Post

jueves, 17 de julio de 2025

SUSURRO A LA DISTANCIA CAPITULO 141 - 150

 Capítulo 141: Pruebas que no se pueden negar

La sala estaba llena.

Cámaras.
Luces.
Micrófonos.
Reporteros nacionales e internacionales.

Al centro, una mesa simple.
Dos sillas.
Y una pantalla de fondo.

Joseph llegó con traje oscuro.
Ojeras marcadas.
Mirada afilada.

Alan llegó después.
Con el mismo semblante tenso, pero con algo distinto en los ojos: propósito.


—Gracias por venir —comenzó Alan—.
Lo que verán hoy no es una defensa.
Es un acto de verdad.
Uno que debió salir hace meses.


El primer video comenzó.

Corte N°1:
Lili llegando en ambulancia.
Con rasguños en el rostro.
Moretones.
Inconsciente.
Fecha: 1 semana ante de que el mundo creyera que había muerto.

Corte N°2:
Lili despertando en una camilla, rodeada de médicos.
Sus primeras palabras:
—¿Dónde… estoy?

Corte N°3:
Un médico hablando a cámara:

—La paciente ingresó sin identificación.

Estaba en estado crítico,

con contusiones múltiples y amnesia retrógrada severa.

No recordaba su nombre, su país ni eventos recientes.

Corte N°4:
Grabaciones de las primeras sesiones de rehabilitación.
Lili aprendiendo a escribir de nuevo.
Tartamudeando al leer.
Llorando cuando le preguntaban por su familia.

El silencio en la sala era absoluto.
Algunas periodistas comenzaron a llorar.


—Ella no fingió su muerte.
Ella sobrevivió.
Y olvidó.

Dijo Alan.

—Y mientras la señalaban, la humillaban y la culpaban…

ella estaba luchando por recordar quién era.
Nadie sabía.
Solo nosotros.
Y el dolor.

Joseph habló entonces.

—Yo no estuve en esos primeros dos meses.
Y no me lo voy a perdonar jamás.
Pero desde que supe que estaba viva, he peleado.
Por ella.
Por su historia.
Por su voz.

—Y hoy… su voz vuelve a sonar.


Pusieron entonces el audio de Lili en el camerino,

el que se había filtrado semanas antes

pero que muchos no habían escuchado completo.

"Lo siento… quería estar ahí contigo, Joseph, pero no pude.

Me congelé. Todo volvió. Las luces, los gritos, las preguntas.

No soy fuerte como antes…"

"Pero te amo. Lo sabes, ¿verdad?

Lo sabes, aunque no pueda subir contigo al escenario.

Aunque esta no sea la versión de mí que querías."


La sala entera se estremeció.

Joseph se aclaró la garganta.
Y dijo una última cosa:

—Lili Saito no murió.
Ni física ni artísticamente.
Solo necesitaba que el mundo dejara de gritar,

para poder escuchar su propia voz.

Y cuando vuelva…

—...la van a escuchar más fuerte que nunca.


Afuera, el mundo estalló.

#LiliSaitoInocente
#PerdónLili
#JusticiaParaLili
#AlanYJoseph
#VerdadEnPantalla


Esa misma noche, los dedos de Lili volvieron a moverse.
Pero esta vez, con más fuerza.

Y una lágrima cayó de sus ojos cerrados.
Como si hubiera escuchado todo.




Capítulo 142: Al borde del despertar

Todo es blanco.
Un blanco suave, casi cálido.
Como si el mundo hubiera sido cubierto por una nube sin forma.
Sin ruido.

Solo hay una cosa presente: ella misma.
Pero no se reconoce por completo.
No al principio.

¿Soy yo?
¿Quién era… antes de esto?

Y entonces…
Las voces.

Lejanas al principio.
Pero constantes.
A veces suaves, otras desesperadas.

—“Te amo…”
—“Perdóname…”
—“Vuelve, Lili…”
—“No me dejes otra vez…”

Joseph.
La voz la atraviesa.
La arrastra como la marea.

Entonces llegan las imágenes:
Ella en un escenario.
Ella escribiendo.
Ella gritando sola en un baño.
Ella cayendo.
El agua.
El mar.
El silencio.

Y Zess.
Su sonrisa.
Su abrazo.
Su canción.

"Susurros a la distancia…"

El título le explota en el pecho.

Yo la escribí… —murmura, en esa dimensión flotante.


Y luego viene la sombra.
La presión.
Los insultos.
Las cámaras.
La botella estrellándose.
El vidrio en su piel.
Las redes sociales diciendo que se lo merecía.
Los sellos cancelando.
Las puertas cerrándose.
El amor volviéndose veneno.

¿Para qué volver… si allá todo duele?

Y entonces… el video.

Ella escuchándose a sí misma decir:
"Perdón. No soy la versión de mí que querías."

Y alguien responde.
Fuerte.
Claro.

Sí lo eres.
Eres tú.
Y eso me basta.


Una lágrima atraviesa su mejilla, en el mundo real.
Pero ella no lo sabe.

¿Joseph?… ¿Estás ahí?
¿Me escuchaste?
¿Me creíste?

Entonces…
Una canción.
Una de las nuevas.
Una que no conoce del todo.
Pero que habla de ella.

“Si regresas… no te pediré ser quien fuiste.
Solo quédate…”

Su corazón da un salto.
Una chispa.

¿Regresar?
¿Puedo… regresar?

Y entonces, lo decide.

Lentamente.
Con todo el miedo.
Con todo el amor.

Abre los ojos.


Parte 2: Luz difusa

La habitación del hospital está en penumbra.
Solo la lámpara de lectura encendida.

Joseph está recostado sobre el borde de la cama, sosteniéndole la mano.
Hay lágrimas secas en su rostro.
Un cuaderno abierto en su regazo con letras a medio escribir.

—Jo… —su voz es apenas un susurro seco.

Él no la escucha al principio.

Ella aprieta su mano.

Él se sobresalta.

Se gira.

La ve.

Sus ojos están abiertos.

—¡Lili! —casi se atraganta con el aire al gritar—. ¡Lili, me escuchas!

Ella asiente, apenas.
Todo duele, pero está viva.
Consciente.

Él se lanza hacia ella, sin tocarla del todo.

—Estoy aquí… no te vayas, por favor.

Ella lo mira.

Y rompe en llanto.

—No quería irme —balbucea—. Pero me perdí.
Me dolía tanto… todo…

Él la abraza con delicadeza, temblando.

—Ya estás aquí.
Eso es lo único que importa.


En la puerta, Anyu llora en silencio, viendo la escena.
Sabe que no es momento para ella.
Pero por fin, por fin su amiga ha vuelto.


Joseph la mira a los ojos.

—Hay mucho que pasó mientras dormías.
Pero peleamos por ti, ¿sabes?

Ella asiente.

—Vi cosas… no sé si reales…
—Fueron reales —responde él—. Y también lo fue nuestro amor. A pesar de todo.

Ella sonríe débilmente.

—¿Y la gente?

Joseph acaricia su cabello.

—Vieron la verdad. Y están esperando…
Pero no tienes que hacer nada ahora.

Lili respira profundo.
Cierra los ojos por un segundo.

—¿Puedo tener… tiempo?
Solo un poco más.

—Todo el que necesites.

Pero incluso ahora, con todo el caos en pausa, Joseph sabe:
Cuando el mundo descubra que ella ha despertado…
nada volverá a ser igual.


Capítulo 143: Entre el silencio y el eco

El amanecer llegó como un susurro tímido.
Por primera vez en semanas, Lili abrió los ojos con plena conciencia.

A su alrededor, el mundo seguía.
El zumbido de las máquinas.
El tenue aroma a desinfectante.
La piel cálida de Joseph junto a la suya, dormido,

aún aferrado a su mano como si soltarla pudiera significar perderla otra vez.

Ella lo observó largo rato.

“No debería estar aquí… pero tampoco quiero estar en otro lugar.”

Cada fibra de su cuerpo dolía.
Pero su alma… empezaba a recomponerse.

No recordaba todo.
Pero recordaba lo suficiente.

Zess.
La música.
El acantilado.
Las canciones.
Joseph.
El amor.
La caída.
El dolor.

Y también recordaba algo más: la ausencia.
Los días oscuros.
La soledad.
La decisión.

Cerró los ojos.
Y lloró en silencio.


Un par de horas después, Anyu llegó.

Joseph seguía dormido.

Lili la vio desde la cama y cuando sus miradas se encontraron,

Anyu se quebró por completo.

—Idiota —susurró, acercándose—. Eres una idiota… pero estás viva.

Lili extendió los brazos con torpeza.
Anyu se inclinó y la abrazó.
Con fuerza.
Con ternura.
Con desesperación.

—No sabía… cómo sobrevivir sin ti —dijo Anyu, con la voz rota.

—Yo tampoco sabía cómo regresar —confesó Lili.

Se abrazaron durante minutos enteros.
Lloraron.
Rieron entre lágrimas.
Sanaron un poco.


—¿Todos… saben que desperté? —preguntó Lili después.

Anyu negó.

—Aún no.
Joseph y yo decidimos que tenías derecho a elegir

cómo y cuándo volver al mundo.

—No sé si quiero…

—No tienes que hacerlo ahora —la tranquilizó—.

Pero algún día vas a querer contar tu versión.

—¿Y si no me creen?

—Esta vez sí lo harán —aseguró Anyu—.

Porque esta vez no estarás sola.


Más tarde, en la sala de conferencias del hospital,

Joseph hablaba con la prensa.

Las noticias de la rueda de prensa anterior

seguían girando como torbellino,

y los medios ya intuían que algo había cambiado.

—No daremos declaraciones sobre el estado clínico de Lili

—dijo Joseph ante los micrófonos—.

Solo puedo decir que sigue luchando, y que su historia no termina aquí.

Un periodista preguntó:

—¿Qué le dirías a quienes aún dudan de que ella no fingió?

Joseph lo miró fijo.

—Que hay cicatrices que no se ven.
Y si no pueden entender eso, no merecen su música, ni su alma.


Más tarde, Joseph volvió a la habitación.
Lili dormía otra vez.

Anyu lo miró con atención.

—No sabe si quiere volver a ser “Lili Saito”.
Quizá ya no pueda.

Joseph asintió.

—Entonces no tiene que serlo.
Solo tiene que ser ella.
Y yo estaré aquí, como sea que decida vivir.


Mientras la tarde caía, los reporteros se agolpaban afuera.
Las redes especulaban.
Los rumores crecían.

Pero por dentro, en esa pequeña habitación,
una verdad distinta se sembraba con calma:

"No todo se sana con el tiempo…
…pero todo comienza al abrir los ojos."

Capítulo 144: Dónde estabas cuando me quebré

El sol comenzaba a ocultarse tras la cortina de la habitación.
Una tenue luz anaranjada bañaba el rostro de

Joseph, quien estaba sentado frente a la ventana,

con las manos temblorosas, mirando a Lili con el corazón en la garganta.

Ella ya estaba despierta desde hacía un rato.
Pero no había dicho nada.
Hasta ahora.

—Necesito que me mires —dijo Lili, con voz firme, sin rodeos.

Joseph giró lentamente.
Sus ojos estaban rojos.
Pero no dijo nada.

Lili tomó aire.
Sus dedos estaban apretados sobre la sábana.
Sus labios temblaban, pero no vaciló.

—Quiero que escuches todo lo que callé.
No quiero que interrumpas, ni que me expliques.
Solo escucha.

Joseph asintió, en silencio.
Y ella empezó.

—Cuando todo explotó, te busqué.
Te escribí.
Te llamé.
Te grité.

Su voz se quebró, pero no se detuvo.

—Quería creer que vendrías. Que dirías algo.
Que al menos contestarías un maldito mensaje.
Pero no lo hiciste.

Joseph bajó la mirada.
Lili lo obligó a alzarla.

—Y luego salió esa foto.
Tú, con Kaori.
En una cafetería.
Riéndose.

Un nudo se formó en su garganta.

—Mientras yo no podía dormir.
Mientras tenía miedo de salir a la calle.
Mientras me insultaban en cada stream, en cada mensaje,

en cada rincón de internet.
Mientras me decían que me lo merecía.
Tú…
sonreías.

Joseph intentó hablar.
Lili alzó la mano.

—No.
Aguanta.

Ella apretó los dientes.

—Ese día casi me corto el cabello en pedazos.
Me golpeé a mí misma.
Vomité del asco que me tenía.
Pensé que tú también me odiabas.

Una lágrima rodó por su mejilla.
Pero no se limpió.

—Tú eras mi refugio.
Y cuando el mundo se volvió contra mí…
no solo no me defendiste.
Desapareciste.

Se hizo un silencio largo.
Denso.

Joseph temblaba.
Entonces habló.

—Estaba en Panamá —dijo, con voz ronca—. En el estudio.
El álbum…
Lo estaban lanzando.
Kaori apareció con su equipo de abogados y

me amenazó con filtrar una historia que

destruiría todo si no la dejaba decir lo que dijo.
Me chantajeó.

—¿Y qué hiciste? —preguntó Lili, con una mezcla de dolor y rabia.

—Me congelé.
Me quedé en silencio.
Tenía miedo.
Pensé que si decía algo, solo te haría más daño.
Que todo escalaría.
Así que… me callé.

—¿Te callaste? —repitió ella—.
¿Viste cómo me destruían viva y lo único

que hiciste fue quedarte callado?

Joseph asintió, con lágrimas cayéndole.

—Sí.
Y fue el error más grande de mi vida.

Lili negó con la cabeza.

—Yo no necesitaba que fueras perfecto.
Solo necesitaba que estuvieras.

Joseph se arrodilló frente a ella.

—Lili… no hay disculpa suficiente.
No tengo excusas.
Estaba tan atrapado en lo que venía, que me olvidé de cuidarte mientras caías.
Y cuando reaccioné… ya te habías ido.

Ella lo miró en silencio.

—¿Sabes lo que fue despertarme cada día y no tener ni siquiera tu voz?
Ver cómo Kaori versionaba nuestras canciones,

tus letras, mi dolor, como si fueran suyos.
Ver cómo todos aplaudían su mentira

mientras yo me rompía sola.

Joseph cerró los ojos con fuerza.

—Quiero enmendarlo —susurró—.
No sé cómo.
Pero no me voy a mover de tu lado.
No otra vez.

Ella respiró hondo.
Sus ojos seguían húmedos.

—No sé si puedo perdonarte aún.
No sé si tengo la fuerza.
Pero…
necesitaba que lo supieras.

—Gracias por decírmelo —dijo él—. Aunque duela.
Me lo merezco.
Y más.

Se quedaron en silencio.

Entonces, Lili bajó la mirada y murmuró:

—Pensé que nunca más te vería.
Y que si te veía, no tendría valor de decir nada.
Pero ahora…
Al menos ya no lo tengo guardado.

Joseph se levantó.
Se sentó a su lado.
Y le ofreció su mano, sin exigirla.

—Solo quiero que sepas que… estoy aquí.
Y no me pienso ir.
Si algún día me necesitas.

Ella dudó un segundo.
Y luego, la tomó.

No fue un perdón.
No fue una reconciliación.

Fue un paso.
Uno doloroso.
Pero honesto.


Afuera, los medios seguían buscando titulares.
Pero nada de eso importaba en esa habitación.

Porque por primera vez en mucho tiempo…
alguien había escuchado.
Y alguien había hablado.


🕊 Capítulo 145: Donde debería sentirse hogar

La brisa cálida del Caribe acarició su rostro cuando bajó del auto.

Lili estaba de vuelta en su casa.
El jardín con las flores marchitas.
La puerta con la pintura desconchada.
Las cortinas que Anyu había cerrado hace meses.
Todo lucía como si hubiera estado en pausa,
esperando que ella regresara. (cuando fue Mia no toco nada)

Pero ella… no sentía que pertenecía allí.

Joseph bajó tras ella, cargando una pequeña maleta.
Su silencio era cuidadoso.
Respetuoso.
Doloroso.

Lili entró primero.
El olor a polvo, a madera vieja y a recuerdos secos la golpeó en el pecho.
Miró a su alrededor, y por un segundo, una punzada la atravesó:

“Aquí fue donde todo empezó.
Y donde todo se rompió.”

—Puedes dejar las cosas en la habitación —dijo sin mirarlo.

Joseph obedeció.
No preguntó si iba a quedarse allí también.


Esa noche no hubo música.
No hubo charlas.
Ni siquiera cena.

Lili se encerró en su cuarto, con la puerta entreabierta.
Joseph se quedó en la sala, mirando una foto de ellos colgada en la pared.
Una donde ella reía con los ojos cerrados.
Él la sostenía de la cintura.
Parecían eternos.

“¿Volveremos a ser esos?”, pensó él.
Y no tuvo respuesta.


Horas después, Lili se miraba al espejo.

El anillo aún estaba en su dedo.
Pesaba.
Como una promesa que ya no sabía si podía cumplir.

Se lo quitó.
Lo sostuvo en la palma.
Lo apretó.
Y luego…
Lo volvió a poner.

No sabía por qué.

No se sentía lista para soltarlo,
pero tampoco se sentía digna de llevarlo.

Se acostó sin apagar la luz.
El techo parecía más lejano.
Más frío.

Y entonces, en el silencio, se preguntó:

“¿Lo amo todavía… o solo amo lo que fuimos?”

La duda dolía.
Y dolía más porque no tenía una respuesta clara.

Recordó a Joseph durmiendo en el sofá de la habitación del hospital.
Recordó sus ojos cuando le pidió perdón.
Recordó el calor de sus manos.
Pero también recordó el vacío,
la foto con Kaori,
el silencio cuando más lo necesitó.

“¿Y si ya no soy Lili?”
“¿Y si Mia se quedó con algo de mí… que no puede volver?”


Al día siguiente, él le preparó café.
Lo dejó en la mesa sin decir nada.

Ella lo bebió sin mirarlo.

Había una barrera invisible entre ambos.
No era odio.
No era desprecio.
Era confusión.
Dolor.
Y temor.

Él quería acercarse.
Pero sabía que si lo hacía sin permiso, la perdería.

Ella quería decir algo.
Pero temía que al decirlo en voz alta, se quebraría otra vez.


Más tarde, Anyu pasó a visitarla.
Lili sonrió por primera vez en días.
Y Joseph… se fue a caminar por la playa.

Anyu notó la mirada perdida de su amiga.

—¿Te sientes bien? —preguntó.

Lili negó, suavemente.

—No sé si soy la misma.
No sé si quiero volver a serlo.

—¿Y Joseph?

—Lo amo —dijo sin pensar.
Pero luego murmuró—:
O lo amé.
Y no sé si eso fue antes de caer… o después de romperme.

Anyu la abrazó.

—Está bien no saberlo.
No te presiones.
Pero tampoco huyas.

—No estoy huyendo —dijo Lili, apenas audible.

Anyu sonrió con tristeza.

—No… solo te estás alejando lento.
Pero el amor… si aún queda algo ahí, te va a encontrar.


Esa noche, Lili salió al balcón.
Joseph estaba ahí, sentado solo, mirando el cielo oscuro.

Se sentó a su lado.
Ninguno habló.

Y luego, ella dijo:

—No prometas que todo será igual.

Joseph la miró.

—No lo haré.
Solo prometo… que si me dejas, voy a construir lo que necesites.
Aunque ya no se llame amor.

Lili lo miró por un momento.

No lo abrazó.
No lo besó.
Pero se quedó ahí.
A su lado.
Con la brisa enredándose en sus dedos.
Y el anillo aún en su mano.



Capítulo 146: Lo que temes perder

(Cuando salió de la casa en el capítulo anterior)

La tarde comenzaba a oscurecer en Santo Domingo.
Joseph caminaba por el malecón, con una gorra baja y gafas oscuras.
No por esconderse de los fans o de los medios…
Sino de sí mismo.

Había llamado a Alex unas horas antes.
Le pidió que fuera con el.
Que viniera.
Que lo escuchara.

Y su amigo, como siempre, llegó.

—No dijiste nada por teléfono. Pensé que era otra emergencia —dijo Alex mientras bajaba de un taxi.

Joseph le dio una palmada en la espalda.
Sus ojos estaban cargados.
No de lágrimas, sino de peso.

—Necesitaba hablar.
Con alguien que me diga la verdad sin anestesia.

Alex lo miró serio.

—¿Sobre Lili?

Joseph asintió.

—Sobre mí.
Sobre lo que soy desde que volvió.
O desde que… no sé.

Se sentaron en una banca frente al mar.
Las olas rompían con fuerza, como si también quisieran gritar algo.

—Desde que la encontraste —comenzó Alex—, no has sido el mismo.
Pero tampoco lo eras cuando ella no estaba.

Joseph apretó los labios.

—No sé qué hacer, Alex.
Volvimos a la casa.
Ella está ahí.
Yo también.
Pero no está conmigo.
¿Me entiendes?

—Perfectamente —dijo Alex, sin dudar.

Joseph bajó la cabeza.

—La veo y… es ella. Pero también no lo es.
No me mira igual.
No me toca igual.
No me habla como antes.

—¿Y tú? ¿La amas igual?

Joseph tardó en responder.

—La amo más.
Porque la perdí.
Porque creí que estaba muerta.
Porque la vi caer al mar.
Y aún así…
Estoy aquí, y siento que ya no me elige.

Alex suspiró, se estiró hacia atrás y lo miró con franqueza.

—Joseph, tú la amabas como Lili.
Ahora tienes que decidir si también puedes amar a Mía.
Porque aunque sean la misma persona…
No son las mismas cicatrices.
No son los mismos recuerdos.
No es la misma historia.

Joseph se frotó el rostro.

—Y si ella ya no me ama, ¿qué hago?

—No puedes obligarla.
Pero tampoco puedes rendirte solo porque no vuelve tan rápido como tú esperas.

Joseph se quedó en silencio.

—Yo la fallé, Alex.
La dejé sola.
Y no fue solo una vez.
Fueron días.
Semanas.
Meses.

Alex lo miró con dureza, pero sin juicio.

—Lo hiciste.
Y no vamos a blanquear eso.

Joseph lo miró, sintiendo un vacío formarse en el pecho.

—Entonces, ¿ya perdí?

Alex negó con la cabeza.

—No.
Pero ya no estás en una historia de amor perfecta, hermano.
Estás en la parte donde tienes que luchar por el derecho de quedarte.

—¿Incluso si ya no hay amor?

Alex lo miró fijo.

—A veces el amor no se va.
Solo se entierra bajo las ruinas de lo que dolió.
Tu trabajo ahora no es demostrarle que la amas…
Es hacerle sentir que está segura contigo otra vez.

Joseph respiró hondo.
Como si sus pulmones hubieran olvidado cómo hacerlo.

—¿Y si no puedo?

—Entonces al menos sabrás que lo diste todo.

Un silencio los envolvió.
La ciudad continuaba su ritmo.
Ajena a las dudas, al miedo, al amor que se tambaleaba.

Y entonces, Joseph dijo en voz baja:

—No quiero perderla otra vez.

Alex sonrió, pero su mirada era seria.

—Entonces, deja de tenerle miedo a lo que ella es ahora…
Y empieza a amar también a esa versión de ella.


El cielo comenzaba a oscurecer por completo.
Joseph miró hacia el horizonte.

Allí, donde el mar tocaba el cielo,
donde el pasado no podía alcanzarlos…
ahí empezaba la posibilidad de un nuevo nosotros.


Capítulo 147: Las ruinas del “nosotros”

El anillo seguía brillando en su dedo,
pero ya no pesaba como promesa.
Ahora era un eco de algo que no sabía si aún existía.

Lili miró su reflejo en el espejo del baño.
Ojeras marcadas.
Cabello alborotado.
Ojos enrojecidos.

No era la Lili que se subía a los escenarios.
Ni la Mia que huía de su pasado.
Era solo una mujer con miedo.
Con vacío.
Con grietas que ningún maquillaje podía cubrir.

Salió del baño en silencio.
Joseph estaba en la sala, leyendo un cuaderno de letras antiguas.
Lo cerró al verla.

—¿Estás bien?

Lili lo miró.
Y por primera vez en días, no mintió.

—No.

Se sentó frente a él.
No lo tocó.
No sonrió.

—Joseph…
¿Te acuerdas cuando me pediste que me casara contigo?

Él asintió, algo tenso.

—Sigo llevando el anillo —dijo Lili, mirándolo—.
Pero no sé si lo hago porque aún quiero eso…
o porque no tengo fuerza para quitármelo.

Joseph se quedó callado.
No la interrumpió.

—Hay noches que me despierto y no sé quién soy.
A veces me duermo pensando en Zess,
y despierto con la voz de Mia en mi cabeza.
Me miro al espejo y no sé si me reconozco.
Y tú estás ahí…
mirándome como si todavía fuera

la misma mujer que un día cantó contigo.
Pero yo no soy esa.
No sé si volveré a serlo.

Joseph tragó saliva.

—No te pido que seas la misma.
Solo quiero estar contigo, aunque seas distinta.

—¿Y si no quiero volver a ser figura pública?
¿Y si no quiero cantar más?
¿Y si ya no me interesa dar entrevistas, ni sonreír,

ni fingir que estoy bien cuando estoy rota?

Su voz se quebró.
Por primera vez, sin contención.

—¿Y si lo único que quiero… es dormir y no pensar?
¿Y si… tengo miedo de vivir otra vez?

Las lágrimas brotaron sin pedir permiso.
No eran dramáticas.
Eran densas, cargadas, agotadas.

—Me dejaron sola.
Tú también me dejaste.
Y aunque te entiendo, aunque te amo,

aunque parte de mí quiere abrazarte…
hay otra parte que te grita que no me busques más.

Joseph se levantó.
No dijo nada.
Solo se acercó.
Y se arrodilló frente a ella.

—Estoy aquí.
No para prometerte canciones, ni eventos, ni contratos.
Solo estoy aquí para sostenerte.

Lili no se movió.

—No soy fuerte, Joseph.
Solo aprendí a fingir.
Y ya no quiero fingir más.

Él le tomó las manos.
Frías.
Temblorosas.

—Entonces no finjas.
Llora.
Grítame.
Dímelo todo.

Ella cerró los ojos.
Y se dejó caer.
Lloró como no había llorado nunca.

No como artista.
No como Mia.
No como ídolo.
Como Lili.
La que perdió a su hermano.
La que fue destruida en redes.
La que pensó en morir.
La que murió por dentro… y volvió.

Joseph no dijo nada.
Solo la abrazó.
Y ella se aferró a él.
No como salvación.
Sino como ancla.
Para no volver a hundirse.


Horas después, en el silencio de su cuarto,

Lili se sentó con una manta sobre los hombros.

—No quiero volver a los escenarios —susurró—.
No por ahora.
Quizá nunca.

Joseph asintió.

—Está bien.

—No quiero entrevistas.
No quiero ser trending.
No quiero fingir que ya estoy bien solo porque sigo viva.

—Está bien.

—Y no sé si quiero casarme.

Joseph la miró, sereno.

—Te amo igual.
Y si algún día decides irte…
al menos quiero que sepas que yo me quedé hasta el final.

Ella bajó la mirada.

—¿Y si no hay final?
¿Y si solo hay un hoy… roto?

Joseph sonrió con ternura.

—Entonces aquí me quedo, en el “hoy”.
Hasta que tú decidas el resto.


El anillo seguía en su dedo.
Y aunque Lili no lo quitó…
esa noche por fin durmió.

No porque estuviera bien.
Sino porque alguien la vio rota… y no huyó.


Capítulo 148: Cuando el mundo no te deja sanar

El sol salía tímido entre las nubes de Santo Domingo.
Pero para Joseph, el día ya había empezado mal.

Su teléfono vibraba sin parar.

—"¿Lili abandonará la música?"
—"¿Problemas en la pareja más viral del año?"
—"¿Enfermedad mental o estrategia de marketing?"
—"El anillo sigue en su mano, ¿pero por cuánto tiempo?"

Titulares.
Portadas.
Especiales en televisión.
Llamadas de disqueras.
Mensajes de marcas, patrocinadores, managers.

Y lo peor…
una notificación de un reportero en la puerta del edificio.

Joseph se asomó por la ventana, y efectivamente:
una cámara, dos micrófonos, una sonrisa hipócrita.

—“Solo queremos unas palabras, Joseph.

¿Está bien Lili?

¿Ya se separaron?

¿Abandonó la música por ti?”

Joseph cerró la cortina con fuerza.


En la cocina, Lili preparaba té en silencio.
Su cabello recogido, ojos apagados.
Se notaba más tranquila que días atrás, pero aún frágil.

—¿Quién era? —preguntó sin mirar.

—Periodistas —respondió Joseph—. Están diciendo de todo.

—Déjalos.

—No puedo.

Lili levantó la mirada.

—¿Por qué no?

Joseph se acercó.

—Porque cada titular tuyo

te quita un poco más de paz.
Porque cada teoría sobre tu silencio

te arrastra al lugar del que apenas estás saliendo.

Lili bajó la mirada.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Otra rueda de prensa?

Joseph negó.

—No.
Voy a hacer algo que nadie espera.
Voy a pedir respeto.
Y esta vez…
no como artista.
Sino como hombre que ama a una mujer que está sanando.


Ese mismo día, Joseph se conectó en vivo.
No hubo anuncio.
No hubo intro.
Solo él, sentado en el estudio, mirando directo a cámara.

—Hola. Soy Joseph Tamashi.
Sé que hay muchas preguntas.
Muchos titulares.
Mucha especulación.

Pausa.
Respira.

—Lili no ha desaparecido.
Lili no está rota.
Lili está viva, luchando, respirando, reconstruyéndose.
Y si eso no es suficiente para ustedes,
entonces el problema no es ella.
Es el mundo.

Miró un segundo hacia un lado, como dudando, luego volvió.

—No hablaré más sobre su estado.
No alimentaré la prensa con detalles personales.
No confirmaré ni negaré contratos, ni canciones, ni compromisos.

—Lo único que tienen que saber es que ella es lo más valiente que he conocido.
Y que si decide no volver a cantar nunca más,
yo la aplaudiré de pie igual.

Silencio.

—Déjenla ser.
Y si no pueden hacerlo,
al menos tengan la decencia de dejarla en paz.

Cortó la transmisión.


Pasaron minutos.
Luego horas.
Las redes ardieron.

Algunos aplaudieron su postura.
Otros lo atacaron por “proteger demasiado”,
por “ocultarle la verdad al público”.

Pero en ese instante, nada de eso importaba.

Lili lo abrazó en silencio desde atrás.

—Gracias por no contarle al mundo lo que ni yo misma sé aún.

Joseph le acarició las manos.

—No es mi historia que contar.
Solo soy el tipo que

por fin aprendió a quedarse en silencio cuando más se necesita.

Ella sonrió, apenas.
Pequeña.
Pero real.


Esa noche, en algún rincón del mundo,
un periodista borró el artículo que tenía listo.
Una fan dejó de insistirle a Lili por respuestas.
Y una productora decidió no publicar los detalles del contrato cancelado.

Porque a veces…
el amor también se demuestra
protegiendo el silencio de quien amas.

Capítulo 149: El amor que se queda en la sombra

Era la primera vez en meses

que el teléfono de Joseph no sonaba sin descanso.
Ningún nuevo mensaje de prensa.
Ninguna alerta de tendencia.
Solo un silencio que, lejos de incomodarlo, le devolvía el aire.

Se despertó antes que ella.
Como siempre.
Como en todos esos días desde que

Lili había regresado a casa pero aún no había vuelto del todo.

La observó dormir.
No como un hombre enamorado.
Sino como un hombre que casi la pierde para siempre.

Había algo diferente en ella.
No por fuera.
Por dentro.
Esa luz vibrante seguía ahí,

pero estaba apagada, consumida en sí misma.

Y Joseph se juró, en silencio,
que no volvería a ser él quien la empujara a apagarla.


Cuando Lili despertó, lo encontró preparando desayuno.
No lo saludó con palabras,
pero se acercó a la barra de la cocina y tomó una taza de café.

—Gracias… —murmuró.

—¿Dormiste algo mejor?

Ella asintió sin mirarlo.
No porque no quisiera,
sino porque aún le dolía sentir.

—Joseph…
¿Te molesta que no sea la misma?

Él la miró de inmediato.

—No.
Lo que me dolería…
es que intentes obligarte a ser alguien que ya no eres, solo por mí.

Ella lo miró, y por un instante… sus ojos se humedecieron.

—He cambiado.

—Lo sé.

—No sé si volveré a subir a un escenario.

—Tampoco yo.
Tal vez los escenarios ya no nos pertenecen.
Tal vez el lugar correcto ahora… es este.
Contigo.
Aquí.
Sin luces.
Sin canciones.
Sin público.


Más tarde, Lili quiso salir a caminar.
Solo unas calles.
Sin cámaras.
Sin lentes oscuros.
Solo ella y él,
como si fueran una pareja más.

En el camino, vieron niños jugando.
Una pareja de ancianos sentada en una banca.
Un mural con una frase desgastada:
“A veces, el amor no grita. Solo se queda.”

Joseph le rozó la mano.
Ella entrelazó los dedos con los suyos.
Por primera vez en días, sin miedo.

—¿Recuerdas cuando creíamos que con una

canción íbamos a cambiar el mundo? —preguntó Lili, sonriendo apenas.

—Sí.
Y el mundo nos rompió.

—¿Y ahora?

—Ahora nos reconstruimos.
Pero no por el mundo.
Por nosotros.


Esa noche, Joseph escribió en su libreta:

“Ella no es la misma.
Yo tampoco.
Y tal vez por eso,
por fin somos nosotros.”

Y cuando entró a la habitación y la vio dormir,
ya sin maquillaje, sin presentaciones, sin miedo,
entendió que ese amor —el silencioso, el roto, el que resistió la caída—
era el único que valía la pena quedarse a vivir.


Capítulo 150: Lo que se escribe en la sombra

La tarde había caído lenta sobre Santo Domingo.
Joseph estaba en el estudio,
mientras Lili hojeaba libros en la sala, buscando distracción.
Era uno de esos días tranquilos,
donde no había prisa por sanar,
ni presiones para sonreír.

Solo el eco de la vida avanzando despacio.


Joseph no había notado que había dejado abierta la computadora.
El archivo de audio seguía ahí.
No tenía nombre.
Solo una fecha:
“23 de marzo”
Unos días después del colapso.
Días en que Lili aún no despertaba.
Días en que Joseph no podía respirar.

Lili no lo abrió con intención.
Solo hizo clic sin saber.
Y entonces…

🎹 Una melodía de piano, lenta, rota, sin arreglos.
🎙️ Luego, su voz. No como cantante.
Sino como un hombre quebrado.

“Te busqué en cada acorde,
en cada sombra del cuarto,

y solo encontré mi culpa…
envuelta en tus silencios.”

“Te llamé cuando ya no escuchabas.
Te soñé cuando ya no estabas.

Y me quedé…

gritando a una estrella

que no me respondía.”

Lili no se movió.
No respiró.
Solo dejó que la canción la empapara.

Era cruda.
Sin producción.
Solo la voz de Joseph,
cansada,
deshecha.

“Si vuelves,
no te prometo versos,

pero te prometo quedarme

aunque ya no me recuerdes.”


Cuando Joseph regresó, se quedó congelado en la puerta.
Lili tenía los ojos enrojecidos.
No estaba llorando…
estaba temblando.

—¿Dónde… la escribiste?

Joseph bajó la mirada.

—Una noche. Pensé que no despertarías.
Y no sabía qué hacer con todo lo que… me dolía.

Silencio.

—No era para ti —murmuró—.
Era para mí.
Era mi manera de no… romperme del todo.

Lili tragó saliva.

—¿Por qué nunca me la mostraste?

—Porque no quería que escucharas cuánto me odiaba por no haberte protegido.
Porque pensé que si la oías, te haría daño.

Ella se acercó.
Le tomó la mano.

—Me hiciste daño cuando callaste.
No ahora.
Ahora… me estás sanando.

Joseph la miró.
Había en ella una ternura nueva.
Una calma extraña.
Un puente entre lo que fueron… y lo que podrían volver a ser.

—¿Puedo quedarme a escucharla otra vez?
—preguntó Lili—. Pero contigo esta vez.

Él asintió.

Ambos se sentaron frente a la pantalla.
Y cuando la canción volvió a sonar,
ya no era una despedida.

Era una confesión sin palabras.
Un perdón sin pedirlo.
Una mano extendida…
entre dos ruinas que empezaban a reconstruirse.


Al terminar, ella apoyó la cabeza en su hombro.

—Yo también escribí algo mientras estaba en coma…
en mi cabeza.
Unas líneas que no sabía cómo decirte.
Tal vez… algún día te las cante.

Joseph la abrazó suave.

—Entonces esperaré ese día…
todo el tiempo que necesites.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Un blog con todo lo que me gusta, Fanfic ,Recomendaciones, entre otras cosas, que te pueden gustar. Pero recuerda este es mi espacio asi que no olvides comentar con moderación.