Capítulo 151: ¿Qué somos ahora?
La noche había llegado con una brisa suave,
y por primera vez en mucho tiempo,
no había ni cámaras ni música entre ellos.
Solo el sonido del ventilador,
el eco del teclado sin usarse,
y dos corazones latiendo con preguntas que ya no podían posponerse.
Lili estaba sentada en el borde de la cama,
el anillo aún brillaba en su dedo,
pero ella no lo miraba.
Joseph apareció en la puerta con dos tazas de té.
—¿Quieres hablar? —preguntó él, sin rodeos.
Lili lo miró.
No era una pregunta casual.
No esta vez.
Asintió.
—Sí. Creo que… es momento.
Ambos se sentaron en el suelo, espalda contra la pared.
Como al principio.
Cuando lo único que sabían el uno del otro eran las risas entre transmisiones
y las canciones sin nombre.
—¿Qué somos ahora, Joseph? —preguntó Lili, sin miedo.
Él se quedó en silencio.
La pregunta lo había acompañado desde que ella despertó.
Desde que todo volvió y al mismo tiempo…
nada volvió igual.
—No lo sé —respondió al fin—.
Ya no estamos en el punto en que éramos solo amigos.
Tampoco estamos en el punto donde podíamos pensar en boda.
—¿Y lo del compromiso?
Joseph miró el anillo.
—Sigue ahí… pero no significa lo mismo.
No porque te ame menos,
sino porque nos rompimos tanto,
que no sé si estamos listos para llamarlo “futuro”.
Lili suspiró.
—A veces siento que soy otra persona.
Y tú estás aquí,
amando a una versión de mí que ya no existe.
Eso me asusta.
Y a la vez…
me tranquiliza que sigas.
—¿Y tú? —preguntó Joseph—. ¿Qué sientes por mí ahora?
Ella bajó la mirada.
—No lo sé con certeza.
Te amo.
Pero no como antes.
Te amo con cicatrices. Con pausas. Con miedo.
Y me estoy conociendo de nuevo.
Así que no puedo prometerte todo,
pero sí esto:
no quiero alejarme.
Silencio.
Joseph tomó su mano, suave.
—Entonces hagamos algo.
Ni amigos.
Ni prometidos.
Ni extraños.
Seamos… compañeros.
—¿Compañeros?
—Sí.
De este nuevo viaje.
Sin prisas.
Sin etiquetas.
Sin expectativas.
Solo tú y yo…
aprendiendo otra vez quiénes somos,
juntos.
Lili sonrió.
No era una gran sonrisa.
Pero era verdadera.
—Me gusta eso.
—¿Podemos prometer solo una cosa?
—¿Cuál?
—Que si alguna vez volvemos a perdernos…
esta vez nos buscaremos más fuerte.
Ella se inclinó y apoyó la frente contra su pecho.
—Prometido.
Esa noche no se dijeron “te amo”.
No lo necesitaban.
Porque habían comprendido que a veces,
el amor no es un título, ni una fecha, ni un anillo.
A pesar del miedo.
A pesar del pasado.
A pesar de no saber qué viene.
Capítulo 152: Tan lejos del mundo… tan cerca del alma
Era domingo.
No había planes.
No había entrevistas.
No había nadie mirando.
Solo ellos dos.
Dos tazas de café.
Y un pedazo de mundo que habían logrado reconstruir con las ruinas de uno anterior.
Joseph cocinaba en silencio mientras Lili lavaba algunas frutas.
Ninguno hablaba mucho.
Pero tampoco hacía falta.
Era un lenguaje nuevo.
El del presente.
Después del desayuno, se quedaron tirados en la alfombra del salón.
Lili leía en voz baja un fragmento de un libro de ensayos.
Joseph escuchaba, sin interrumpir.
—“A veces uno no sana para volver a lo que era,
sino para aprender a vivir con lo que es ahora” —leyó ella.
Joseph la miró.
—¿Eso te hace pensar en ti?
—Sí… ¿y a ti?
—En los dos.
En que ya no estoy esperando a que regreses a ser “Lili la artista”.
Solo quiero conocerte como “Lili la mujer que sobrevive cada día.”
Ella sonrió, casi al borde de las lágrimas.
No dijo nada.
Solo estiró la mano y acarició su cabello.
Más tarde, sacaron una caja de recuerdos.
Fotos.
Notas.
Cosas que habían guardado con esperanza.
Y cosas que habían olvidado con dolor.
Entre los objetos, Lili encontró un collar.
Era ella que usaba cuando hacían sus primeros streams.
Un simple dije en forma de luna.
—¿Recuerdas esto? —preguntó.
Joseph asintió.
—La primera vez que lo vi… pensé que parecía de un anime.
Pero luego, pensé que brillaba más cuando tú reías.
Lili se lo colocó, y por primera vez en mucho tiempo…
se permitió reír.
No por nostalgia.
No por cortesía.
Sino porque se sintió que queria hacerlo.
Por la tarde, pintaron juntos.
No algo profundo.
Solo manchas de color sobre cartulina.
Joseph le salpicó pintura sin querer,
y Lili se la devolvió con intencionalidad.
Terminaron cubiertos.
Riendo.
Cansados.
En el piso, uno sobre el otro.
—Si esto es la vida sin fama… —dijo ella—
quizá no la cambio por nada.
Joseph la abrazó desde atrás.
Ambos recostados sobre las alfombras sucias de pintura.
—La fama no te devolvió.
Pero tú, aquí, ahora… sí me estás devolviendo a mí.
Lili cerró los ojos.
Y por primera vez en mucho tiempo,
no soñó con el pasado.
Soñó con despertar de nuevo
junto a la misma taza de café,
al mismo chico despeinado,
y a la única versión de sí misma que empezaba a amar otra vez.
Solo existir.
Y ser amada así.
Capítulo 153: Si mañana también estás aquí…
El sol se colaba por la ventana,
pintando líneas doradas sobre el suelo de la sala.
Era lunes.
Pero no tenían agenda.
Joseph ya estaba despierto.
Estaba preparando té con jengibre,
una costumbre que había adoptado desde que
Lili despertó aquella vez en el hospital.
Pequeños gestos que decían:
“aquí estoy… todavía.”
Lili apareció en la cocina con su cabello recogido,
una camiseta suya colgando hasta las rodillas.
Se sentó en la encimera sin decir nada.
Joseph le alcanzó la taza.
—Dormiste bien —comentó.
—Sí. No soñé con el mar esta vez.
Solo contigo y ese gato que aún no tenemos.
Él sonrió.
—¿Un gato?
—Sí… uno gris. Que duerma entre nosotros.
Y que se llame como una canción triste.
—¿“Susurros”? —bromeó.
—Muy dramático.
—¿“Girasol”?
—Demasiado tierno.
—Lili hizo una pausa—.
Quizá no importa el nombre…
Solo que esté.
Como tú.
Después del desayuno, salieron al pequeño balcón.
Desde ahí se veía el parque donde Lili solía caminar con Zess.
El silencio fue cómodo.
Hasta que ella habló.
—¿Tú piensas en el futuro?
¿En lo que viene?
Joseph asintió.
—A veces.
Pero ya no como antes.
No con fechas o metas.
Solo… en escenas.
—¿Qué tipo de escenas?
Joseph la miró.
Y, con voz suave, dijo:
—Tú cocinando algo nuevo y quemándolo.
Yo poniéndome creativo con desayunos raros.
Un gato gris caminando sobre el piano.
Y tú diciéndome que no escriba canciones con tanto dolor…
porque ya no es necesario.
Lili lo escuchaba en silencio.
—¿Y tú? —preguntó él.
Ella suspiró.
—Yo pienso en plantar algo.
Tal vez flores.
Tal vez letras.
Y verte salir del estudio,
con ojeras y una sonrisa tonta,
diciéndome que la canción está casi lista…
y que necesitas que la escuche primero.
Joseph se acercó.
Le acarició la mejilla.
—¿Crees que lleguemos a eso?
—No lo sé.
Pero si mañana también estás aquí…
creo que ya vamos en camino.
El resto del día pasó entre libros,
una película a la mitad,
y una tarde lluviosa que los obligó a quedarse abrazados en el sofá.
No hicieron nada extraordinario.
Y, sin embargo, fue uno de los días más importantes.
Porque entendieron algo:
El amor no siempre grita.A veces susurra.
A veces se sienta en el borde del balcón,
y habla del futuro sin miedo.
Capítulo 154: Todo lo que dejamos atrás
Era miércoles,
y la lluvia no había parado desde la madrugada.
Los vidrios empañados,
el café tibio,
y el sonido tenue del piano que Joseph tocaba sin pensar.
Lili estaba en el estudio, mirando una caja polvorienta.
La había visto decenas de veces en el estante,
pero nunca había tenido el valor de abrirla.
Hasta hoy.
—¿Quieres que me quede? —preguntó Joseph desde la puerta.
Ella dudó.
—Sí… pero no digas nada.
Solo… siéntate.
La caja olía a madera y lavanda.
Una mezcla suya y de Zess.
La tapa cedió con un crujido leve.
Adentro:
cartas sin enviar,
notas para canciones jamás escritas,
fotografías dobladas,
una entrada de concierto,
y una hoja arrancada de su cuaderno personal:
"A veces el corazón quiere dejar de latir no por cansancio,
sino porque ya nadie lo escucha."
Joseph la reconoció.
Esa frase había sido la inspiración para la tercera canción del álbum.
Pero Lili no lo miraba.
—Escribí eso una semana antes de…
de desaparecer.
Silencio.
—No lo hacía por drama.
Solo… no sabía cómo seguir cuando ya no tenía a nadie.
Zess se había ido,
tú también.
Joseph tragó saliva.
Se sentó junto a ella.
—No estaba tan lejos como crees…
pero sí fui cobarde.
—Lo sé.
Pasaron al siguiente objeto.
Un pendrive.
—¿Qué hay aquí?
—Un proyecto con Zess.
Una canción sin terminar.
Nunca la escuché completa.
Joseph conectó el USB a su laptop.
La voz de Zess llenó el aire.
Un demo.
Crudo.
Puro.
Y en el fondo, una segunda voz.
Lili, cantando aún sin saber que un día
la ausencia de su hermano sería también el hilo invisible
que uniría su vida con la de Joseph.
Ella cerró los ojos.
Joseph la tomó de la mano.
—¿Quieres terminarla? —preguntó él.
—Sí…
pero no ahora.
Primero… quiero recordar.
Y perdonarme.
Más tarde, abrieron la puerta del cuarto que ella usaba para grabar.
Estaba cubierto por una sábana vieja.
Lili respiró hondo.
—Aquí fue donde grabé “Susurros a la Distancia”.
—¿Quieres volver a grabar aquí?
Ella dudó.
—Quiero…
pero solo si ahora tú estás sentado al otro lado.
Joseph la miró.
—Siempre estaré al otro lado,
esperando escucharte.
Ese día no grabaron nada.
Ni escribieron versos.
Ni tocaron el piano juntos.
Pero abrieron una caja,
una puerta,
y una promesa.
Sin presiones.
Sin fama.
Solo como dos personas que, por primera vez,
pueden mirar lo que dejaron atrás…
y no huir.
Capítulo 155: Notas entre la piel y el alma
La noche llegó con lentitud.
El cielo se volvió añil,
y las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos como si
recordaran que el mundo seguía girando,
aunque ellos estuvieran quietos.
Lili miró el pequeño estudio casero.
Ahora limpio, con velas encendidas y una laptop abierta
esperando una nueva grabación.
Joseph ajustaba los micrófonos con cuidado.
Sus dedos temblaban, aunque intentara disimularlo.
—¿Estás nervioso? —preguntó ella, sonriendo apenas.
—Mucho.
Es la primera vez que grabo con la mujer que amo…
después de perderla y volverla a encontrar.
Lili se quedó callada.
Pero ese silencio decía más que cualquier respuesta.
La canción no estaba terminada.
Tenía versos sueltos, una melodía incompleta.
No sabían si era para el mundo, o solo para ellos.
Cantaron una estrofa cada uno.
Las voces se entrelazaban como sus historias:
cautas al principio,
profundas en el centro,
y temblorosas al final.
Cuando la grabación se detuvo,
nadie habló.
Solo se miraron.
—Aún no sé si quiero volver a mostrarle mi voz al mundo —confesó Lili—
pero sí quiero que tú la escuches.
Siempre.
Joseph se acercó.
Sus manos temblaban menos.
La besó en la frente.
—Entonces que el mundo espere.
Prepararon juntos una cena simple:
arroz, pescado y ensalada.
Lili encendió incienso de lavanda.
Joseph puso música instrumental suave.
Comieron sentados en el suelo, entre almohadas,
riendo por pequeñas tonterías.
Hablaron del futuro, pero sin mapa.
Sin ruta.
Solo con deseos sueltos:
—Tal vez un viaje juntos sin cámaras.
—Una planta que no se me muera a los tres días.
—Un gato que toque las teclas del piano contigo.
—Una canción que no duela al cantarla.
Más tarde, sin decirlo, sin planearlo,
ambos sabían lo que venía.
Estaban en la habitación,
las luces apagadas,
el sonido lejano de la ciudad respirando.
Joseph se acercó primero,
pero fue Lili quien lo besó con hambre contenida.
Con lágrimas aún no derramadas.
Con los recuerdos de lo perdido
y el asombro de haber sobrevivido.
—No soy la misma —dijo entre susurros.
—Yo tampoco —respondió él.
Se desnudaron sin prisa.
Sin máscaras.
Sin exigencias.
Las caricias no eran fuego urgente,
sino calor de hogar.
Reconocimiento de cicatrices.
Beso en cada herida.
Cuando sus cuerpos se unieron,
no fue solo deseo.
Fue memoria, redención, reencuentro.
Joseph susurró su nombre como si lo dijera por primera vez.
Y Lili se aferró a él como quien
abraza la última nota de una canción que creía olvidada.
Después, acostados uno junto al otro,
él le acariciaba la espalda.
Ella, con la cabeza en su pecho, murmuró:
—Gracias por quedarte.
Incluso cuando no sabía quién era.
Joseph la abrazó más fuerte.
—Gracias por volver.
Incluso cuando yo no supe cómo esperarte.
Esa noche no hubo aplausos.
No hubo público.
No hubo tendencia viral.
en una casa cualquiera,
cantando con el cuerpo lo que el
Capítulo 156: Después del silencio
Lili despertó con el cuerpo aún tibio
y el corazón en pausa.
La luz suave de la mañana se colaba por la persiana entreabierta.
Joseph dormía a su lado,
una de sus manos descansando sobre su cintura,
como si incluso dormido necesitara estar seguro de que aún estaba ahí.
Pero ella no dormía.
No podía.
Había algo en esa calma que dolía.
Porque parecía frágil.
Como un sueño que puede romperse con el primer sonido fuerte del mundo real.
Se levantó con cuidado.
Se vistió con una camisa suya.
Fue a la cocina,
encendió la cafetera,
pero no bebió nada.
Se sentó junto al piano.
Miró sus manos.
Pensó en todo lo que habían creado con esas mismas manos:
Canciones.
Lágrimas.
Puentes.
Y muros.
¿Realmente podía volver a ser “ella”?
¿Esa versión antes del dolor,
antes de Mia,
antes del abismo?
No.
Y, tal vez, tampoco quería.
Porque ahora conocía la profundidad de perderlo todo…
y también la fuerza que requería amar de nuevo.
—No dormiste, ¿verdad? —dijo Joseph desde la puerta, despeinado, con voz ronca.
Ella no respondió.
Solo negó con la cabeza.
—¿Estás arrepentida?
—No.
Solo…
me da miedo.
Joseph se acercó, se sentó junto a ella.
—¿De qué?
—De que esto no dure.
De que el mundo vuelva a golpear.
De que ahora que estoy entera otra vez,
sea más fácil romperme.
Él le tomó la mano.
—Entonces vamos a armarnos juntos.
Con lo que hay.
Con lo que queda.
Cuando estaban por preparar el desayuno, sonó el teléfono.
Era Alex.
—¿Hola? —contestó Joseph.
La llamada duró poco.
Joseph colgó y frunció el ceño.
—¿Qué pasó?
—Hay rumores… de que alguien está intentando
vender imágenes inéditas tuyas de
cuando estabas desaparecida. Fotos del hospital,
de tu rehabilitación. Nadie sabe cómo las obtuvieron.
Lili se congeló.
—¿Cómo? Pero eso… ¿por qué? ¿Cómo pueden tenerlas?
—No lo sé aún. Pero Alex ya está en eso. Me dijo que hablemos con Anyu.
Como si el universo escuchara, llegó un mensaje de ella:
“No abras redes sociales hoy.
Se está moviendo algo raro. Estoy intentando detenerlo.”
Lili sintió que el aire se hacía más denso.
No era pánico.
Era rabia.
Joseph notó el cambio.
—¿Quieres irte? ¿Salir de aquí?
Ella negó con firmeza.
—No.
Quiero quedarme.
Y si hay que enfrentar algo, que sea desde donde me reconstruí.
Aquí.
Contigo.
Pasaron la tarde limpiando el estudio.
Pusieron música.
Organizaron libros.
Lili encendió una vela de canela.
Joseph sacó un cuaderno nuevo.
—¿Una canción? —preguntó ella, medio sonriente.
—No.
Una carta.
—¿A quién?
—A ti.
A la Lili que ya no está.
Y a la que está ahora.
A las dos.
Ella lo miró en silencio.
Se acercó y lo besó en la mejilla.
—Entonces yo también voy a escribirle.
A Mia.
Para despedirme.
Cuando cayó la noche, no hubo noticias nuevas.
Pero tampoco hubo más filtraciones.
A veces, la calma no llega como victoria.
Sino como tregua.
cuando se abrazaron en el sofá viendo una película tonta,
ambos supieron que el verdadero triunfo no era volver a cantar,
sino volver a reír.
Capítulo 157: A quien fui cuando te perdí
Lili sostenía el cuaderno con manos temblorosas.
El bolígrafo descansaba sobre la mesa desde hacía media hora.
Joseph dormía en el sofá,
la taza de té que habían compartido aún humeaba,
y en su interior había una tormenta lista para estallar.
Pero no con gritos.
No con lágrimas.
Esta vez, con palabras.
“Querida Mia…”
escribió al fin.
**"Nunca pensé que te necesitaría.
Nunca imaginé que me convertiría en ti.
Y sin embargo,
fuiste tú quien me mantuvo viva cuando Lili quería rendirse.
Fuiste tú quien sonrió al doctor.
Tú quien agradeció a Alan cuando yo solo quería desaparecer.
Fuiste tú quien cantó, aunque no sabía para quién.
Aunque no sabía ni siquiera cómo me llamaba.
Gracias por quedarte cuando todo se cayó.
Pero ahora…
ya no te necesito.
Gracias por ser mi sombra cuando no había luz.
Pero hoy, Mia…
te dejo ir.
Con amor.
Con respeto.
Con perdón.
Lili."**
La carta no fue sólo tinta.
Fue fuego en las venas.
Y con cada línea escrita,
una escena vino a su mente.
Recuerdo I: La habitación blanca del hospital
Mia —ella misma— no hablaba.
Tenía el cuerpo cubierto de hematomas,
y el alma vacía.
La enfermera la llamaba “la chica del acantilado”.
Nadie sabía su nombre.
Y ella no quería saberlo.
Solo lloraba cuando nadie la veía.
Solo soñaba con una voz que la llamaba “Lili”…
y no entendía por qué dolía tanto.
Recuerdo II: Alan sentándose a su lado con una guitarra
—¿Te gusta la música?
Ella no respondió.
Él empezó a tocar.
Y sin darse cuenta,
ella murmuró una melodía.
Su voz era débil.
Ese fue el primer día que Mia sonrió.
Y también el día en que comenzó a existir.
Recuerdo III: El mar desde la ventana del hospital
Pasaba horas mirándolo.
Sin saber por qué le provocaba tanto miedo.
Tanto respeto.
Tanta pena.
Como si algo suyo hubiera quedado allá abajo…
hundido para siempre.
Mientras tanto, en otro lado de la ciudad…
Alex había conseguido acceso a un antiguo contacto suyo del área médica.
Y lo que descubrieron no era solo ilegal:
era inhumano.
Un ex trabajador del hospital donde
Lili estuvo internada había robado copias del sistema,
sabiendo que si algún día ella volvía a ser famosa,
eso tendría precio.
Tenía videos de su rehabilitación,
fotografías, grabaciones de sus
sesiones psicológicas.
Alex cerró el archivo de golpe.
—Esto no puede salir.
No debería ni existir.
Anyu temblaba.
—¿Qué hacemos? ¿Lo denunciamos?
¿Lo compramos antes de que lo vendan?
—Si lo compramos, perpetuamos este sistema.
Pero si no hacemos nada, alguien más lo tomará.
—¿Y si se lo mostramos a Lili?
Alex la miró.
—¿Después de todo lo que vivió?
En ese instante, Lili terminaba la carta.
Se levantó, la dobló con cuidado y la guardó en
una caja donde antes estaban sus fotos con Zess.
Dejó allí un mechón de cabello que le
habían cortado en el hospital,
y una pulsera rota que Alan le había
dado cuando aún no sabía su nombre.
El último adiós a Mia.
Cuando Joseph despertó y la vio allí,
de pie frente al estante, le preguntó:
—¿Terminaste?
Ella asintió.
—Sí. Ya me despedí de ella.
Joseph se acercó y la abrazó.
Ella tembló en sus brazos.
—¿Ahora qué? —preguntó.
—Ahora… seguimos.
Esa noche, Alex y Anyu se sentaron frente a sus laptops.
Tomaron una decisión difícil:
eliminar los archivos.
Los subieron a una nube protegida.
Luego formatearon el disco físico.
Y por último, llamaron a un abogado.
—Si van a salir… que salgan por nosotros, con contexto.
Con control.
Y Mia ya no está sola.
Capítulo 158: Lo que fue entre el olvido
La tarde había caído con un cielo gris,
el tipo de cielo que parecía contener suspiros que nunca se dijeron.
Alan llegó puntual.
No era la misma chica que conoció.
Ya no era Mía,
tampoco del todo Lili.
Era ambas.
Era alguien nuevo.
—Hola… —dijo ella, sin poder mirar directamente.
—Hola, Lili —respondió él, usando ese nombre
por primera vez con voz quebrada.
El silencio pesó durante segundos que parecieron años.
Se sentaron frente a frente en la terraza de la
cafetería donde solían ir cuando ella aún se llamaba “nadie”.
—¿Recuerdas algo de esos días? —preguntó él, casi susurrando.
—Todo —respondió ella.
—Después de que me desperté del colapso…
fue como si alguien encendiera la luz de golpe.
Tuve miedo.
Sentí vergüenza.
Culpa.
Alan bajó la mirada.
—Nunca quise que te sintieras así.
—Lo sé —Lili tomó aire—.
Alan, tú me salvaste.
No solo físicamente.
Sino emocionalmente.
—Pero no fui suficiente.
Ella negó, con ternura.
—No era tu papel ser “suficiente”.
Era mi duelo, mi oscuridad.
Y tú fuiste… mi refugio.
Alan sonrió con tristeza.
—Hubo momentos en que creí que podía ser algo más.
Pero… cuando aparecieron tus recuerdos,
supe que nunca te pertenecí por completo.
—Y aun así no te fuiste.
—¿Cómo iba a irme si eras todo lo que tenía en ese momento?
Eso la hizo llorar.
No de culpa.
De reconocimiento.
—Gracias —dijo, tomándole la mano—.
Por no aprovecharte de mi vulnerabilidad.
Por no pedir más de lo que podía dar.
Alan apretó suavemente su mano.
—Gracias por cantarme, incluso cuando no sabías quién eras.
Hablaron más.
De los días en el hospital.
De los paseos que dieron como dos extraños que intentaban sobrevivir.
De las canciones que cantaron con miedo y esperanza.
Alan se despidió con una última frase:
—No quiero que te sientas en deuda conmigo.
Solo quiero que seas feliz.
Y si ese tipo, Joseph, puede darte eso… entonces adelante.
Pero si te rompe otra vez,
no me importa si estoy en la otra punta del mundo…
voy a volver por ti.
Ella lo abrazó, largo, con fuerza.
No como alguien que ama románticamente.
Sino como alguien que honra lo que fue.
—Adiós, Alan.
—Hasta siempre, Lili.
Capítulo 159: El peso del silencio que no separó
Lili llegó a casa después del encuentro con Alan con el corazón agitado.
No era tristeza.
Tampoco alivio.
Era esa mezcla de cosas que uno solo puede
soltar en la presencia de alguien que realmente lo conoce.
Joseph estaba en la cocina, preparando algo simple.
No la miró de inmediato.
Pero la sintió entrar.
Siempre la sentía.
Ella dejó el bolso sobre la mesa.
Se quitó los zapatos.
No dijo nada.
Él la observó de reojo.
Había algo distinto en su mirada.
Más serena.
Más suya.
—¿Te fue bien? —preguntó con suavidad, sin invadir.
Lili asintió.
—Sí.
Fue… necesario.
Él asintió también.
Y el silencio volvió.
No hubo un "te amo",
no hubo una declaración,
ni siquiera una promesa.
Solo una caminata silenciosa hasta la habitación,
una luz tenue,
y dos cuerpos que sabían encontrarse incluso después del dolor.
Joseph la miró.
La tocó como si fuera la primera vez,
pero también como si fuera la última.
Sus dedos recorrieron su espalda,
su cuello,
sus mejillas.
—Estoy aquí —dijo él.
—Yo también —susurró ella,
y esta vez, lo decía completa.
Sin fragmentos, sin sombras.
Se besaron sin prisa.
Sin la urgencia de lo que podría perderse,
sino con la ternura de lo que por fin se había recuperado.
Los movimientos fueron lentos,
los suspiros callados.
Las lágrimas llegaron sin aviso.
Lili lloró.
Joseph también.
No era dolor.
Era sanación.
Se abrazaron entre sábanas,
desnudos de cuerpo y de historia.
Por primera vez desde que todo explotó,
ya no eran Lili la figura rota,
ni Joseph el que había llegado tarde.
Eran solo dos personas que se encontraron después del naufragio.
Y decidieron quedarse.
—¿Esto está bien? —preguntó él, aún dentro del abrazo.
—Sí —dijo ella, acariciando su espalda—.
Por fin… se siente bien.
Horas después, con el cabello aún húmedo y
el cuerpo envuelto en la tibieza de lo compartido,
Joseph le preguntó algo que tenía días en la garganta.
—¿Tú crees que podamos empezar… algo nuevo?
No lo que teníamos antes.
No lo que la gente quiere ver.
Algo solo nuestro.
Lili lo miró, y por primera vez en meses, sonrió sin dolor.
—Sí.
Pero esta vez… sin fechas, sin títulos.
Solo nosotros.
—Solo nosotros —repitió él, y la besó una vez más.
Capítulo 160: El nombre que elegí para quedarme
El sol se filtraba suavemente por las cortinas.
Lili se había despertado antes que Joseph,
sentada en la orilla del sillon,
con una taza de café en las manos y el corazón…
tranquilo.
Por primera vez en mucho tiempo.
No había ruido.
No había ansiedad.
Solo decisiones.
Joseph apareció minutos después,
despeinado, en camiseta blanca y ojos medio dormidos.
Sonrió cuando la vio, sentada ella era su mundo.
—¿En qué piensas? —preguntó, acercándose.
Lili dejó la taza sobre la mesa y lo miró.
—He decidido algo.
Joseph se sentó frente a ella sin decir nada.
Esperó.
—No quiero volver a ser figura pública —dijo—.
No quiero entrevistas, ni alfombras,
ni volver a sentir que soy propiedad de todos.
Pero quiero cantar.
Quiero escribir.
Quiero que las canciones sigan saliendo de nosotros.
Joseph la miró, como si esa fuera
la confesión más hermosa que había escuchado.
—Entonces lo haremos a tu manera.
Tú compones, tú cantas… yo firmo, yo me muestro.
Seré tu escaparate.
Si alguien debe estar bajo la luz,
que sea yo.
Ella tragó saliva.
—¿De verdad harías eso?
—Lili —dijo, tomándola de las manos—,
te amo más cuando no te veo luchar contra lo que te destruyó.
Te amo cuando decides por ti.
Ella lo miró con los ojos brillosos.
—¿Y si un día no quiero cantar?
—Entonces viviré para recordar por los dos lo que ya cantaste.
Pasaron horas juntos, caminando por el jardín trasero,
hablando de cómo lanzarían el nuevo proyecto.
Joseph sugirió usar un nombre simbólico.
Algo que los representara sin exponerla.
—Podríamos firmar como “SAITO”— dijo él con una sonrisa—,
tú apellido.
Nuestro universo.
Lili se rio.
—¿Nuestro?
Joseph respiró profundo.
Y sacó del bolsillo pequeño de su pantalón una caja de terciopelo.
Esta vez, no fue improvisado.
Esta vez, no fue un impulso.
Abrió la caja frente a ella.
Un anillo sencillo.
Sin ostentación.
Pero hermoso.
—A Mía le propuse desde el miedo a perderte.
Hoy, a ti, Lili Saito,
te propongo desde el deseo de caminar contigo, aunque sea lejos del escenario.
¿Te casarías conmigo?
Ella no contestó de inmediato.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas.
No de duda.
Sino de sentir, por fin, que todo el dolor tuvo un sentido.
—Sí —dijo, con voz firme—.
Sí, Joseph Tamashi.
Pero a mi ritmo.
Sin cámaras.
Sin prensa.
Solo nosotros.
—Solo nosotros —repitió él, sellando la promesa con un beso suave,
uno que ya no venía del duelo,
sino de lo que vendría después.
Esa noche, comenzaron a escribir la primera canción del nuevo proyecto.
Ella, desde la ventana.
Él, en el piano.
La canción no tenía título aún.
Pero tenía algo más valioso:
Amor.
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