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lunes, 14 de julio de 2025

SUSURRO A LA DISTANCIA CAPITULO 121 - 130

Capítulo 121: Después del eco

Las primeras dos horas tras la entrevista fueron un torbellino.

La palabra “Mía” se convirtió en trending topic global.
No por el misterio.
Ni por el escándalo.
Sino porque, por primera vez,

alguien había sido brutalmente honesto en público,

sin tratar de ganar nada con ello.

“Su verdad fue más fuerte que cualquier nota.”
“Ahora entiendo todo. Me hizo llorar.”
“Le debo una disculpa. Fui de los que la atacó cuando desapareció.”

“Esto no era una campaña. Esto era supervivencia.”


Pero no todos aplaudieron.

Algunos sellos discográficos,

que habían cancelado sus acuerdos con ella meses atrás,

ahora intentaban "volver a la conversación".

—Mía, el equipo de Tone Studio acaba de enviar

flores y una carta de disculpas —informó Anyu, mostrando el arreglo

ridículamente grande que acababa de llegar al apartamento.

—Hace seis meses me retiraron de su cartel sin decir palabra —respondió Mía, seca.

—Y ahora dicen que “creen en tu proceso de sanación artística”.

Joseph se rió desde el sofá.

—“Proceso de sanación artística”. Qué manera tan elegante de decir “te necesitamos ahora que volviste a ser rentable”.


Por otra parte, los fans de Kaori empezaron a lanzar teorías conspirativas, incluso después de los vídeos filtrados:

“Seguro todo esto fue actuado.”
“Lili solo quiere llamar la atención.”
“Ahora resulta que hasta se inventa una nueva identidad…”

Pero esta vez, el público general no se quedó callado.

Muchos salieron a defenderla, a compartir fragmentos de la entrevista, a contar cómo se sintieron identificados con su pérdida, su confusión, su necesidad de comenzar de nuevo.


Joseph miraba todo desde un rincón.

No decía mucho.
Solo analizaba.
Pensaba.

Cuando Mía terminó de responder un mensaje de voz de su abuela, lo encontró en el balcón, mirando el atardecer con los brazos cruzados.

—¿En qué piensas?

—En lo que sigue.

—¿Tú quieres que lo decidamos ahora?

—Creo que ya lo sabemos —dijo él, con suavidad—.
Solo no lo hemos dicho en voz alta.


Esa noche, los tres

—Mía, Joseph y Anyu— se sentaron a la mesa con papeles,

agendas, mensajes sin abrir,

propuestas de entrevistas, eventos, portadas.

Joseph lo puso todo en silencio.

—Si seguimos por este camino, será todo el paquete: giras, prensa, presión, cámaras.

—Y si no —añadió Anyu—, el mundo seguirá inventando lo que no contemos.

Mía los miró.
Su rostro reflejaba paz, pero también decisión.

—No quiero ser rehén de una historia que no escribí.
Pero tampoco quiero esconderme más.
Tal vez no necesito elegir entre el silencio o la exposición total.
Tal vez... puedo elegir cuándo y cómo hablar.
Y cuándo callar por salud.


Joseph asintió.

—¿Entonces?

Mía sonrió.

—Entonces tomamos una pausa.
No un adiós.
Un respiro.
Quiero cantar… pero por mí.
Quiero volver a un escenario,

pero donde no tenga que demostrarle nada a nadie.

Anyu levantó su taza de café.

—Brindo por eso.

Joseph entrelazó sus dedos con los de Mía.

—¿Y si nos vamos?
Unos días.
Un lugar sin cámaras.
Sin micrófonos.
Solo nosotros.

Mía cerró los ojos.
Sintió el calor en el pecho.

—Sí.
Ya conté mi verdad.
Ahora quiero vivirla.

Capítulo 122: Donde empiezan los días tranquilos

Panamá los recibió con sol.

No con los reflectores de un aeropuerto colapsado por

fans ni la tensión de una agenda de medios.
Sino con la luz dorada de la tarde, el olor a mango maduro,

y el ruido de niños jugando en la calle.

—¿Hace cuánto no venías? —preguntó Mía,

mientras el taxi recorría la avenida hacia las afueras de la ciudad.

Joseph sonrió.

—Desde que todo se fue al carajo.

—Entonces es hora de empezar a recuperar eso también.


Llegaron a la casa de los padres de Joseph al anochecer.

Una construcción modesta, de paredes color crema y jardín

lleno de matas de plátano, lavanda y albahaca.
La madre de Joseph salió corriendo,

con las manos aún húmedas de masa de empanadas.

—¡Mi hijo! ¡Por fin! —lo abrazó con fuerza—.

¿Y tú eres…? ¿Lili o Mia? 

Mía no tuvo tiempo de responder.
La mujer ya la tenía entre sus brazos, emocionada,

con una dulzura que desarmaba cualquier barrera.

—Usted no sabe cuántas veces recé por usted

—le susurró la señora en el oído—. Dios me la trajo de vuelta,

Joseph estaba destrozado 

Mía tragó saliva.

—Gracias por tener un hijo tan bueno.

—Gracias por volver.


Esa noche fue lenta, rica en silencios cálidos.

Se cenó arroz con coco, empanadas de carne y jugo de tamarindo.

Joseph hablaba con su padre de cosas simples: del jardín,

del perro del vecino, del clima.

Mía miraba desde la mesa.

Había extrañado tanto eso.

Normalidad.


Al día siguiente, llegó Alex.
Con su risa estruendosa y su cámara colgando al cuello.

—¡Ey! ¿Dónde está mi hermano dominicano,

mitad bolero mitad huracán?

Joseph salió a abrazarlo, y luego lo arrastró directo hacia Mía.

—Aquí está la razón por la que dormí solo toda la gira.

—Un honor, al fin —dijo Alex, haciendo una reverencia exagerada.

—¿Y tú? —preguntó él, girando—. ¿Eres… Anyu?

Anyu levantó una ceja.

—¿Te esperabas a alguien más bajita?

—Me esperaba a alguien más... mítica.

—Eso sí soy.

Ambos se quedaron mirándose un segundo

más de lo necesario.
Joseph y Mía intercambiaron una

sonrisa cómplice desde la cocina.


Los días siguientes fueron una mezcla de:

☀️ Caminatas por el Tecal.
🫱 Partidas de dominó con los padres de Joseph.
📸 Sesiones de fotos espontáneas con Alex.
🧉 Conversaciones hasta la madrugada entre Anyu y Mía en el patio.
🎶 Ensayos suaves entre Joseph y Mía bajo un árbol de mango.

No había prisa.

No había plan.

Solo aire.

Solo reencuentros.

Solo ellos.


Una noche, bajo las estrellas, Anyu y Alex se quedaron

solos junto al fuego improvisado.

—Nunca me imaginé que la chica que cuidaba a

Lili como una hermana fuera tan…

—¿Tan qué?

—Tan tú.

Anyu sonrió.
No respondió.

Porque a veces, lo importante no era lo que se decía.

Sino lo que se empezaba a sentir.


En otro rincón, Mía se acurrucó sobre el pecho de Joseph.

—¿Y si nos quedamos aquí para siempre?

—No podemos.

—¿Por qué?

—Porque aún quedan canciones por cantar.
Y verdades por vivir.

Mía cerró los ojos.

—Entonces prométeme que cuando todo se complique,
volveremos a este punto.

—Te lo juro —dijo Joseph, besándola en la frente—.
Siempre volveremos a este lugar donde los días empiezan tranquilos.


Capítulo 123: Lo que aún no puedo hacer

El evento no era multitudinario.
No había pantallas gigantes ni humo en el escenario.
Solo luces cálidas, una tarima de

madera barnizada y unas 200 personas

sentadas en semicírculo, bajo el cielo abierto.

Joseph había aceptado cantar solo una canción.
Nada más.

El show era de otro artista. Él solo sería una sorpresa.


—¿Estás segura de que quieres venir? —le preguntó a Mía antes de salir.

Ella dudó.

—No para cantar. Pero sí para escucharte.

—Nadie va a presionarte.

—Eso me lo digo todos los días —susurró ella.


Anyu, Mía y Alex se sentaron en una esquina lateral,

cerca del acceso al backstage.
Desde allí, Mía podía verlo todo sin ser vista.

Joseph subió al escenario.
El público aplaudió con esa mezcla de sorpresa y alegría sincera.

—Buenas noches. No vengo como estrella.

Vengo como alguien que sobrevivió al silencio.

Una frase.
Una ola de aplausos.

Y luego… la música.


La canción fue suave.
Un tema nuevo, pero íntimo.
La escribió hace unas semanas,

mientras Mía dormía abrazada a su lado.

“No tengo las palabras perfectas,
ni las notas exactas para tu dolor.
Pero si me dejas quedarme,
puedo ser el eco que no te abandona…”

El público guardó un silencio reverente hasta la última nota.

Y entonces, alguien gritó:

—¡Lili!

—¡Queremos a Lili!

Otros se sumaron.

—¡Que cante una con ella!

—¡Lili está ahí! ¡La vimos entrar!


Joseph miró al costado del escenario.

Mía estaba de pie.
Sus manos apretaban el borde del telón.
Los ojos abiertos como si estuviera frente a un abismo.

Él dio un paso atrás, sin dejar de mirarla.

Extendió una mano.
No dijo nada.

Mía negó suavemente con la cabeza.
Dos veces.

Luego, retrocedió medio paso.

Anyu se levantó de inmediato.
La tomó por los hombros.
Alex se colocó frente a ambas, como un escudo.

Joseph volvió al micrófono.

—Lili no está esta noche —dijo con voz suave, clara—.
Porque Lili fue una parte hermosa de alguien que

está aprendiendo a ser completa otra vez.

Hubo un murmullo, seguido de un aplauso corto.
Algunos entendieron.
Otros no.

Pero Joseph no estaba ahí para complacer.

Estaba ahí para acompañar.


En el camerino, Mía se desplomó en el sofá.

No lloraba.

Pero algo en su cuerpo temblaba con fuerza.

—Lo intenté —murmuró—. De verdad quise…
Pero en el escenario no veía gente.
Veía… las cámaras.
Los insultos.
Las botellas.
Los titulares.

Anyu la abrazó sin decir nada.
Joseph llegó segundos después, aún con el micrófono en la mano.

La miró.
No como quien exige.
Sino como quien espera con paciencia el renacer de una flor.

—No tienes que ser fuerte todo el tiempo —le susurró—.
Solo tienes que respirar.
Y cuando estés lista… volverás a cantar.
Aunque sea en la cocina.
Aunque sea para ti.

Mía asintió con la cabeza.
Apoyó la frente contra su pecho.

—Gracias por no obligarme.

—Gracias por no rendirte.

Capítulo 124: Lo que nadie debía oír

Los días después del evento parecían tranquilos…

hasta que dejaron de serlo.


Era temprano.
El café aún humeaba en la mesa.
Mía estaba sentada frente al cuaderno donde empezaba a

escribir letras que aún no sabía si se atrevería a cantar.

Joseph acababa de regresar del mercado.
Anyu y Alex todavía dormían.

Entonces sonó el teléfono.

Un mensaje de voz.
Un enlace.
Un asunto claro:

“¿Joseph olvidó apagar su micrófono?”


El video duraba 3:41 minutos.
Mal grabado.

No era del show.
Era del camerino.
Alguien, desde el área de sonido, había grabado el audio

completo del momento en que Joseph entró y encontró a

Mía derrumbada tras negarse a salir al escenario.

La conversación era íntima.
Demasiado.

—Lo siento —decía Mía en el audio, con voz entrecortada—. No pude.

No pude. Me congelé.

—No tienes que pedir perdón por tener miedo —respondía Joseph.

—Te fallé. Todos esperaban eso…

y yo volví a sentirme rota.

Como ese día, como el mar, como el grito de la gente…

—Shhh… estás aquí. Estás viva. Eso ya es cantar.

Eso ya es más de lo que imaginaban.


Joseph pausó el audio antes del final.

Se había viralizado en Twitter, TikTok, YouTube y hasta en noticieros matutinos.

“Audio filtrado revela la verdadera razón por la que Lili no subió al escenario.”

“¿Qué tan vulnerables pueden ser los ídolos?”
“La crudeza detrás del regreso de Mía Saito.”
“Entre disculpas y ataques de pánico: el lado humano de la fama.”

Mía, al ver su nombre otra vez en tendencia,

no reaccionó con ira.

Solo se quedó en silencio.
Luego se levantó.

Fue al baño.
Vomito.

Anyu la encontró minutos después sentada en el suelo,

con la toalla contra el rostro.

—No importa cuántas veces lo intente,

el mundo siempre encuentra la forma de romperme de nuevo.


Pero esta vez, algo fue distinto.

Porque esta vez, no estaba sola.

Porque esta vez, la reacción del público también fue distinta.


Bajo el hashtag #PerdónMía,

comenzaron a llover mensajes de apoyo.

“Ese audio no debió filtrarse, pero me hizo llorar.”
“Ahora entiendo lo que viviste. Qué fuerte eres por siquiera estar de pie.”
“No te fallaste. Nos mostraste algo real.”

Incluso artistas internacionales compartieron el audio con palabras de respeto.

“Ojalá todos pudiéramos ser así de honestos alguna vez.”
— escribió una estrella del K-pop.

“Mía: no te bajaste del escenario. Subiste al alma de todos.”
— publicó una cantante dominicana.


Joseph estaba furioso.
Quería encontrar a quien filtró el audio.
Quería demandar.
Cerrar puertas.

Pero Mía lo detuvo.

—Por primera vez, la gente escuchó sin gritar.
Tal vez… ese audio mostró algo que ni yo sabía que había en mí.

—¿Qué?

—Valor.
Y miedo.


Al final del día, Mía escribió una nota simple en sus redes:

*“Gracias por entender que tener miedo

no me hace débil. Me hace humana.

A veces cantar no es pararse en un escenario,
sino no huir de uno mismo.

Estoy reconstruyéndome.
Gracias por permitírmelo.”*


Y esa noche, por primera vez, grabó una canción.

En secreto.
Solo ella y Joseph.
Solo con una guitarra.
Sin arreglos.
Sin pulir.

Una canción sobre el miedo.
Sobre el mar.
Sobre no poder hablar… y aun así querer ser escuchada.

Y esta vez, no fue para el mundo.

Fue para ella.


Capítulo 125: La canción que no era para el mundo

Era apenas el tercer día desde el incidente del audio filtrado.

Mía aún no salía de casa.
Seguía escribiendo, a veces cantando en

voz baja cuando Joseph no miraba.
Aún no había decidido si volvería a

grabar algo… oficialmente.

Pero aquella noche,

Joseph la convenció de grabar solo una toma. Una.
Nada más.
Sin intención de publicar.
Solo para que ella escuchara su voz…

y no tuviera miedo de sí misma.


La canción quedó registrada como

un archivo en la laptop de Joseph:
“Para mí misma - take 1.mp3”

Fue Alex quien se ofreció a limpiar un poco el sonido.
No para mezclar ni publicar. Solo para que

Mía pudiera escucharla mejor.

—¿Seguro que no quieres que la subamos

privada a SoundCloud? Solo para ti, en tu celular.
—No, Alex. Solo límpiala un poco. Nada más.

—Entendido.


Pero Alex cometió un error.

Mientras trabajaba, dejó la sesión abierta y

sincronizada con una carpeta de respaldo en la nube.

Un sistema automático la subió a su cuenta pública de música,

pensando que era parte de su proyecto en colaboración con Joseph.

En menos de 45 minutos, el link comenzó a moverse.

Primero fans.
Luego portales.
Después, el mundo.

“Nueva canción de Mía Saito, grabada después del audio filtrado.”
“¿Una confesión musical? El track más íntimo hasta ahora.”
“La canción que no debía salir ya es #1 en tendencias globales.”


Joseph fue el primero en notarlo.
Llamó a Alex.

—¿¡Qué hiciste!?

—¿Qué…? No, espera. Yo solo la estaba

limpiando, no… espera... oh no. No, no, no...

Cuando Alex revisó, ya tenía más de 400 mil reproducciones.


Joseph subió las escaleras corriendo.

Mía estaba en el baño, recién salida de la ducha,

con el celular en la mano.

—Ya lo vi —susurró—. Es mi voz…

—Fue un error. Fue Alex.

—No importa.

—¿Cómo que no importa?

—Porque… la gente está escuchando.
Y esta vez… no me siento vacía.


En menos de una hora, las redes

estaban inundadas de comentarios:

“Esa canción… me rompió.”
“No sabía que necesitaba escuchar a alguien cantarle a su propio miedo.”
“Gracias, Mía. Esto me salvó de rendirme hoy.”

Las líneas más citadas eran:

“No sé si soy la misma,
pero sigo aquí,
aunque tiemble mi voz,
aunque me duela existir.”

“No sé si cantaré mañana,
pero hoy me permito…
simplemente respirar.”


Alex llegó con los ojos enrojecidos.

—Mía… yo lo siento tanto. Fue un accidente, te lo juro.

No tenía idea de que se había subido automáticamente.

Ella se acercó.
Lo abrazó.

—No fue tu culpa.

—Aun así…

—Alex… esa canción era para mí.
Pero ahora entiendo que también era para alguien más.

—¿Para quién?

—Para todos los que no tienen voz todavía.


Esa noche, Mía publicó un mensaje corto:

*No planeé que escucharan esta canción.

Pero si tocó algo en ustedes, entonces valió la pena.

Gracias por escuchar el corazón de una chica que temblaba al volver a cantar.*

—Mía Saito


Y sin pensarlo, sin estrategia, sin managers ni campañas…
la canción se convirtió en un himno.

No de regreso.
No de fama.
Sino de reconstrucción.

Porque, por primera vez,

Mía no cantaba para ser amada.

Cantaba para no desaparecer.

Capítulo 126: Volver también es sanar

La luz del atardecer se colaba por las persianas del cuarto de Joseph.

Mía estaba sentada en el suelo, rodeada de

cuadernos abiertos, su guitarra a un lado, y un

sobre viejo con la palabra “Lili” escrita con marcador negro.

Anyu lo había traído días antes.

—Me lo diste la última vez que estuviste

que volviste de un viaje —le dijo—.

Dijiste que si alguna vez me pasaba algo,

que no olvidara devolvértelo.

Mía no lo recordaba, pero al abrirlo, encontró:

  • Una lista de cosas que quería hacer en su tierra.

  • Un dibujo de la playa donde grabó su primer stream.

  • Y una nota: “No importa cuán lejos llegue mi voz.

  • Siempre quiero volver a donde aprendí a cantar.”


Aquella noche, mientras todos dormían,

Mía se acercó a Joseph.

Él estaba en el patio,

afinando su guitarra.

—¿Puedo decirte algo?

—Siempre.

—Quiero volver a casa.

Joseph alzó la vista.

—¿Te sientes lista?

—No del todo —respondió, sincera—.

Pero sí lo suficiente como para volver a

caminar por mis calles, oler mi comida,

ver mi mar.

Se abrazaron en silencio.

Y él supo que era el momento.


Los días siguientes fueron una mezcla de despedidas

suaves y promesas silenciosas.

Los padres de Joseph prepararon arepas y

jugo natural para el desayuno de despedida.
Alex le regaló a Mía una cámara analógica.

—Por si alguna vez vuelves a ver el

mundo con ojos nuevos —le dijo.

Anyu, que había extendido su estadía también,

volvería con ella.

Joseph… aún no sabía si debía quedarse o irse.


En el aeropuerto, Mía respiró hondo antes

de pasar por migración.

Joseph se acercó y le susurró:

—Te seguiría a cualquier parte…

pero ahora sé que tienes que caminar esta parte sola.

—No estaré sola. Estaré en casa.

—Entonces, ve. Y cuando estés lista… canta.

Aunque sea bajito. Aunque sea para ti.

Ella lo besó con ternura.

—Gracias por enseñarme a volver sin miedo.


El avión despegó a las 8:47 a.m.

Desde la ventanilla, Mía vio cómo la ciudad de Panamá se hacía pequeña.

Y con ella, la versión de sí misma que llegó rota, perdida y en silencio.


Aterrizaron en Santo Domingo con cielo despejado.

El calor abrazó a Mía como un viejo amigo.
Los sonidos, los colores, el olor del café en el aire.

Anyu la tomó de la mano.

—Bienvenida de vuelta, hermana.

—Gracias por esperarme. Gracias por no dejarme sola.


Ya en su habitación, Mía se quitó los zapatos,

se sentó frente a su ventana, y abrió uno de sus cuadernos nuevos.

Escribió solo una línea:

Volver también es un acto de valentía.

Y por primera vez en mucho tiempo…
no sintió miedo.

Solo un murmullo cálido en el pecho.

Quizás… el inicio de una canción.


Capítulo 127: Si vuelve a caer, yo correré

Panamá no se sentía igual sin ella.

Aunque el sol brillara.
Aunque los días avanzaran.
Aunque el trabajo en el estudio se acumulara.

Mía se había ido.
Y Joseph se había quedado.

No porque no quisiera ir con ella.
Sino porque entendía que esta vez, ella tenía que volver sola.


Había noches en las que se despertaba de golpe,

con la sensación de que algo andaba mal.

Soñaba que Mía lo llamaba.
Que no podía respirar.
Que la rodeaban voces que la hacían dudar otra vez.

Se sentaba en la cama, respirando agitado.

Y luego miraba el teléfono.
Sin ningún mensaje nuevo.

Pero aún así, no dormía más.


Pasaban los días, y Joseph trataba de volver al ritmo de antes:

  • Reuniones.

  • Mezclas.

  • Propuestas de giras.

  • Invitaciones a premiaciones.

Pero nada tenía el mismo brillo sin ella.

Ni la música.
Ni la fama.
Ni los aplausos.


Alex lo notaba.

—¿Estás bien?

—Estoy… quieto.

—¿Eso es bueno o malo?

—Eso es estar sin ella.


Joseph no la llamaba todos los días.
No quería presionarla.
Le enviaba audios cortos.
Una foto.
Un verso.

A veces, Mía respondía con una nota de voz.
Otras veces, solo con un emoji.

Y él lo entendía.
Ella estaba reconstruyéndose.


Pero había algo que Joseph no podía dejar de pensar:

“¿Y si vuelve a romperse?”

Porque ya la había perdido una vez.
Y ahora, aunque viva, aunque alli, la distancia volvía a parecer un abismo.

La diferencia era que ahora él estaba despierto.


Una noche, mirando las luces de la ciudad desde su balcón,

Joseph abrió su libreta.

Y escribió:

*Si vuelve a caer,
juro que esta vez no llego tarde.

No hay océano que me detenga,
ni escenario que me ate.

Porque aunque ella diga que puede sola,
yo estaré corriendo.

No para rescatarla.

Sino para recordarle…
que nunca más tendrá que salvarse sola.*


Ese verso se convirtió en canción.

Pero no la grabó aún.

La dejó escrita, en papel.
Sellada, con el título:

"Por si alguna vez te pierdes otra vez."

Y la guardó en su maleta.

Por si algún día, necesitaba correr sin mirar atrás.


Capítulo 128: El eco de una voz que vuelve

Habían pasado diez días desde su regreso.

El aire de su habitación volvía a oler a hogar.
La luz entraba por las cortinas con la misma calidez que recordaba.

Pero nada era igual.

Porque ella no era la misma.


Anyu se había quedado unos días más con ella,

y ahora compartían el desayuno como antes,

pero con otra complicidad:
Silencios que entendían más que palabras.
Miradas que no preguntaban, solo acompañaban.

Mía aún no salía mucho.
Solo al colmado, o a caminar por la calle de siempre.
Había quienes la miraban con respeto…
y otros con duda.

Pero ya no bajaba la mirada.


Un lunes por la mañana, recibió un correo:

“Querida Mía:
Desde la Fundación Voces de Agua,

nos encantaría invitarte a formar parte de

nuestro programa de acompañamiento

artístico para jóvenes.
Hemos seguido tu historia, tu proceso, tu música…
Y creemos que tu voz puede ser refugio para

quienes aún no encuentran la suya.
¿Te gustaría dar un taller de composición emocional

para adolescentes sobrevivientes de trauma?”

Mía se quedó congelada leyendo.

No era un concierto.
No era fama.
Era algo mucho más íntimo.
Más reservado, más tranquilo.


Le enseñó el correo a Anyu.

—¿Debería?

—¿Quieres?

—Tengo miedo de no estar lista.

—¿Y si estar lista no significa no tener miedo…

sino hacer algo a pesar de él?


Mía aceptó.

El primer día que visitó la sede,

su corazón latía como tambor.
Llevaba su cuaderno, su guitarra…

y las manos temblorosas.

La sala estaba llena de chicos y chicas entre 13 y 18 años.

Algunos la reconocieron.
Otros no.
Todos guardaron silencio cuando comenzó a hablar.

—No vengo a enseñarles a ser artistas.
Vengo a decirles que sus palabras también valen.
Que escribir puede salvarte.
A mí me salvó.
Muchas veces.
Y si quieren, podemos empezar con una frase. Solo una.
La que más les duela…
O la que más los haga respirar.


Una chica levantó la mano.

—¿Y si no tengo palabras?

Mía sonrió con suavidad.

—Entonces, dibújalas.
O tararéa algo.
O solo cierra los ojos.
A veces el silencio también canta.


Esa noche, de regreso a casa, Mía escribió:

*Hoy no canté frente a miles.

Pero escuché la voz de alguien que apenas hablaba.

Y eso… me hizo sentir más viva que cualquier aplauso.*


A Joseph no le dijo nada aún.

Pero grabó un audio corto y se lo envió:

—Hoy sonreí sin pensar en el pasado.
Solo quería que lo supieras.

Joseph, desde Panamá, respondió con voz suave:

—Hoy fue un buen día entonces.
Y si un día no lo es,
sabrás dónde encontrarme.


Sin que ella lo supiera, Joseph ya tenía el pasaje comprado.
Solo estaba esperando el momento correcto.

Capítulo 129: El fragmento que voló

La Fundación estaba más llena que nunca.

Aquel día no era un taller cualquiera.
Era la primera jornada abierta al público,

con familiares y medios invitados.
Una especie de muestra de lo que los chicos

habían creado en las últimas semanas.

Y Mía —o Lili, como algunos empezaban a

llamarla otra vez sin saber si debían— sería quien cerraría el evento.


Joseph aún no le había dicho que ya estaba en República Dominicana.

Había llegado la noche anterior.
Se hospedaba cerca del centro cultural.

Anyu lo ayudó a entrar sin que nadie supiera.
Estaba nervioso, más de lo que imaginó.
Porque esta vez no la venía a rescatar.

Venía a verla volar.


Mía estaba en camerino.

No tenía maquillaje.
Vestía jeans y una camisa blanca.

En sus manos temblaba el cuaderno

donde había escrito su nueva canción:
una que nunca había compartido, ni siquiera con Joseph.

Una canción sobre elegir seguir,

aún cuando nadie aplaude.
Una canción para sí misma.


—¿Estás lista? —le preguntó Anyu, tocándole el

hombro suavemente.

Mía asintió.

Y por primera vez en mucho tiempo,

salió al escenario sin miedo.


La sala estalló en aplausos suaves y respetuosos

cuando la presentaron.

Pero ella solo escuchaba el latido de su corazón.

Tomó el micrófono.
Se sentó con su guitarra.
Y habló, antes de cantar:

—Esta canción no tiene nombre.
No tiene fama.
No busca viralidad.
Solo… nació en un momento en que pensé que no volvería a cantar.

Respiró.

Y entonces empezó a tocar.


*No soy la misma,
no tengo que serlo.

Aprendí a quererme
aunque no todos lo entendieran.*

Me rompí,
me escondí,
me olvidé de mi voz…

*Pero aquí estoy.

Cantando bajito,
por si alguien más
también se salvó.*


Al fondo, Joseph contenía las lágrimas.

Era ella.

Era su voz.
Su esencia.
Su fuego encendido otra vez.

Y sin embargo…
no era su Lili.
Era una nueva.
Más fuerte.
Más verdadera.

Y la amó aún más.


Cuando la canción terminó, el silencio fue total.
Segundos después, un aplauso sincero, profundo, emotivo, llenó la sala.

Mía no lloró.
No se desmoronó.

Solo bajó la cabeza y sonrió.


Una de las chicas del programa, sin que Mía lo supiera,

había grabado parte de la canción y la subió a TikTok con la frase:

“No sé quién seas, pero gracias por no rendirte.”

En tres horas, el clip tenía más de 800 mil vistas.

Y el nombre “Lili Saito” volvió a estar en boca del mundo.

Pero esta vez, no por escándalos.
Sino por valentía.



Capítulo 130: Y ahí estaba él

Mía volvió a camerino para respirar.
Sus piernas temblaban de la emoción.
No había notado cuánta gente había hasta que se bajó del escenario.

Se sentó en una silla, dejó la guitarra a un lado…
Y entonces, escuchó pasos.

—¿Puedo pasar? —dijo una voz.

Su corazón se detuvo.

Joseph.

Entró despacio, cerrando la puerta con suavidad.

—Hola.

Ella no supo qué decir.

Lo miró.

Y por primera vez en mucho tiempo,

se sintió completamente vulnerable.


—¿Cuánto llevas aquí?

—Desde anoche. No quería interrumpir. Quería verte… así.
Brillando.
Cantando.
Volviendo.

Ella parpadeó varias veces. Se le llenaron los ojos.

—No sabía que venías.

—Lo sabía yo.
Y eso bastaba.


Hubo un silencio suave.

Cargado de todo lo que no dijeron durante semanas.

Y luego, Mía habló.

—Esa canción… no te la había enseñado.

—Y fue la mejor que has escrito.

Ella tragó saliva.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

Joseph se acercó.
La tomó de la mano.

—Porque esta vez… la escribiste para ti.
No para mí.
No para el mundo.
Para tu alma.


Se quedaron así, en silencio.
Solo sus dedos entrelazados.
Solo sus respiraciones alineadas.

Y entonces, Mía dijo:

—¿Te quedarás un poco más?

—Me quedaré lo que necesites.
Hasta que vuelvas a volar sin miedo.
O hasta que quieras hacerlo conmigo.


Esa noche, no hubo cámaras.
Ni grabaciones.
Ni micrófonos abiertos.

Solo dos personas que sobrevivieron a la peor versión del mundo.
Y ahora, por fin, podían sentarse frente a frente…

y cantar el silencio sin romperse.

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