La mañana después
Lili se despertó con una calma que casi no reconocía.
Panamá tenía un aire distinto.
Más cálido. Más cercano.
Más real.
En su celular, un mensaje de Joseph:
“Paso por ti en media hora. Hoy quiero mostrarte mi historia.”
Ella se vistió sin prisas. Una camiseta blanca, jeans, poco maquillaje.
No necesitaba parecer perfecta. Solo quería ser ella.
Primera parada: El callejón del sonido
Era un rincón olvidado de la ciudad vieja, entre murales de colores y paredes agrietadas.
—Aquí aprendí a grabar con eco natural —dijo Joseph, riendo—.
Ponías el micrófono justo ahí —señaló una esquina—
y el sonido rebotaba de forma mágica.
Nadie me creía hasta que lo escuchaban.
Lili se acercó. Cerró los ojos.
Cantó muy suave, apenas un verso:
“Donde nadie mira… la voz crece.”
Joseph la escuchó en silencio.
No la grabó.
No dijo nada.
Solo la miró como quien presencia un milagro.
Segunda parada: La terraza del viejo estudio
Era un edificio medio abandonado.
Subieron tres pisos por una escalera de hierro que chillaba al pisarla.
La vista era espectacular: el mar al fondo, techos rojizos, y cielo limpio.
—Aquí escribí el primer verso de “Susurros…”
—confesó Joseph—.
Estaba viendo la luna y recordando la nota de voz que me mandaste una madrugada.
—¿La de “no puedo ser tu secreto si tú eres mi verdad”?
—preguntó Lili, sorprendida.
—Esa misma.
Se quedaron en silencio.
El viento los rodeaba como si supiera guardar secretos.
Y ahí, sin tocarse, sin decir nada más… compartieron el momento.
Un pequeño altar de memoria.
Tarde en el hotel
Lili regresó al hotel en la tarde, con el corazón lleno y la mente acelerada.
Faltaban pocos días para el festival.
Al abrir su maleta, repasó los outfits, los zapatos, las letras…
Y por primera vez, no se sintió sola preparándose para algo grande.
Se sentó frente al espejo.
Y se habló en voz baja:
—No eres la misma que subía canciones con miedo.
Ahora cantas con raíz.
Anyu la llamó por videollamada mientras ella probaba luces.
—¿Y Joseph?
—Hoy me llevó a conocer su historia —dijo Lili—. No me tocó, no me besó…
pero creo que nunca había sentido tanta cercanía con alguien sin contacto físico.
Anyu sonrió.
—Entonces está pasando.
—¿El qué?
—Lo real. Eso que no necesita ruido para existir.
Noche cerrando el día
Joseph le escribió tarde:
“¿Estás bien?”
“Sí. Pensando en cómo ensayar sin romperme.”
“Si te rompes, yo estaré ahí para recogerte.”
“Entonces tal vez valga la pena romperse.”
No hubo llamada esa noche.
Ambos querían quedarse con lo vivido.
Pero antes de dormir, Lili escribió una línea nueva en su cuaderno:
“Todavía no me has besado… pero ya me habitaste.”
Y cerró los ojos sabiendo que, esta vez, no cantaría para que alguien la descubriera.
Cantará… porque finalmente se ha encontrado.
Capítulo 22: El escenario y la sombra que lo sostiene
La víspera
Era la noche antes del festival.
Lili no podía dormir.
No por miedo al público.
Sino por lo que significaba cantar esa canción con él entre la gente, por primera vez.
Entonces sonó el celular.
Joseph:
“¿Te secuestro por un rato?”
Ella bajó sin decir una palabra más.
Lo encontró esperándola con una moto prestada.
Ambos sin casco. Ambos sin prisa.
—¿A dónde vamos?
—Donde no se escuche nada, excepto nosotros.
Última salida: El rompeolas
Joseph la llevó a un malecón poco conocido, donde las olas golpeaban rocas negras.
Se sentaron en el borde, con las piernas colgando.
—¿Sabes qué me asusta más que fallar mañana?
—preguntó Lili, abrazándose las piernas.
—¿Qué?
—Sentirme demasiado feliz… y que eso no dure.
Joseph tomó una piedra y la lanzó al agua.
—No te prometo que dure.
Te prometo que si se rompe, yo lo voy a sostener contigo.
Ella lo miró.
Por primera vez, sus manos se rozaron sin nervios.
Como si ese gesto, tan pequeño, fuera una respuesta sin palabras.
—No necesito que me jures que estarás. Solo…
quédate mañana. Donde yo pueda verte.
Joseph asintió.
—Desde la primera fila, sin moverme.
Día del festival: Detrás del telón
Lili llegó temprano.
El teatro era pequeño, pero con alma.
Luces cálidas, sillas de madera, público de verdad.
En el camerino, se puso el vestido que eligió con Anyu por videollamada:
ligero, blanco, con bordes de lunares suaves.
No parecía de gala, pero tampoco común.
Parecía Lili.
Respiró hondo frente al espejo.
Se tocó la garganta.
—Aquí estás —se dijo a sí misma.
Luego salió al pasillo lateral, y lo vio.
Joseph.
Esperándola.
Le hizo un gesto con la cabeza.
No se acercó.
No la tocó.
Solo la miró como si ya hubiese ganado todo antes de cantar.
El escenario
Lili subió con pasos firmes, aunque el corazón le temblaba.
La luz le dio de frente.
El público estaba en penumbra.
Pero ella sabía dónde estaba Joseph.
Tercera fila, asiento al centro.
Se sentó con su guitarra.
Ajustó el micrófono.
Cerró los ojos.
—Esta canción no fue escrita para un escenario…
—dijo con voz suave—.
Fue escrita desde la distancia.
Y hoy, aunque esa distancia se ha acortado…
mi voz todavía tiembla como la primera vez.
Tocó el primer acorde.
“Susurros a la distancia” llenó el lugar.
El público se quedó inmóvil.
No porque no entendieran…
sino porque entendían demasiado.
Cada verso fue como una confesión que todos compartieron en silencio.
Y cuando terminó, no hubo aplausos inmediatos.
Solo unos segundos de magia suspendida.
Luego, la ovación.
Después del show
En el pasillo, entre cables y cajas de sonido, Joseph se acercó.
—Estuviste increíble.
Lili sonrió, agotada, con lágrimas contenidas.
—Tenía miedo de olvidarme de respirar.
—Por si acaso… —dijo él, tomando su mano por primera vez con intención— aquí estoy.
No se besaron.
No hicieron un escándalo.
Solo se quedaron así, mano con mano.
Como si el escenario solo hubiera sido el principio…
…y el verdadero espectáculo,
comenzará en ese instante silencioso,
entre dos que ya no se deben nada, excepto estar.
Capítulo 23: La noche antes del adiós
Días de luz y ruido
Tras el festival, Lili no tuvo tiempo de descansar.
Entrevistas en canales locales.
Sesiones de fotos improvisadas.
Mensajes de fans, de artistas, de productores.
La canción había pasado de viral… a fenómeno.
—Queremos producir un EP contigo —
le dijo una representante de una discográfica alternativa—.
Con libertad creativa. Tú eliges con quién colaborar.
Y si lo deseas…
uno de esos dúos podría ser con la persona detrás del "susurro".
Lili sonrió.
No respondió de inmediato.
Porque aunque el ruido crecía afuera…
lo único que ella necesitaba era una sola voz: la de Joseph.
Joseph y el cambio de ritmo
Joseph había sido su sombra constante.
Nunca invadiendo, siempre presente.
Cuando ella salía a entrevistas, él la esperaba en cafeterías.
Cuando la gente le preguntaba si era “el chico de la canción”,
él solo reía y desviaba el tema.
Pero una tarde, mientras caminaban por la bahía,
Joseph rompió el silencio:
—¿Qué vas a hacer cuando regreses?
Lili miró el mar.
No tenía una respuesta fácil.
—No lo sé.
Pero no quiero seguir escribiendo para esconderme.
—¿Y nosotros?
Ella bajó la mirada.
—Tampoco lo sé.
Pero no quiero que seas un capítulo que se cierra al final del viaje.
Último atardecer
Fue un día lento.
Sin cámaras.
Sin redes.
Sin expectativas.
Caminaron por la ciudad vieja.
Entraron a una librería antigua.
Se compraron libros sin leer las sinopsis.
Joseph le regaló uno de poemas con una nota entre las páginas:
“Si alguna vez dudas, abre la página 43.”
Ella lo hizo de inmediato.
Allí estaba escrita a mano una frase:
“Te encontré cuando no buscaba nada, y desde entonces, todo me encuentra en ti.”
Lili no supo qué decir.
Solo lo abrazó.
Fuerte. Lento.
Como si quisiera memorizar su forma.
La noche antes del adiós
El aire era denso, lleno de palabras que no se decían.
Estaban en la azotea del hotel donde ella se alojaba.
La ciudad brillaba abajo, lejana.
Y sobre ellos, solo el cielo abierto.
—No quiero que mañana llegue —dijo Lili, sin fingir entereza.
—Tampoco yo. Pero llegará igual.
Y no quiero que te vayas sin algo que he estado guardando demasiado tiempo.
Joseph se acercó.
—Dime si no lo quieres.
Dime si prefieres que me quede callado para siempre.
—No quiero que te calles —susurró ella—. Ya esperé suficiente.
Y entonces, sin urgencia, sin dramatismo…
la besó.
Como si fuera un susurro al borde de la realidad.
Como si dijera con los labios todo lo que no pudo con palabras.
Y ella… le respondió.
El beso fue suave, pero profundo.
Fue verdad.
Y fue despedida, y también promesa.
Cuando se separaron, él apoyó su frente en la de ella.
—Gracias por no ser solo una canción.
Gracias por ser la historia que nunca imaginé escribir.
—Y tú… gracias por quedarte cuando no había escenario.
Por quererme sin saber si esto tenía final feliz.
La despedida al día siguiente
En el aeropuerto, no lloraron.
No hicieron escenas.
Solo se abrazaron.
—No te digo adiós —dijo Lili—. Porque no sé qué somos, pero sí sé que aún no se ha terminado.
Joseph la besó en la frente.
—Te esperaré en todas las pantallas… hasta que vuelva a tocarte la piel.
Ella subió al avión con una certeza:
El viaje terminaba.
Pero su historia apenas empezaba a respirar sin WiFi.
Y “Susurros a la distancia”…
ahora también tenía piel, voz, y labios que se habían encontrado.
Capítulo 24: Canción sin nombre
Carta sin remitente
(Lili, desde su habitación)
Querido tú,
Ya no sé cómo llamarte. A veces te pienso como canción, otras como piel.
Volví a casa y todo está igual. Pero yo no.
Y no puedo evitar mirar el lugar vacío al lado de mi cama, como si aún estuvieras ahí, en silencio, mirándome con esos ojos que no piden nada pero lo dicen todo.
El mundo sigue girando. Me siguen pidiendo entrevistas. Me siguen hablando de éxitos.
Pero el verdadero éxito fue verte esperándome en el aeropuerto.
Fue ese primer beso que supo a pausa.
Me cuesta escribir sin buscarte entre las letras.
Me cuesta cantar sin que tu eco me abrace.
Te extraño.
Y no porque no te vea.
Te extraño… porque ya sé lo que es tenerte cerca.
Con amor (sin etiqueta),
—L
Nota sin destinatario
(Joseph, desde su habitación, bloc de notas)
Pensé en escribirte.
En decirte que me cuesta el café sin tu voz de fondo.
Que el callejón ya no suena igual.
Pensé en preguntarte si recuerdas el murmullo del mar antes del beso.
Si todavía conservas el papel donde anotaste la dirección del estudio abandonado.
No quiero interrumpirte.
Tal vez estás en una reunión. En otro ensayo. En otra canción.
Pero si alguna vez necesitas saber si sigo ahí…
La respuesta es sí.
Aunque no te escriba.
Aunque me quede en silencio.
Porque hay ausencias que no son distancias.
Y hay nombres… que uno no necesita decir para seguir llevándolos en el pecho.
Letra compartida
(Ambos, sin saberlo, escriben versos que parecen hablarse)
Verso de Lili:
Te busqué en la nota más baja,
donde nadie escucha,
y ahí estabas tú…
esperando en silencio.
Verso de Joseph:
Y si vuelves, no me digas cuándo,
solo llega con tu sombra primero,
para reconocerla…
antes de que el mundo te mire.
Estribillo sin melodía (¿compartido?):
No somos final, somos pausa,
no somos promesa, somos verdad.
Dos voces que se cruzaron…
y no supieron callar.
Y así, separados por fronteras,
pero unidos por algo que va más allá de WiFi,
palabras o escenarios…
Lili y Joseph siguen escribiéndose en lo invisible.
Una historia que aún no tiene nombre.
Pero ya tiene alma.
Una canción sin nombre.
Y sin final.
Capítulo 25: El eco después del aplauso
Después de la magia
Los aplausos en Panamá se habían desvanecido,
pero sus consecuencias apenas comenzaban.
Lili regresó a República Dominicana con la maleta llena de propuestas:
🎤 invitaciones a cantar en festivales locales,
🎧 colaboraciones con artistas emergentes,
📺 y una propuesta seria de management que le exigía organizar su marca,
redes y producción musical.
El teléfono no paraba de sonar.
El calendario se llenó solo.
Y en medio de todo eso… el tiempo comenzó a escaparse.
De vuelta al cuarto
La primera noche en casa, Lili volvió a prender su computadora.
Abrió el stream.
La luz del aro la bañó como antes.
Pero algo era diferente.
La gente notó el cambio:
—“¡Te ves distinta, Lili!”
—“¿Estás más feliz… o más cansada?”
—“¿Y Joseph? ¿Habrá dúo?”
Ella sonrió.
No dijo mucho.
Pero por dentro, sintió una punzada.
Ya no era la chica que cantaba para escapar.
Ahora era la que tenía que elegir si cantaba por ella… o por los demás.
Silencio en el chat
Joseph entendía.
Al principio.
Respondía a sus mensajes con paciencia.
Mandaba canciones nuevas, frases, memes.
Pero los "visto" sin respuesta empezaron a acumularse.
Una noche, escribió:
“No quiero ser otra notificación más en tu día.”
Ella respondió horas después:
“Perdón. No es falta de ganas… es falta de tiempo.”
“Lo sé. Pero eso igual duele.”
Monólogos paralelos
Lili, en su cuarto:
—Estoy haciendo esto también por nosotros, ¿no?
Para que algún día podamos estar juntos sin contar pesos ni países.
Pero entonces, ¿por qué siento que cada logro me aleja más?
Joseph, en su habitación:
—Yo la quise cuando solo era una voz tras una pantalla.
Ahora que todos la escuchan… ¿aún hay espacio para mí en su canción?
La prueba invisible
Una noche, Lili abrió un nuevo stream.
Tenía los ojos cansados.
La sonrisa forzada.
Cantó dos canciones y dijo:
—Hoy no tengo mucho que darles. Solo… gracias por seguir aquí.
A veces eso basta.
En Panamá, Joseph la miró desde la computadora.
Escribió algo en el chat.
Pero no lo envió.
Solo cerró la laptop…
y se quedó con el sonido de su voz en la memoria.
Y aun así…
No se dijeron “ya no puedo”.
No pelearon.
No se culparon.
Solo empezaron a flotar un poco más lejos.
Como si el amor todavía existiera,
pero esperará a que ambos se vuelvan a elegir, con tiempo, y sin aplausos.
Porque cuando el eco se apaga,
es ahí donde uno descubre si el silencio también puede ser compañía.
Capítulo 26: Canciones que no salen
Desde que se fue
Joseph se quedó en el mismo lugar del aeropuerto unos minutos después de que el avión despegara.
No porque esperara que bajara corriendo del avión…
Sino porque sentía que si se movía, todo lo vivido con ella empezaría a desvanecerse.
Volvió a casa esa noche con el corazón lleno, pero los días siguientes lo vaciaron poco a poco.
Las llamadas se volvieron cortas.
Los mensajes, menos frecuentes.
El silencio, más largo.
Y lo peor no era la ausencia.
Era saber que ella no estaba ausente por falta de amor… sino por falta de tiempo.
El estudio con Alex
—Dale, bro… vamos desde el verso otra vez
—dijo Alex, con los audífonos ladeados, intentando mantener el ambiente ligero.
Joseph asintió. Tomó aire. Cantó.
—…Donde nadie escucha, la voz se ahoga…
—¡No, loco! ¡Es “la voz florece”! ¡Eso era lo especial de esa línea!
Joseph cerró los ojos.
Frustración. Distracción. Vacío.
—Perdón… estoy quemado.
Alex se cruzó de brazos.
—¿Tú estás escribiendo pa’ ella, verdad?
Joseph no respondió.
—Mira, no te estoy juzgando. Pero si vas a dejar que ese silencio te coma, dilo.
Porque aquí estamos tú y yo… y no hay magia si tú estás allá y ella también.
Soledad ruidosa
Esa noche, Joseph caminó solo por la ciudad.
Pasó por el callejón donde grabó con Lili.
Subió a la terraza donde se besaron por primera vez.
Todo seguía igual.
Solo faltaba ella.
Sacó su celular.
Abrió su bloc de notas.
“Hoy no escribo canción. Hoy solo escribo que me haces falta.”
Volvió al estudio al día siguiente.
Intentó grabar.
Pero su voz sonaba hueca.
Porque su música no estaba en los micrófonos…
Estaba aún en esa habitación en El Tecal.
Donde ella, por primera vez, se quedó dormida sobre su hombro.
Final del día
Alex lo esperó fuera del estudio con dos cervezas sin abrir.
—Tienes que soltar algo, loco. Si no, no vas a poder seguir.
—Es que no quiero soltarla —respondió Joseph—.
No quiero acostumbrarme a no tenerla cerca.
—Entonces escribe. Pero no la canción que todo el mundo quiere.
Escribe lo que no te atreves a decirle. Aunque no lo cante nadie.
Joseph bajó la mirada.
—Ya lo estoy haciendo…
Solo que aún no tiene forma.
Alex le dio un golpe suave en el hombro.
—Pues cuando la tenga, yo voy a estar aquí. Con el beat listo.
Joseph subió a su cuarto esa noche.
Encendió la laptop.
Abrió la última foto que tenía con Lili.
Ambos riendo, despeinados, frente a la casa de sus padres en El Tecal.
Y entonces, sin darse cuenta, sonrió por primera vez en días.
Porque ese lugar…
ese instante…
era el único sitio en el que todavía podía tocarla, aunque fuera en la memoria.
Y así, entre lágrimas y sonrisas, comenzó a escribir un nuevo verso.
No para grabarlo.
Sino para sobrevivir.
Capítulo 27: Dos días sin prisa
Cuando ella dijo sí
—¿Y si nos vamos a El Tecal? —preguntó Joseph esa noche, mientras caminaban junto al mar.
—¿Dónde queda?
—Una hora y media de aquí. Es donde crecí. Hay vacas.
Árboles. Mi mamá hace el mejor arroz con coco del mundo.
Lili sonrió
—¿Y hay señal?
—No mucha.
—Entonces sí.
El camino
Salieron temprano, con mochilas ligeras y música compartida en el auto.
Ella se recostó en la ventana, viendo el paisaje verde de
Panamá con la cara despejada, sin maquillaje.
Él no dejaba de mirarla cuando creía que ella no lo notaba.
—Estás pensando algo —dijo Lili.
—Sí.
—¿Qué?
—Que no quiero que esto se acabe.
Ella le tomó la mano.
Y por unos segundos, el auto fue el único lugar del mundo.
Llegada a El Tecal
La casa era sencilla, de madera y techos de zinc, rodeada de árboles y gallinas sueltas.
La madre de Joseph salió a recibirlos con un delantal de flores y una sonrisa enorme.
—¡Así que tú eres la muchacha que le cambió la voz a mi hijo!
Lili rió, un poco tímida.
—Mucho gusto, señora.
—Nada de “señora”. Aquí soy Gisela
El padre de Joseph asintió desde su hamaca,
con una mirada de aprobación silenciosa.
—Si ella come y no se queja, ya me cae bien —dijo, levantando su taza.
El primer día
Pasaron la tarde caminando por los campos.
Lili se quitó los zapatos y hundió los pies en la tierra.
Joseph le enseñó a columpiarse en la cuerda de un árbol que usaba de niño.
—Este lugar parece detenido en el tiempo —susurró ella.
—A veces me gustaría que todo se quedara así.
Por la noche, cenaron con los padres de Joseph bajo un techo de estrellas.
Gisela puso velas aunque había luz.
Y mientras comían arroz con coco y pescado frito, le preguntó a Lili:
—¿Tú eres de las que rompen el corazón, o de las que lo reparan?
Lili se quedó pensativa.
—Creo que primero rompí el mío.
Y ahora… estoy aprendiendo a cuidarlo.
Con gente que también cuida el suyo.
Gisela asintió como si ya lo supiera.
La madrugada
Dormían en cuartos separados.
Pero a las tres de la mañana, Lili tocó suave la puerta de Joseph.
—No puedo dormir —susurró.
—¿Te da miedo la casa?
—No. Me da miedo que esto termine.
Joseph la llevó a la hamaca de su padre, en el porche.
Se sentaron juntos, envueltos en una manta.
—No va a terminar —dijo él—. Aunque se acabe el viaje.
Aunque no siempre hablemos. Aunque la distancia vuelva.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque esto no depende del tiempo.
Depende de nosotros.
Y ahí, bajo el canto de los grillos, se abrazaron largo, sin urgencia.
El corazón de ella sobre su pecho.
El aliento de él entre su cabello.
El segundo día
Ayudaron a Gisela a preparar pan.
Joseph enseñó a Lili a cortar caña.
Ella grabó un pequeño video cantando bajo un árbol.
Él la miraba como si quisiera guardarla en ese paisaje para siempre.
Al atardecer, ella le pidió algo:
—Tómame una foto, pero no me digas cuándo.
Él asintió.
Y mientras ella caminaba entre las flores amarillas del campo, descalza,
él tomó la foto más hermosa que jamás capturó.
Ella riendo, con los ojos cerrados, como si fuera parte de ese lugar.
Como si ya perteneciera.
Antes de irse
Lili abrazó a Gisela fuerte.
—Gracias por dejarme ser parte.
—Tú no eres parte, niña —dijo Gisela, tocándole el pecho—.
Tú ya eres raíz.
Joseph cargó el equipaje sin mirar atrás.
Pero cuando subieron al auto, Lili dejó algo en el porche.
Una hoja escrita a mano:
“Si alguna vez necesitan recordarme, recuerdenme en esta hamaca.
Yo aún me balanceo entre ustedes.”
De vuelta al presente
Joseph, ahora solo en su cuarto, vuelve a abrir esa foto.
La de Lili entre las flores.
La que nunca subió a redes.
La que solo él guarda.
Y sonríe.
Porque en medio del caos, del ruido, del vacío…
ese recuerdo sigue cantando.
Una melodía sin prisa.
Sin escenario.
Solo dos días.
Y un amor que aún no se ha rendido.
La de Lili entre las flores.
La que nunca subió a redes.
La que solo él guarda.
ese recuerdo sigue cantando.
Capítulo 28: Lo que no se ve
Antes del foco
El sol entraba a través de las persianas.
Lili tenía una nueva entrevista en menos de una hora.
La mesa estaba llena de papeles: agenda, notas, maquillaje,
una taza de café que ya iba por la mitad.
Su equipo le escribió por mensaje:
“Prepárate, puede que pregunten sobre la foto. No confirmes ni niegues. Sonríe.”
Lili suspiró.
Abrió su laptop por inercia.
Pero terminó mirando una carpeta oculta en su galería.
“Solo nosotros”.
Abrió una imagen.
Era diferente.
No la del campo. No la de la presentación.
Una selfie borrosa, tomada en un puesto de jugos en el mercado de El Tecal.
Ambos riendo, con maracuyá en los dientes y el cabello desordenado.
No era una imagen perfecta.
Pero era la más real de todas.
El recuerdo
Aquel día, Joseph insistió en salir sin rumbo.
—Vamos a hacer algo que no planee nadie —dijo él—. Solo caminar.
Caminaron por el mercado, probaron frutas raras, se mojaron los pies en un río cercano.
Lili bailó con una señora mayor que tocaba tambor improvisado con una lata.
—¡Así que tú eres la cantante del muchacho bonito!
—le dijo la mujer—. Pues si él te sonríe así, más te vale no romperle el alma.
Lili se rió, pero por dentro se sintió desnuda.
Porque nunca nadie había notado tan rápido
lo que ellos aún no sabían cómo nombrar.
Ese día, Joseph no la besó.
Pero le dio una flor sin decir nada.
La puso detrás de su oreja y caminó como si fuera lo más natural del mundo.
En el camerino
Lili respiró hondo.
La pantalla encendida. El fondo listo. La entrevistadora en espera.
—Conectamos en 3… 2… 1…
La voz comenzó con las preguntas usuales:
cómo surgió “Susurros a la distancia”, qué viene después,
planes para colaboraciones.
Todo bien… hasta que llegó el giro.
—Lili, ha circulado una imagen tuya en lo que parece ser un viaje muy personal a
Panamá.
—¿Te incomoda que ahora incluso tus momentos íntimos sean parte de lo público?
Ella tragó saliva.
El rostro de Joseph apareció en su mente.
No el de la foto filtrada.
Sino el de la risa de jugo y dientes manchados.
—No me incomoda la foto —dijo con serenidad—.
Me incomoda que creamos que si algo no se muestra, no es real.
La entrevistadora quedó en silencio por un segundo.
—¿Entonces confirmas que fue un viaje personal?
Lili sonrió.
—Confirmo que… hay cosas que el corazón guarda mejor que las redes.
Y algunas canciones no se escriben para ser cantadas. Se viven.
Después del directo
Apagó la cámara. Cerró el portátil.
Suspiró con una mezcla de alivio y ansiedad.
Miró su celular.
Nada nuevo de Joseph.
Ni un mensaje.
Ni un visto.
Pero al abrir Instagram, vio algo inesperado.
Joseph había subido una historia.
Una sola imagen.
Una foto del mercado.
Ella de espaldas, con la flor detrás de la oreja.
Sin etiquetar. Sin descripción.
Solo una canción instrumental sonando de fondo.
Lili apoyó la cabeza en la mesa.
Sonrió con los ojos cerrados.
Porque aunque el mundo quisiera mil respuestas,
ellos seguían hablando en códigos que nadie más necesitaba entender.
Capítulo 29: Solo para tus oídos
Después del silencio
Joseph vio la entrevista completa desde su cuarto.
Pausa. Rewind. Silencio.
Cuando Lili dijo:
“Hay cosas que el corazón guarda mejor que las redes.”
Joseph sintió una punzada dulce y amarga al mismo tiempo.
Ella no lo mencionó. No lo negó.
Pero tampoco lo borró.
Él seguía ahí.
Invisible.
La idea
Esa misma noche, se encerró en el estudio.
Alex lo encontró frente al micrófono, sin avisar.
—¿Volviste a grabar?
Joseph solo asintió. No explicó.
—¿Para el EP?
—No. Para ella.
Alex se quedó en silencio.
Y sin decir más, bajó las luces, preparó la mezcla y lo dejó solo.
La canción
Joseph no tenía letra escrita.
Solo sentimientos acumulados.
Improvisó.
Su voz era baja al principio, como un susurro.
Si alguna vez te perdiste en el ruido,
quiero que sepas que yo aprendí a esperarte.
Que aunque no contestes,
aún estás en cada nota que no me atrevo a tocar.
El piano entró suave.
Luego una guitarra.
Y su voz se hizo un poco más firme.
No quiero likes, ni vistas, ni escenario.
Solo una bocina vieja, en tu habitación callada.
Y que si presionas play…
me sientas cerca, como si nunca te hubieras ido.
El envío
Exportó el audio.
Le puso nombre al archivo: “Para una sola escucha”.
Lo subió a un enlace privado, sin título, sin portada.
Y a la mañana siguiente, cuando el mundo aún dormía…
le escribió:
No tienes que responder.
Solo quiero que sepas que aún canto contigo, aunque no estés aquí.
Esta canción no es para el mundo. Es solo para ti.
Cuando puedas… dale play.
Adjuntó el enlace.
Y dejó el teléfono a un lado.
No esperó confirmación.
No revisó si lo había escuchado.
Solo volvió a su estudio,
se sentó en la silla donde ella una vez se sentó…
y cerró los ojos,
sintiendo que a veces el amor no se trata de insistir,
sino de seguir cantando donde alguien pueda encontrarte.
Capítulo 30: Donde comienza el eco
Una notificación entre el ruido
Lili había tenido uno de esos días en los que todo parecía urgente:
entrevista virtual con una emisora de Miami,
reunión con su equipo de marketing, y
revisión de fechas para presentaciones en festivales.
Al final de la tarde, su garganta estaba seca,
la cabeza le dolía y el teléfono no paraba de vibrar.
Hasta que…
una notificación diferente apareció.
Joseph:
No tienes que responder.
Solo quiero que sepas que aún canto contigo, aunque no estés aquí.
Esta canción no es para el mundo. Es solo para ti.
Cuando puedas… dale play.
Y un enlace.
Lili dejó el celular sobre la cama.
No lo abrió.
No aún.
Había miedo.
Culpa.
Ganas.
Cuando por fin lo hizo
Horas después, cuando el cielo ya estaba oscuro y las luces de su cuarto eran tenues,
Lili se sentó en el suelo con los auriculares puestos.
Presionó play.
Y entonces… lo escuchó.
La voz de Joseph, suave, temblorosa al principio.
Luego segura.
Y después rota, en esa línea que decía:
“Solo una bocina vieja, en tu habitación callada…
Y que si presionas play, me sientas cerca…”
Lili se cubrió la boca con la mano.
Las lágrimas le bajaron sin permiso.
No lloraba por tristeza.
Lloraba porque aún la elegía, incluso en el silencio.
Los recuerdos
Mientras la canción avanzaba, su mente viajó.
Al columpio en El Tecal.
A las tardes de jugo.
A su risa en la terraza.
A la flor detrás de su oreja.
Y también a los momentos en que él esperó en línea,
aunque ella no pudiera responder.
La canción no pedía nada.
No exigía explicaciones.
Solo decía: “Aquí estoy. Aún.”
La decisión
Cuando la canción terminó, Lili no se movió por varios minutos.
Entonces, tomó su libreta vieja —
la que usaba para componer antes de que todo se volviera tan grande—
y escribió una sola línea:
“No puedo seguir cantando si no te escucho en el fondo.”
Y debajo de eso:
“Yo también tengo algo que decirte. Pero esta vez…
quiero que lo escuche el mundo.”
Al día siguiente
En la reunión con su equipo, la interrumpieron con un correo urgente.
—Lili, tienes otra oferta internacional para una colaboración…
Pero necesitaríamos que pongas en pausa tus streams tres semanas.
Ella cerró los ojos.
Y entonces habló:
—Voy a aceptar la colaboración, pero no voy a pausar mis streams.
Tampoco voy a esconder nada.
—¿A qué te refieres?
—A que quiero que la próxima canción que lance… sea con Joseph.
Y quiero que sepan que esto no es por marketing.
Es por mí.
Mensaje enviado
Esa noche, desde su cuarto, Lili grabó un audio corto para Joseph.
Su voz aún temblaba, pero estaba decidida:
“Escuché tu canción. No una, ni dos… cinco veces.
Y sí… te sentí cerca. Tanto que dolía. Tanto que sanaba.
Así que ahora, quiero que el mundo también te escuche.
Si aún quieres… cantemos juntos. Esta vez, con nombre.”
En casa de Joseph
Él recibió el mensaje mientras trabajaba con Alex.
Salió sin decir nada.
Puso el audio.
Y se quedó quieto, sonriendo con los ojos cerrados.
Porque después de tantos silencios…
por fin, el eco había vuelto.
Y esta vez, traía una canción nueva.
Con voz doble.
Y con nombre.
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