Post

domingo, 13 de julio de 2025

SUSURRO A LA DISTANCIA CAPITULO 111 - 120

Capítulo 111: Aunque no sea ella

La noche estaba cálida, cargada de humedad,

como si el mundo también necesitará soltar algo.

Joseph se encontraba en el balcón,

guitarra en mano,

intentando componer una melodía que no terminaba de nacer.
Había dejado la puerta abierta.
Una costumbre que empezó a tener desde que Mía vivía allí.

(Ella había vuelto a su departamento

hacia 3 dias, por consejo de Anyu)

Quizás para que el aire corriera.

Quizás para que ella entrara si lo deseaba.

Y esa noche, lo hizo.


Mía apareció en la puerta del balcón.
Pelo suelto.
Sin maquillaje.
Con una expresión que no podía ocultar

más lo que le pesaba por dentro.

—¿Puedo sentarme? —preguntó.

Joseph solo asintió, dejando la guitarra a un lado.

Se sentó junto a él, pero no lo miró directamente.

—Quería decirte algo.
Y me ha costado días… semanas.
Y quizás no sea el mejor momento, pero…

si no lo digo, me va a estallar adentro.

Joseph no interrumpió.
No la apuró.
Solo esperó.

—Yo no recuerdo quién era Lili.
No sé si volveré a ser ella.
Y me asusta que tú estés esperando a

alguien que tal vez no exista más.

Él abrió la boca para responder,

pero ella levantó una mano.

—Déjame terminar.

Respiró hondo.
La voz le temblaba.

—Lo que quiero decir es que…

aunque no pueda darte eso,

aunque no pueda entregarte los recuerdos

ni las canciones que alguna vez te escribí…
lo que sí puedo darte es lo que siento ahora.

Lo miró por fin.

Los ojos le brillaban, pero no por lágrimas.
Era otra cosa.

Determinación.

—Y lo que siento… es que desde que te vi por primera vez,

desde que estuviste en silencio a mi lado,

sin exigirme nada, sin presionarme para recordar, solo siendo tú…
algo dentro de mí comenzó a quererte.

Joseph tragó saliva.
Su corazón latía fuerte.
No se atrevía ni a moverse.

—No sé si eso es amor todavía.
No sé si lo será mañana.
Pero lo que sé… es que me gusta cómo me siento contigo.
Me gustas tú.
Aquí. Ahora.
No por lo que fuiste.
Sino por lo que eres cuando me miras.


El silencio cayó entre los dos.

Un silencio lleno de electricidad.
De alivio.
De miedo.

Joseph se acercó un poco, con la suavidad de

quien no quiere asustar a un ave herida.

—No estoy esperando a Lili —dijo al fin—.
Estoy aquí por ti.
Por quien sea que seas hoy.
Por quien vas descubriendo en cada paso.

Ella sonrió, aliviada.

—Entonces… ¿podemos empezar otra vez?

Él le tendió la mano, como si fuera la primera vez.

—Hola, soy Joseph.

Ella la tomó.

—Hola, soy Mía.
Y tal vez… también soy un poquito Lili.

Ambos rieron.
Y por primera vez en mucho tiempo,

el aire se sintió ligero.


No se besaron.
No se abrazaron.
Solo se quedaron ahí, uno junto al otro,

bajo el cielo cálido,
construyendo algo nuevo

sobre las ruinas de un amor que

no había muerto…

solo estaba esperando volver a florecer,

y también dándose cuenta que se puede amar y

elegir a la misma persona dos veces.

Capítulo 112: Algo que ya viví

No hicieron un plan.

Solo caminaron.

Mía le dijo que quería salir sin pensar, sin presiones, sin cámaras.
Joseph simplemente asintió y la siguió, como siempre.

Cruzaron calles, tomaron un guagua que no sabían a dónde iba.
Terminaron en una pequeña feria artesanal en las afueras.

Y durante horas, fueron solo dos personas.
Sin pasado.
Sin nombres grandes.
Sin heridas abiertas.

Ella probó dulce de coco.
Él compró una pulsera con cuentas azules y negras, y se la puso en la muñeca.
—No es igual, pero me recuerda a la que encontré en la playa —

dijo con una sonrisa tímida.

Mía no entendió del todo, pero no preguntó.

Porque aunque su mente no lo supiera, su piel sí lo recordaba.


Se sentaron luego en una banca, frente a un lago artificial.

Mía llevaba una paleta de cereza.
Joseph, un vaso de jugo de chinola.

—¿Te puedo preguntar algo raro? —dijo ella,

mirándolo con una media sonrisa.

—Pregunta lo que quieras.

—¿Te gustaba antes que hablara mucho?

Joseph se rió.

—Me gustaba que hablaras como si el mundo tuviera que escucharte.
Como si cada palabra tuya tuviera una canción dentro.

—¿Y si ahora ya no soy así?

—Entonces… me gustas callada también.
Porque aunque no hables, igual me dices tanto.


El sol comenzó a caer.
Mía se puso de pie para tomarse una foto junto al lago.
Joseph la miraba desde la banca,

pensando que no recordaba la última vez que había visto esa paz en sus ojos.

Y entonces, ocurrió.

Mía tropezó ligeramente, y cuando él se levantó para sostenerla…

el olor del agua, el reflejo del atardecer, sus manos en la cintura…
todo se alineó.

Y un recuerdo la golpeó de pronto.

Un atardecer en una playa.
Joseph tocando la guitarra.
Ella riendo, con una flor en el cabello.

—"No me cantes hoy una canción triste, Joseph… hoy no quiero llorar."
—"Entonces te cantaré con los ojos cerrados."

Mía jadeó. Se llevó la mano a la cabeza.

Joseph se acercó.

—¿Estás bien?

Ella lo miró. Temblorosa.

—Acabo de… verte.
No a ti de ahora. A ti… antes.
En la playa.
Cantando.
Yo tenía una flor.

Joseph se quedó helado.

—¿Lo recordaste?

Ella no respondió de inmediato.

—No todo. Solo… ese instante.
Pero fue tan real, Joe.
Tan claro.


Él quiso abrazarla, pero no lo hizo.
Esperó.

Ella dio un paso.
Luego otro.

Y fue ella quien lo abrazó.

Fuerte.

—Me asusta —susurró contra su pecho—.
Sentir que puedo amarte sin saber por qué.

Joseph acarició su cabello.

—No tienes que recordar todo de golpe.
Solo quédate.
Solo sé tú.
Y si un día recuerdas…
estaré aquí.


El atardecer cayó por completo.

Y en medio del bullicio lejano de la feria,
de la brisa,
del eco de un recuerdo que aún no termina de construirse,
se quedaron así: abrazados.

Como si se hubieran reencontrado.

Como si jamás se hubieran perdido.

Capítulo 113: Las preguntas que no sabía que sabía

El día había empezado tranquilo.

Mía y Joseph desayunaron en silencio, pero con sonrisas.
Compartieron fruta, tostadas, y una conversación tonta sobre nombres de canciones imaginarias.

Parecía un buen día.

Hasta que salieron a la calle.


Era una simple visita al mercado.
Un intento de vivir como dos personas normales.
Pero apenas cruzaron la esquina, una voz los detuvo.

—¡Lili! ¡Joseph! ¿Pueden dar unas palabras?

No eran uno.
Eran cinco reporteros.
Luego diez.

Y en menos de un minuto, una nube de micrófonos,

cámaras y gritos los envolvió.

Joseph se colocó delante de ella.

—Por favor, respeten su espacio —dijo con firmeza.

Pero no escuchaban.

—¿Lili, es cierto que fingiste tu muerte?

—¿Tienes un contrato secreto con Joseph?

—¿Recuerdas tus canciones anteriores?

—¿Es verdad que ya estabas en tratamiento

psiquiátrico antes de desaparecer?

Mía retrocedió.

Los flashes.
Las voces.
Los empujones.

Las palabras entraban como agujas.

Y entonces, lo sintió.

El vértigo.
El sudor frío.
Las imágenes que no sabía que tenía en la cabeza.

Una habitación blanca.
Una mujer gritando.
Un estudio de grabación.
Una botella rota.
Sangre.
Una habitación vacía.
Un balcón.

Todo a la vez.


—¡Mía! —gritó Joseph.

Ella no lo escuchó.

Sus piernas temblaron.
Y se desplomó.

Cayó en seco, como si alguien le hubiese arrancado el alma del cuerpo.


La imagen recorrió redes en minutos.

Una toma de Joseph cargándola desesperado.
Otra con su rostro pálido, desmayada.
Y un titular:

“¿La caída de la estrella renacida?”


Horas después, ya en casa, Mía dormía profundamente.
El doctor dijo que fue una crisis por trauma.
Una mezcla entre recuerdos reprimidos, presión emocional y ansiedad.

Joseph permanecía a su lado.
Le sujetaba la mano.
No quería soltarse ni un segundo.


Cuando Anyu llegó, no preguntó nada.
Solo lo abrazó.

—¿Recuerdas cuando decías que no sabías si ella volvería?

Joseph asintió.

—Creo que… está volviendo.
Pero también está doliendo.

Anyu suspiró.

—Así es con los renacimientos.


En la habitación, Mía murmuró dormida.

—Zess…

Joseph frunció el ceño.

Zess.

Ese nombre.

Sabía que era importante.
Sabía que no era nuevo.

Y entonces lo entendió.

Era el hermano de Lili.
El que había muerto.


El pasado no se estaba quedando atrás.

Estaba despertando.

Y Mía tendría que enfrentarlo todo…
aunque doliera.


Capítulo 114: El nombre que aún duele

La noche había caído sobre el

apartamento como una manta pesada.

Mía seguía dormida, con el ceño ligeramente fruncido,

como si su mente estuviera peleando con sombras antiguas.
Joseph no se movía de su lado,

pero sabía que necesitaba respuestas.
Y solo una persona podía dárselas.

Anyu.


En la cocina, Anyu servía chocolate caliente.
Tenía los ojos rojos, aunque intentaba mantener la compostura.
Cuando Joseph entró, no necesitó decir nada.

Ella solo se sentó frente a él, le pasó una taza,

y habló antes que él pudiera abrir la boca.

—¿Lo dijo dormida, verdad? El nombre.

Joseph asintió.

—Zess —repitió en voz baja—. Lo murmuró.

Como si lo estuviera buscando.

Anyu bajó la mirada.
Y por primera vez en mucho tiempo,

se permitió llorar sin contenerse.

—Zess… era mi novio —dijo al fin.

Joseph parpadeó.

—¿Qué?

—Yo tenía diecinueve. Él tenía dieciocho.

Lili apenas catorce.
Nos conocíamos desde niños,

pero cuando crecimos, fue inevitable.
Zess era… la música antes de la música para ella.
Y para mí, era… el primer todo.

Joseph no sabía qué decir.

—Cuando murió, algo se quebró en

Lili que nunca volvió a sanar del todo —continuó Anyu—.
Ella decía que no podía componer sin él.

Que su voz era el eco de la suya.
Lo admiraba tanto que llegó a

odiarse por sobrevivirle.

—¿Y tú? —preguntó Joseph con cuidado—. ¿Cómo lo llevaste?

Anyu se rió entre lágrimas.

—Yo me convertí en la roca para Lili.
Pero nadie preguntó quién sostenía a la roca.


Joseph bajó la vista.
El silencio se llenó de recuerdos que él no vivió,

pero ahora comenzaba a entender.

—Por eso te dolía tanto verla caer —dijo él.

Anyu asintió.

—Verla desaparecer fue como perderlos a los dos.
Primero Zess…
y luego ella.

Joseph respiró hondo.

—¿Cómo murió?

Anyu tragó saliva.

—Fue un accidente. Iban a tocar en un

pequeño evento local, los dos.

Lili se molesto con el y le dijo que no tocaría esa noche.
Lili aún no era conocida, pero Zess…

él tenía una chispa especial.
La lluvia comenzó de pronto.
Se resbaló bajando un equipo

del vehículo. Golpe seco.
Nadie lo vio venir.

—Mierda… —susurró Joseph.

—Murió con una libreta en la mano

—añadió ella, con una sonrisa triste—.
Una canción que había escrito con Lili.
Su favorita.

—¿Cómo se llamaba?

Anyu lo miró.

Susurros a la distancia.

Joseph cerró los ojos.
La misma canción.
La que Mía cantó en sueños.
La que parecía recordar sin saberlo.

Todo empezaba a encajar.
Y dolía.


—¿Crees que Zess tiene que ver con lo

que la hizo colapsar hoy? —preguntó Joseph.

Anyu asintió.

—Zess era su refugio.
Pero también su herida más profunda.
Y ahora que empieza a recordar…

todo eso está regresando con fuerza.

Joseph se pasó la mano por el rostro.

—Entonces debo estar listo.

—¿Listo para qué?

—Para amarla aunque recuerde lo peor.
Para no pedirle que vuelva a ser Lili.
Y tampoco dejar que se pierda siendo solo Mía.


Anyu lo miró con una mezcla de tristeza y esperanza.

—Zess estaría agradecido contigo.

—¿Por qué?

Ella sonrió.

—Porque tú sí respondiste a tiempo.

Capítulo 115: El piano junto al fuego

El apartamento estaba en silencio cuando Mía despertó.

Joseph dormía en una silla, a su lado.
Había pasado la noche velando su sueño.

Ella lo observó unos segundos.
Su respiración lenta. La cabeza inclinada.
La guitarra a medio abrazar.

Y entonces, ocurrió.


No fue un recuerdo claro.
No fue un sueño tampoco.

Fue una sensación, un olor, una imagen que estalló detrás de sus ojos.

Un teclado de piano viejo, las teclas desgastadas.
Una lámpara cálida.
Y él, Zess, tocando con los ojos cerrados.

—“Si un día no puedo quedarme,

prométeme que cantarás por mí…”

Ella estaba sentada junto a él.
Joven. Riendo.
Con un cuaderno en la mano.

—“No quiero cantar sin ti.”
—“Pero si no estoy, cantarás para que me

escuchen donde esté.”

La frase se clavó en su pecho.

La voz de Zess, su hermano.
La noche que escribieron la

primera estrofa de Susurros a la distancia.


Mía se sentó en la cama, jadeando.

Joseph se despertó al instante.

—¿Mía?

Ella lo miró.
Tenía los ojos húmedos, pero no de miedo.

—Lo vi…
A mi hermano.

Joseph se levantó rápido, acercándose.

—¿Zess?

Ella asintió.

—Estábamos… componiendo.

Él tocaba el piano.

Me decía que, si él no estaba, debía cantar por él.

Joseph tragó saliva.

—Mía… esa canción. Susurros a la distancia.
La grabamos juntos. Está en el álbum.

Ella parpadeó.
—¿Qué?

Él se sentó junto a ella.

—La compusiste en honor a Zess.

Dijiste que era su canción.
Y la grabamos juntos, un año antes de que…
Antes de que todo se rompiera.


Mía se tapó la boca con una mano.

—No recuerdo haberla grabado.

Ni siquiera sabía que existía…

—Pero sí recuerdas el momento en que nació

—dijo Joseph con suavidad—.
Y eso es más importante que cualquier archivo.

Ella cerró los ojos.

—¿Puedo… escucharla?

Joseph asintió.

Fue hasta su celular.
Buscó el archivo.

Cuando la voz de ella —de Lili—

empezó a sonar, todo en el cuarto se detuvo.

"Si mis pasos no te alcanzan,
grita al cielo sin temor,
que mis notas vuelan alto,
donde el alma no murió."

Mía se llevó una mano al corazón.

Su voz.
Esa voz.

Esa era ella.
Y aún así… no se reconocía del todo.


—¿Te molesta si…

la volvemos a cantar algún día? —preguntó Joseph—.
Juntos. Solo si tú quieres.

Mía lo miró.
Sonrió, pequeña, temblorosa, pero firme.

—Quiero cantarla otra vez.
Esta vez… quiero recordarlo todo.

Capítulo 116: Cuando la voz se parece al alma

El estudio improvisado en el apartamento estaba en silencio.

Mía sostenía el micrófono con ambas manos,

como si fuera una promesa frágil.

Joseph ajustaba los niveles desde su laptop,

dándole espacio, pero sin dejar de mirarla.

—No tienes que cantar toda la canción hoy

—le dijo con suavidad—. Solo… siente lo que quieras decir.

Mía asintió.
Tenía el cabello recogido en una trenza floja, y vestía una

camiseta de Joseph que le quedaba grande.
Se veía más joven. Más vulnerable. Más ella.

—¿Qué hago si no la recuerdo completa?

—Improvisa.
O cántala con tus emociones, no con tu memoria.


La música comenzó.
Una versión más suave, más lenta que la original.

Cuando Mía escuchó los primeros acordes del piano, cerró los ojos.

Y cantó.

La voz salió temblorosa. Pero viva.

"Si mis pasos no te alcanzan..."

Y entonces se detuvo.

No porque olvidara.
Sino porque el nudo en su garganta fue más fuerte que las palabras.

Joseph no apagó el audio.
Solo se acercó.
Le tocó el hombro.
Y dijo:

—Estás haciéndolo bien. No estás sola.

Ella volvió a intentar.

"Si mis pasos no te alcanzan,
y no queda más que el mar…"

Su voz se quebró.

Pero no se detuvo.

"Te buscaré en cada nota,
en el eco de cantar."


Los ojos de Joseph se humedecieron.
Había escuchado esa canción cientos de veces.

Pero esta vez,
no era Lili.
Ni Mía.
Era ambas.

Era una niña cantando con el alma rota.
Una mujer reconstruyendo sus fragmentos.

Era ella.


Cuando terminaron, no hablaron.

Solo se quedaron sentados en el suelo del estudio,

espalda contra la pared, con las luces apagadas.

—No sabía que extrañaba cantar tanto —susurró Mía—.
Como si una parte de mí hubiera estado encerrada.

Joseph no respondió.

Solo entrelazó su mano con la de ella.

Y por primera vez desde que la encontró,
sintió que la estaba conociendo de nuevo.
No a Lili.
Ni a Mía.
Sino a quien estaba naciendo entre ambas.


—¿Te molesta si te hago una pregunta tonta? —dijo ella,

con una sonrisa apagada.

—Dime.

—¿Qué pensaste la primera vez que me viste después de… todo?

Joseph la miró, y respondió sin dudar.

—Pensé que la vida me estaba dando otra oportunidad.
Y que esta vez… no pensaba fallarla.

Mía apoyó la cabeza en su hombro.

—Gracias por quedarte.

—Gracias por volver.

Capítulo 117: El sonido de lo no dicho

No sabían cómo pasó.

Quizás fue un error del software.
O tal vez alguien accedió sin permiso a los archivos del estudio de Joseph.

Pero aquella grabación, ese ensayo íntimo de

“Susurros a la distancia”

que Mía había cantado entre lágrimas…

terminó en redes.

No la versión del álbum.
No una entrevista editada.
Era ella.
Sin maquillaje.
Sin luces.
Cantando desde una herida que aún sangraba.

Y se volvió viral.


Los comentarios llegaron como una marea:

“¿Esa es Lili? ¡Ella está viva!”
“No puede ser solo una coincidencia.”
“Su voz… esa emoción… ¿quién podría fingir eso?”
“Ahora entiendo por qué Joseph nunca negó nada.”
“Duele escucharla. Duele porque ella no esta”


Mía se enteró por Anyu.

Joseph no quiso mostrárselo.
Pero ella lo buscó por su cuenta.
Y lo vio.

Se escuchó a sí misma llorando entre versos.
Se vio tratando de recordar un amor, un hermano,

un mundo que había perdido.
Y por primera vez… no sintió vergüenza.

Sintió Paz.

—¿Estás bien? —le preguntó Joseph, temiendo la respuesta.

Ella lo miró.

—No lo sé.
Pero ya no tengo miedo de que me vean rota.


Mientras los medios volvieron a girar hacia ella,

los titulares cambiaron de tono.

“¿La estrella perdida está volviendo a brillar?”
“La voz detrás del silencio: el ensayo más humano del año.”

Y mientras eso ocurría,
en otra parte de su corazón,
otra historia también empezaba a cerrarse.

Capítulo 118: Lo que duele sin romperse

Alan llegó puntual.

Mía lo esperaba en el pequeño café que solían frecuentar.
Ella llevaba su cabello suelto,

sin maquillaje, y una libreta entre las manos.

Alan se sentó frente a ella.
No sonrió.
Tampoco ella.

—Vi el video —dijo él—.
Todo el mundo lo ha visto.

Mía bajó la mirada.

—No era la intención.

—Lo sé. Pero fue hermoso.
Y ese amor no era mío.

Ella alzó los ojos.
Dolidos.
Llenos de culpa.

—Lo intenté, Alan.

—Yo también.


Hubo un silencio largo.
De esos que ya no necesitan palabras,

porque las despedidas no se hacen con ruido.

—Cuando te conocí, estabas vacía —dijo él, sin rencor—.
Y yo quería llenarte.
Pero… solo estabas dormida.

Ella apretó la libreta contra el pecho.

—No quiero que pienses que te usé.

—No lo creo.
Solo que nunca fui el lugar al que querías volver.


Alan la miró una última vez.
Se grabó su rostro en la memoria.

—¿Tú lo amas?

Mía no respondió.

Pero sus ojos… sí.

—Él fue parte del dolor que me rompió —susurró ella—.
Pero también está siendo parte de lo que me reconstruye.

Alan asintió.

Se levantó.

—Solo prométeme una cosa.

—Lo que sea.

—Si vuelves… hazlo completa.
Para ti.
No por nadie más.


Mía lo vio alejarse por la ventana.
No lloró.
No hizo drama.

Pero algo se fue con él.
Algo que no era amor.
Sino la posibilidad de otro camino que ya no tomaría.


Esa noche, escribió en su libreta:

“Gracias por sostenerme mientras

yo aprendía a sostenerme sola.”

Y cerró la página.


Capítulo 119: Lo que callamos para seguir vivas

Anyu la encontró en la terraza.

Mía estaba descalza, sentada sobre una manta,

con la vista fija en las luces lejanas de la ciudad.
Entre sus dedos, una taza de té ya frío.
En sus ojos, algo se estaba decidiendo.

—Sabes que si quieres que me quede en

silencio, lo haré —dijo Anyu, sentándose a su lado.

Mía giró apenas el rostro.
No necesitaban protocolo.
Había confianza suficiente

para ir directo al centro del pecho.

—Voy a hablar.

La voz de Mía no tembló.
Pero sí su respiración.

—No porque me estén presionando.

No porque haya un contrato.
Sino porque… si no lo hago yo,

otros seguirán escribiendo la historia que no vivieron.

Anyu bajó la mirada.

—Te van a destrozar, Mía.

—Ya lo hicieron una vez —respondió ella—.
Me acusaron de fingir mi muerte.

Me señalaron como la amante,

la manipuladora, la reemplazo de mí misma.

Me quitaron la voz.

—Y la estás recuperando.

—Sí… pero aún no me reconozco del todo en ella.


Anyu la observó con ternura.

—A veces, para encontrar quién eres,

tienes que contar todo lo que fuiste.

—¿Incluso lo que no quiero recordar?

—Especialmente eso.


Mía apoyó la cabeza sobre el hombro de su mejor amiga.

—¿Sabes qué me da más miedo?

—¿Qué?

—Que cuando cuente mi verdad…

haya alguien que aún prefiera creer la mentira.

—Eso pasará. Pero también

habrá alguien que la escuche y diga: “esa soy yo”.
Y esa persona te necesitará más

que todos los aplausos.


El silencio se instaló un momento más.
Solo se oía el viento.

—Zess estaría orgulloso de ti —murmuró Anyu.

Mía se sonrió.

—¿Tú crees?

—Sí. Porque no estás cantando solo para él.
Ahora cantas también para ti.


Mía se incorporó.
Miró al cielo.

—Entonces voy a hacerlo.
No para limpiar mi nombre.
Sino para dejar de esconderlo.

Anyu la abrazó por detrás.

—Te amo, Lili…
O Mía.
O quien sea que estés siendo ahora.

—Gracias.
Por no dejarme sola cuando ni yo sabía quién era.



Capítulo 120: Primera palabra

El día comenzó más gris de lo habitual.

El cielo sobre Santo Domingo amenazaba lluvia, y

Mía lo tomó como una señal: no sería un día cualquiera.
No podía serlo.


Amaneció antes que el resto.

Se preparó en silencio, dejando que los sonidos de la cafetera

y el vapor de la ducha ocuparan

los espacios que sus pensamientos no podían.

Anyu la esperaba en la cocina,

con una taza de chocolate caliente.
Joseph, sentado en la mesa,

la miraba con una mezcla de orgullo y temor.
Como quien mira a alguien al borde de una cornisa…

y sabe que saltar es la única forma de volar.

—¿Segura? —preguntó él, aún sabiendo la respuesta.

—No. Pero lo voy a hacer igual.


El estudio estaba preparado.

Una producción sencilla: una sola cámara,

un sillón blanco, una planta detrás.
Nada de brillo. Nada de espectáculo.

Solo ella, Mía Saito a solas con su verdad.

Al llegar, los flashes se dispararon fuera del edificio.
A pesar del intento de mantenerlo bajo perfil,

la noticia de la entrevista ya había volado por redes.

“Lili está viva.”
“Mía hablará por fin.”
“¿Verdad o estrategia de marketing?”


—Respira —susurró Anyu, acomodándole un mechón detrás de la oreja—.
No le hables al mundo.
Háblale a la tú que sobrevivió.

Mía tragó saliva.
Miró a Joseph.

—¿Estarás viéndola?

—En cada segundo.

—¿Y si me quiebro?

—Entonces la gente verá que fuiste humana antes que artista.


La conductora, una periodista de trayectoria respetuosa,

la recibió con una sonrisa templada.

—Hoy no vengo a preguntar por tus canciones.
Vengo a escuchar lo que quieras decir.

Mía asintió.
Ajustó el micrófono.
Y empezó a hablar.

—Mi nombre… es Mía.
Pero durante años fui Lili Saito.
Cantante. Hermana. Pareja. Hija.
Y luego, desaparecí.
Primero en los titulares.
Después en mí misma.


Las palabras salieron lentas.
No todas hiladas con precisión, pero sí con los sinceridad.

Habló del accidente.
Del vacío.
De despertar sin nombre.
De Alan.
De Joseph.
De cómo se fue construyendo otra vez

sin saber si era reconstrucción o reinvención.

—Me dijeron muchas veces que fingí mi muerte.
Pero… lo que murió fue mi vida tal y como la conocía.
Y desde entonces, estoy luchando por recuperarla.


Un nudo se instaló en su garganta cuando habló de Zess.

—Mi hermano fue mi primer público.
Mi primera voz compartida.
Él me enseñó que cantar no era solo hacer ruido bonito,

sino contar algo que el alma no podía callar.

—¿Y si ahora la gente sigue sin creerte? —preguntó la periodista.

—Entonces que no me crean.
No estoy aquí para convencer.
Estoy aquí para existir.
Para mí. Para quienes también han tenido que empezar desde cero.


La entrevista no había terminado y ya era tendencia mundial.

“Nunca la habíamos visto así.”
“Esto no fue un performance.

Esto fue una verdadera confesion.”
“Gracias por hablar, Lili. O Mía. O ambas.”


Cuando se apagaron las cámaras, Mía no lloró.

Solo se quedó quieta.
Sintiéndose liviana.

Como si al fin, su voz le perteneciera de nuevo.


Tras bastidores, Joseph la esperaba con los brazos abiertos.
No dijo nada.

Solo la abrazó.

Y en ese abrazo,
ella supo que el verdadero escenario,
siempre había estado en su interior.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Un blog con todo lo que me gusta, Fanfic ,Recomendaciones, entre otras cosas, que te pueden gustar. Pero recuerda este es mi espacio asi que no olvides comentar con moderación.