

Y aunque muchos lo tomaron

con escepticismo, otros…
esperaban.
Con el corazón en la garganta.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Un blog con todo lo que me gusta, Fanfic ,Recomendaciones, entre otras cosas, que te pueden gustar. Pero recuerda este es mi espacio asi que no olvides comentar con moderación.