Capítulo 41: Después del silencio
08:04 a.m. — Amanecer lento
Lili despertó con la luz filtrándose entre las cortinas.
Sentía el peso de una pierna sobre la suya, y el brazo de Joseph rodeándola con naturalidad.
Por un segundo, se quedó ahí.
Sin moverse.
Sin pensar.
Solo sintiendo.
Luego giró el rostro y lo observó dormir.
Su respiración tranquila.
El cabello revuelto.
La expresión serena.
No había arrepentimiento en su pecho.
Tampoco urgencia.
Solo una calma inusual.
Y miedo.
Un poquito.
De lo que ahora venía.
09:11 a.m. — Café y preguntas no dichas
Joseph apareció en la cocina con una camiseta ancha y el cabello mojado.
Lili ya estaba sirviendo café.
No dijeron “buenos días”.
No bromearon.
No se miraron demasiado.
Solo compartieron silencio, pero esta vez no era incómodo.
Era… cargado.
Como si la noche anterior aún estuviera flotando entre cucharas, tazas y respiraciones.
—Dormí bien —dijo él finalmente.
—Yo también.
Punto.
Silencio.
—¿Estamos bien? —preguntó ella, sin girarse.
Joseph se acercó por detrás y le rodeó la cintura.
—Estamos más que bien. Solo… es nuevo.
Ella apoyó su cabeza en su pecho.
—Sí. Nuevo… pero no ajeno.
11:30 a.m. — Alex llama
—¿Siguen vivos o se murieron grabando? —bromeó Alex por videollamada.
Joseph, con el celular en la mano,
miró de reojo a Lili sentada en el estudio, hojeando su libreta.
—Estamos… trabajando.
—Me alegra. Hay una reunión con el sello para presentar avances esta semana.
¿Qué canción les sigue?
Joseph dudó.
Lili levantó la mirada y dijo:
—“La del silencio”.
Alex arqueó una ceja.
—¿Esa era la de…?
—Sí. Esa.
Joseph colgó sin más.
Lili rió por lo bajo.
—Nos van a descubrir.
—¿Y qué? —respondió él, cruzando los brazos—.
No hicimos nada malo.
—Lo sé. Pero hay algo en esto que aún quiero guardar solo para nosotros.
Joseph asintió.
—Entonces que la canción sea nuestra voz sin tener que explicarlo todo.
04:17 p.m. — Ensayo emocional
La nueva canción era distinta.
Más íntima.
Casi susurrada.
No hablaba de sexo.
Ni de deseo.
Hablaba de confianza.
De entrega sin máscaras.
Lili cantó:
No hiciste promesas, hiciste espacio,
abriste la piel sin abrir heridas,
y en medio del miedo, dijiste “estoy”,
sin pedir explicación.
Joseph respondió en la siguiente estrofa:
No fuiste ruido, fuiste pausa,
el silencio exacto donde descansar,
la certeza en medio del caos,
la piel que se quedó, sin preguntar.
Grabaron sin mirarse.
Porque sabían que si lo hacían, no podrían cantar.
Cuando terminaron la toma, se miraron finalmente.
Ambos tenían los ojos brillosos.
No lloraban.
Solo… sentían.
Y eso era suficiente.
07:56 p.m. — Conversación entre sábanas
Esa noche, ya en la cama, Lili preguntó:
—¿Te arrepientes?
Joseph la miró, entre sombras.
—De nada.
—¿Y si esto nos complica más?
—Entonces que sea complicado.
Pero que sea nuestro.
Lili respiró hondo.
—Siento que estoy conociendo una parte de mí que no sabía que existía.
Joseph acarició su mejilla.
—Yo solo sé que anoche… no fue una pausa. Fue un paso.
Y no quiero darlo sin ti.
Lili lo besó, suave.
Y se quedaron así.
No durmiendo. No hablando.
Solo compartiendo el silencio después del amor.
Capítulo 42: Todo lo que no dijimos
La oficina del sello estaba en el centro de Santo Domingo.
Luces frías, paredes de cristal, una mesa larga y demasiados rostros observando.
Lili entró primero, con paso firme.
Joseph la siguió en silencio, con su gorra baja y la mirada enfocada en el suelo.
Ambos sabían que no era una reunión más. Era la que definiría lo que venía.
—Nos encanta la dirección que están tomando
—dijo la productora ejecutiva—. La química entre ustedes… vende, se siente.
Joseph apretó la mandíbula.
—¿Y qué quieren exactamente?
—Que hablemos de estrategia —respondió ella—.
La canción “Sin palabras” es oro puro. Pero necesita una historia. Un contexto.
¿La relación entre ustedes es parte del concepto del álbum… o no?
Silencio. Lili lo miró. Joseph no levantó la cabeza. Ella respiró profundo.
—El álbum no es una historia de amor comercial.
Es un proceso real. No queremos empaquetarlo como
“pareja del año” ni volverlo marketing.
Queremos que se escuche como se vivió: con piel, con dudas, con silencio y verdad.
—Entiendo —dijo otro ejecutivo—. Pero lo real no vende si no se presenta como historia.
¿Están dispuestos a confirmar públicamente su relación?
¿O vamos a seguir dejando que el público lo interprete solo?
Joseph levantó la cabeza. Sus ojos estaban serios.
—¿Por qué necesitan una etiqueta para creerle a una canción?
—Porque la gente consume emoción si sabe que es cierta.
Lili apretó el lápiz entre los dedos. Sus ojos también estaban fijos.
—La canción es cierta. Con o sin título. Con o sin hashtag.
Hubo un silencio tenso. Finalmente, la ejecutiva asintió.
—Entonces dennos una propuesta. Qué canción irá primero,
cómo la lanzarán, y qué van a decir… o no decir. Pero háganlo rápido.
Si no controlan la narrativa, la narrativa los controla a ustedes.
De regreso en casa, ninguno hablaba.
Lili cocinaba sin mirar nada realmente.
Joseph miraba la ventana, como si esperara una señal afuera.
—¿Te molesta que no lo digamos abiertamente? —preguntó ella, sin girarse.
—No me molesta lo que hacemos, me molesta tener que explicarlo.
—Yo no quiero esconderme… pero tampoco quiero vendernos.
Joseph se acercó y le tomó la mano.
—Entonces no nos escondamos…
pero tampoco nos expongamos.
Que lo sepa quien deba saberlo. Que lo sienta quien quiera escucharlo.
Y que lo vivamos nosotros, sin miedo.
Ella asintió. Lo abrazó por la cintura, y permanecieron así un largo rato. Sin prisa.
Esa noche, Joseph trajo su guitarra a la sala.
Se sentó con las piernas cruzadas en el sofá,
descalzo, con el cabello aún húmedo.
Lili llegó con su libreta y se sentó frente a él, en el suelo.
—¿Quieres que sigamos con la siguiente canción? —preguntó ella.
—Solo si prometes no frenarte esta vez.
—¿Frenarme en qué?
—En decirme lo que te duele.
Lili bajó la mirada. Luego alzó los ojos lentamente.
—Me duele pensar que cuando esto termine… tú te vayas.
Joseph la observó. No dijo nada por un momento.
—Yo ya me fui muchas veces, Lili. Pero nunca de ti.
Ella cerró los ojos. Respiró hondo.
—Entonces que la siguiente canción sea eso.
Lo que no nos dijimos antes.
Lo que casi callamos para siempre.
Horas después, el estudio estaba en penumbra.
Grabaron una toma cruda, sin efectos, sin edición.
Lili lloró en una estrofa. Joseph también se quebró, con la voz rota.
No hubo vergüenza.
Ya en la habitación, Lili se cambió en silencio.
Joseph la miraba desde la cama, sentado contra el cabecero.
Ella caminó hacia él sin decir nada, y se sentó en la orilla. Él tomó su mano.
—No sé cómo va a terminar esto —dijo él—. El disco. Nosotros. Lo que sea.
—Ni yo —susurró ella.
—Pero si mañana me despierto sin música,
sin contrato, sin aplausos… quiero seguir despertando contigo.
Lili se acercó.
Lo besó.
No fue como la vez anterior. Fue más suave. Más claro. Más presente.
La ropa quedó en el suelo sin urgencia.
Sus cuerpos se conocían ya, pero esta vez se buscaron desde otro lugar.
Desde la palabra no dicha.
Desde el miedo transformado en deseo.
Desde el amor que no grita, pero tampoco se esconde.
Joseph la sostuvo con firmeza, pero con ternura.
Lili se aferró a él como si fuese su único refugio.
Hicieron el amor como si ya no necesitaran más canciones para contarlo.
Y cuando todo terminó,
Lili se acurrucó en su pecho, con el corazón latiendo desbocado.
—Te quiero —dijo, por primera vez.
Joseph no respondió de inmediato. Le acarició la espalda.
—Yo también, Lili.
Y esa vez, no hubo miedo.
Solo certeza.
Capítulo 43: Lo que canta el silencio
Las canciones ya no eran las mismas.
La diferencia no estaba en la melodía, ni en las letras.
Estaba en lo invisible.
En las pausas.
En los suspiros entre versos.
En cómo Joseph miraba a Lili cuando pensaba que nadie lo notaba.
En cómo ella ya no bajaba la mirada
cuando él decía su nombre en medio de una frase.
Era algo que se sentía.
Como cuando se entra en una habitación donde alguien ha llorado.
Como el calor que queda después de un abrazo.
La decisión de tocar juntos en vivo por primera vez llegó sin anuncio.
Un pequeño concierto íntimo en Santo Domingo,
solo para fans cercanos, y algunos medios.
“No habrá coreografías. Solo música”, dijeron ambos.
Pero nadie estaba preparado
para lo que esa música iba a decir sin palabras.
Antes del escenario
El camerino estaba en penumbra.
Lili tenía las manos heladas.
Joseph las sostuvo entre las suyas.
—Nunca he cantado esto frente a tanta gente —murmuró ella.
—Yo sí —respondió él—. Pero nunca he cantado algo que realmente me duela.
Lili lo miró.
—¿Y por qué ahora?
Joseph sonrió.
—Porque esta vez, me duele de verdad. Pero también me sana.
Ella respiró hondo.
Asintió.
Y lo abrazó.
Un abrazo sin palabras.
Con todo.
En el escenario
Las luces se apagaron.
El público aplaudía suave, expectante.
Joseph salió primero, con su guitarra.
Lili lo siguió, con un vestido sencillo, sin maquillaje exagerado. Solo ella.
Solo ellos.
—Buenas noches —dijo Joseph al micrófono—.
Gracias por estar aquí… y por escuchar más allá de las canciones.
Lili se acercó al otro micrófono.
Su voz estaba temblorosa.
—Esta canción… no tiene presentación. Solo nuestros sentimientos
Y comenzó.
Te quise en cada silencio,
en cada mensaje borrado,
te busqué en cada verso torpe,
y cuando te encontré… ya eras canción.
Las voces se entrelazaban como si hablaran entre sí.
Como si el escenario fuera solo una excusa para decirse lo que nunca se atrevieron.
Joseph cantó:
No dije “te amo”, pero escribí cien veces tu nombre,
no te abracé en público, pero me rompí por dentro cuando te fuiste.
Y ahora que estás…
Lili lo interrumpió suavemente, sin romper el ritmo:
…ahora que estoy,
no sé si soy la misma que calló tantas veces.
El público no gritaba.
No había celulares en alto.
Había lágrimas.
Personas abrazadas.
Pestañeos lentos.
Miradas fijas en dos voces que ya no se escondían.
Después del aplauso
Lili y Joseph se tomaron de la mano, frente al público.
No fue un gesto para las cámaras.
Fue un gesto para sí mismos.
Bajaron del escenario sin decir nada.
Al cerrar la puerta tras bambalinas, Lili respiró hondo.
—Nos vieron.
Joseph asintió.
—No importa.
—¿Y si ahora todo cambia?
Joseph la miró.
—Entonces cambiamos con ello.
Pero no te suelto.
Ella sonrió.
Y en ese instante, el silencio volvió a
hablar más fuerte que todas las canciones.
Al día siguiente — redes sociales
El clip del concierto se volvió viral.
Miles comentaban con teorías.
“No lo dijeron… pero fue obvio.”
“¿Viste cómo él la miraba?”
“No me importa si están juntos o no. Pero quiero que sigan cantando así.”
Lili no respondió a ningún mensaje.
Joseph tampoco.
Pero ambos subieron la misma imagen.
Una foto borrosa del escenario, tomada desde un costado.
Solo dos siluetas de espaldas.
Tomados de la mano.
Sin texto.
Sin descripción.
Solo una canción sonando de fondo.
La que escribieron después del amor.
Capítulo 44: El precio de ser verdad
El clip del concierto no solo se volvió viral.
Se volvió incendiario.
En menos de 48 horas, el video había cruzado fronteras.
No eran solo los fans locales quienes hablaban.
Ahora lo hacían periodistas de música en Los Ángeles.
Cadenas de entretenimiento en Corea.
Y medios digitales desde Japón hasta Argentina.
“¿Confirmaron su relación en el escenario?”
“¿Quién es Joseph Tamashi en realidad?”
“La chica dominicana que conquistó al ídolo fantasma.”
Y peor: empezaron a escarbar.
La cara pública de lo privado
Joseph tenía un pasado cuidadosamente guardado.
Durante años había trabajado como productor fantasma,
prestando su talento a artistas de renombre sin figurar en créditos públicos.
Su voz, su rostro, su firma musical…
todo había sido parte de un misterio contractual intencional.
Hasta ahora.
Alguien filtró fotos.
Antiguos contratos.
Incluso un video de una presentación en Japón, cuando aún usaba un nombre artístico diferente.
El mundo entero lo reconocía ahora como el “artista en las sombras”.
Y todos querían una entrevista.
Una explicación.
Un escándalo.
Reacciones inesperadas
Algunas agencias empezaron a emitir comunicados.
“Nos reservamos el derecho de actuar legalmente en caso de que
Joseph Tamashi incumpla sus acuerdos de confidencialidad artística.”
Productores con los que él había trabajado antes comenzaron a deslizar acusaciones.
—“Robó ideas.”
—“Se aprovechó del anonimato.”
—“Ahora usa una relación para relanzarse.”
Joseph no dijo nada.
No publicó.
No respondió.
Pero cada palabra lo estaba rompiendo por dentro.
En la casa – Santo Domingo
Lili estaba en la sala, rodeada de papeles, comunicados de prensa, llamadas perdidas.
—¿Qué quieres hacer? —le preguntó, mirando a Joseph.
Él no respondía.
Estaba sentado frente a la ventana, con la guitarra en el regazo… sin tocar.
—Yo puedo hablar —siguió ella—. Decir que todo fue parte del show, que no hay relación,
que solo fue una actuación.
Joseph giró la cabeza, lentamente.
—¿Eso quieres?
—No. Pero tal vez lo necesitas.
Él dejó la guitarra en el piso.
—Lo único que necesito… es no perderte.
Lili se acercó. Se arrodilló frente a él.
—Entonces dime qué hacemos.
Joseph respiró hondo.
—Vamos a contar la verdad.
Pero no la que esperan.
La nuestra.
Conferencia virtual
Unos días después, organizaron una transmisión en vivo.
Sin luces de estudio.
Sin escenografía.
Solo una habitación blanca.
Dos sillas.
Y un par de micrófonos.
Joseph habló primero.
—Mi nombre es Joseph Tamashi. Durante años trabajé detrás de muchas
canciones que tal vez conoces, sin recibir crédito público. Fue mi decisión.
También fue una forma de proteger algo… que ya no quiero esconder.
Luego, Lili:
—No estoy aquí para hablar de contratos, ni de fama.
Solo quiero seguir haciendo música con quien entiende lo que duele,
lo que sana y lo que callamos durante demasiado tiempo.
Joseph la tomó de la mano.
—No vinimos a confirmar una relación. Vinimos a sostener una verdad.
Y con eso, cantaron.
La canción que escribieron la noche después de entregarse.
Sin introducción.
Sin explicación.
Solo piel, voz, y corazón.
Repercusiones
La industria no tardó en moverse.
Algunas marcas retiraron sus ofertas.
Otros sellos los buscaron con interés renovado.
Pero lo más importante:
el público eligió creerles.
Muchos se sintieron más cerca.
Otros se sintieron traicionados.
Pero nadie pudo decir que fue falso.
Porque no lo fue.
Esa noche
—¿Crees que perdimos más de lo que ganamos? —preguntó Lili mientras lavaban los platos.
Joseph la miró.
Le limpió la frente con el dorso de la mano.
—Creo que por primera vez… ganamos algo que nadie puede quitarnos.
Ella lo besó.
—¿Qué cosa?
—Ser nosotros.
Esa noche no hubo sexo.
Ni lágrimas.
Ni música.
Solo dos cuerpos dormidos en una cama pequeña.
Dos almas exhalando al mismo ritmo.
Y una certeza nueva, invisible, que envolvía la habitación:
El amor verdadero… no necesita defenderse. Solo necesita vivirse.
Capítulo 45: Entre ruinas y promesas
La casa estaba más tranquila.
No porque el mundo hubiese dejado de hablar.
Sino porque ellos ya no necesitaban escucharlo tanto.
La tormenta había pasado… o al menos, se había desplazado.
Quedaban los restos:
Propuestas canceladas.
Críticas disfrazadas de consejos.
Y silencios incómodos de personas que antes los aplaudían.
Pero también quedaba algo más:
Una verdad intacta.
Un vínculo real.
Y un álbum que seguía vivo… aunque herido.
Revisión de lo que queda
—Tenemos ocho canciones terminadas —dijo Lili, marcando su libreta con tinta roja
—. Cuatro a dúo, tres tuyas y una mía.
Joseph tomó el lápiz de su boca y lo giró entre los dedos.
—Faltan tres. Dos nuevas… y una que cierre todo.
Lili lo miró.
—¿Cómo se cierra algo que aún no queremos soltar?
—Tal vez no se cierra. Tal vez se deja abierto… como nosotros.
Reconstrucción creativa
La música volvió, pero de forma distinta.
Ya no componían desde el dolor.
Tampoco desde el secreto.
Ahora lo hacían desde el peso de lo vivido.
Desde las conversaciones a media noche,
las tazas de café frías,
y las miradas que se sostenían incluso cuando las palabras no llegaban.
Una tarde grabaron una canción casi sin querer.
Estaban improvisando en el estudio, sin planes.
Lili tarareó una melodía suave.
Joseph entró con una armonía de fondo.
Lo grabaron sin darse cuenta.
Cuando escucharon la toma… lloraron.
—Esto… —susurró ella—. Esto suena como “volver”.
—¿Volver a dónde?
—A nosotros. Sin escenario. Sin público.
Joseph asintió.
—Entonces que sea la canción número nueve.
Momentos simples, heridas abiertas
Empezaron a cocinar juntos de nuevo.
A salir al colmado sin gorras ni capuchas.
A ver películas hasta dormirse en el sofá.
Pero no todo era perfecto.
Joseph tenía pesadillas.
A veces despertaba jadeando, con las manos temblando.
Lili no lo presionaba. Solo lo abrazaba hasta que volvía a dormir.
Ella, por su parte, evitaba ver comentarios en redes.
Las buenas palabras dolían más que las malas.
Porque le recordaban que ya no podía volver a
ser la chica anónima con un micrófono y una sonrisa en pantalla.
Ahora era alguien con historia. Con cara. Con un “él” a su lado.
Conversaciones difíciles
Una noche, mientras cenaban en el balcón, Joseph preguntó:
—¿Alguna vez pensaste que esto iba a romperte?
Lili masticó lentamente.
Dejó el tenedor en el plato.
—No.
Pero sí pensé que podía perderme.
Y lo hice, por un tiempo.
—¿Y ahora?
—Ahora me vuelvo a encontrar cada vez que cantamos.
Joseph la miró, con ternura y una pizca de miedo.
—¿Y si un día dejo de estar aquí?
—Entonces cantaré con lo que me dejaste.
Silencio.
Largo.
Denso.
Pero lleno de paz.
Una lista pegada en la pared
Joseph escribió en una hoja de papel los títulos de las canciones terminadas.
Las pegó con cinta sobre la pared del estudio.
Lili, al verla, sonrió.
Había algo poderoso en ver todo ese trabajo frente a ellos.
Todo lo que sobrevivió.
Ella tomó un marcador negro y escribió en la parte inferior:
“Faltan 3. Pero ya no somos los mismos de la canción 1.”
Joseph agregó en voz baja:
—Ni queremos serlo.
Una promesa en voz baja
Esa noche, bajo la lluvia que golpeaba suavemente el techo, Joseph le tomó la mano.
—No sé si esto es reconstrucción… o nueva construcción.
Pero quiero hacerlo contigo.
Lili apoyó la cabeza en su hombro.
—Entonces hagamos lo que siempre hacemos:
No prometer lo eterno.
Solo no soltar la mano hoy.
Durmieron entre papeles, guitarras y grabaciones a medio terminar.
Pero no les importaba.
Porque a pesar de todo, todavía estaban ahí.
Vivos. Juntos. Creando.
Y por primera vez en mucho tiempo, el futuro no era una amenaza.
Era una canción aún por escribir.
Capítulo 46: Lo que hacemos sin decirlo
La mañana llegó con olor a pan tostado y café recién hecho.
Joseph cocinaba en la cocina pequeña del apartamento, descalzo,
con el cabello alborotado y una camiseta vieja de Lili que decía "offline".
Ella lo miraba desde el umbral de la puerta, abrazando una almohada. Sonreía.
No porque todo estuviera bien, sino porque por ahora, sí lo estaba.
—¿Pan con aguacate otra vez? —preguntó ella, divertida.
—¿Te quejas?
—Nunca.
El estudio se volvió un refugio y un testigo.
Grababan por las tardes.
Escribían en papelitos sueltos.
Reían por tonterías.
A veces discutían por acordes, pero sin levantar la voz.
Cada canción era un intento de quedarse un poco más.
Un esfuerzo por capturar lo que se escapaba lentamente:
el “nosotros” que solo existía en esa casa, en esa ciudad, en ese ahora.
Una noche, mientras ajustaban armonías, Joseph se detuvo.
—Tu voz está más baja que antes —murmuró.
—Es que a veces me da miedo que si canto muy alto… se termine.
Joseph no respondió.
Solo se acercó y la abrazó por detrás.
—Entonces cantemos bajito.
Pero juntos.
Un domingo, Lili lo llevó a su playa favorita.
No había cámaras, ni fans, ni periodistas.
Solo arena, sol, y un par de empanadas envueltas en papel aluminio.
Se tumbaron en una toalla vieja, en silencio.
Joseph la observó con el cabello enredado por el viento, los ojos cerrados, los pies cubiertos de arena.
—¿En qué piensas? —preguntó.
—En todo lo que no sé cómo decirte.
Él tomó su mano.
—No tienes que decirlo.
Las noches se volvieron más lentas.
Cenaban mirando series que ninguno prestaba atención.
Se dormían abrazados sin hablar mucho.
Y cuando despertaban, se quedaban así unos minutos, solo respirando.
Era como si el amor estuviera tomando forma no en las palabras, sino en los gestos:
En cómo Joseph le servía el café con dos cucharadas de azúcar sin preguntarlo.
En cómo Lili le dejaba una nota pegada en
el teclado cada mañana con frases como “No te vayas de mi voz.”
Una madrugada, mientras revisaban mezclas, Lili se quedó en silencio.
—¿Qué pasa? —preguntó Joseph.
Ella tardó en responder.
—Faltan dos canciones.
Él asintió.
—Lo sé.
—Y después de eso… ¿qué?
Joseph tragó saliva.
—Después… nos seguimos escuchando.
Ella lo miró.
—¿Aunque no estemos en el mismo lugar?
—Aunque no estemos en el mismo continente.
Lili bajó la mirada.
—Te vas a ir, ¿verdad?
Él no respondió.
No aún.
Solo se acercó y le besó la frente.
Y ella entendió.
Los días siguieron con una dulzura amarga.
Como cuando se está en los créditos finales de una película que no quieres que termine.
Comían más despacio.
Cantaban más suave.
Dormían más abrazados.
Y aunque no hablaban del tema, cada día sabían más que el final estaba cerca.
No el de ellos.
Sino el de ese capítulo juntos.
Ese paréntesis.
Esa burbuja.
Una noche, mientras llovía, Joseph susurró mientras acariciaba su espalda:
—Quiero que la última canción sea contigo… sin miedo.
Lili respondió, con los ojos cerrados:
—Entonces cantemos lo que no decimos.
Y lo hicieron.
Una melodía sin letra aún.
Solo un murmullo compartido.
Una promesa sin firma.
El preludio del adiós.
La antesala de algo nuevo.
Capítulo 47: La cuenta regresiva
El calendario colgado en la cocina tenía un círculo rojo.
Un domingo.
El día en que Joseph regresaría a Panamá.
Era una marca pequeña.
Discreta.
Pero su presencia pesaba como un ancla en cada rincón de la casa.
—Solo dos canciones —dijo Joseph, mirando la pizarra en el estudio.
—Solo dos —repitió Lili, bajito, como si al decirlo más suave doliera menos.
Se miraron.
Nadie dijo lo obvio.
Que esas dos canciones eran el tiempo que les quedaba juntos.
Y que cuando la última nota se grabara…
también se grabaría la despedida.
Día uno: La canción nueve
Lili escribió la letra en una sola noche.
Era simple.
Casi infantil.
Pero verdadera.
“Quiero que te quedes, aunque no puedas.
Quiero que me digas que también duele.
Quiero que esta canción no termine… aunque tú tengas que irte.”
Joseph la leyó en silencio.
Cuando terminó, no la corrigió.
Solo dijo:
—Grábala así. Sin cambios. Sin filtros.
Ella cantó con la voz entrecortada.
No intentó evitarlo.
Porque en esa canción no estaba interpretando.
Estaba hablando.
A él.
A su miedo.
A su promesa no dicha.
Día dos: Lo que no cabe en una canción
Comieron en silencio esa noche.
Un arroz sencillo.
Juguito de chinola.
Y una conversación muda.
—¿Tienes todo listo para el viaje? —preguntó Lili finalmente.
Joseph tardó en responder.
—Sí. Casi todo.
—¿Y qué falta?
—Empacar lo que no quiero dejar.
Lili bajó la mirada.
—Eso no cabe en una maleta, Joseph.
Él sonrió con tristeza.
—Lo sé. Por eso duele.
Día tres: La canción diez (la última)
La escribieron juntos.
No en papel.
No frente al piano.
La escribieron con recuerdos:
Con el primer stream donde apenas se conocían.
Con los mensajes a medianoche.
Con las notas de voz que duraban tres segundos.
Con las lágrimas en la cabina de grabación.
Con el beso en Panamá antes de su partida.
Con el silencio compartido frente al mar.
Esa canción no tenía un título aún.
Solo un código en la computadora: “final_mix”.
Pero ambos sabían lo que decía.
Decía:
“No somos un final feliz.
Somos una historia que sigue aunque el capítulo se cierre.
Somos la canción que nadie entiende… pero todos sienten.
Somos lo que queda cuando ya no queda nada.”
Último día
El estudio estaba limpio.
Todo grabado.
Todo mezclado.
Todo listo.
Joseph estaba sentado frente a la maleta abierta.
Lili, de pie en la puerta, lo observaba.
—¿Quieres que te lleve al aeropuerto?
—¿Y ver cómo te alejas en el retrovisor?
Ella se mordió el labio.
—Entonces no voy. Me quedo.
—Si te quedas, yo no me voy.
Ambos sonrieron, con los ojos aguados.
No necesitaban decir más.
Porque el amor real no suplica.
No encadena.
Solo acompaña… incluso cuando se aleja.
Aeropuerto
No hubo escándalo.
Ni fans.
Ni cámaras.
Solo una despedida silenciosa.
Joseph abrazó a Lili por largo rato.
Le susurró:
—No te prometo regresar pronto.
Te prometo no dejar de buscarte… en cada nota.
Ella asintió.
—Y yo no te prometo esperarte quieta.
Te prometo seguir cantando… para que me encuentres.
Se besaron.
Sin apuro.
Sin final.
Solo un beso lleno de memoria.
De historia.
De verdad.
Esa noche, Lili escuchó la última canción sola en la sala.
En auriculares.
Con los ojos cerrados.
Y el corazón abierto.
Y mientras las notas finales se desvanecían,
supo que lo que habían creado no se quedaba solo en el álbum.
Se quedaba en ellos.
En lo que fueron.
En lo que aún son.
Aunque ya no estén… en el mismo lugar.
Capítulo 48: Lo que queda cuando te vas
Lili – República Dominicana
Los días eran más largos.
No porque el sol brillara más,
sino porque él ya no estaba.
La casa no había cambiado físicamente,
pero todo sonaba distinto.
El café sabía menos dulce.
El teclado se sentía más frío.
El eco de los pasos en el pasillo parecía más fuerte.
Joseph ya no cantaba desde la cocina.
Ya no decía “buenos días” con voz ronca.
Ya no estaba para corregirle los acordes o robarle un bocado del almuerzo.
Y sin embargo…
seguía estando en todo.
Lili se despertaba a la misma hora,
se sentaba frente al micrófono y hablaba con su audiencia.
Volvió a hacer streams, aunque más breves.
Volvió a sonreír, aunque más suave.
Volvió a cantar, aunque cada canción sonaba distinta.
Una parte del público lo notó.
“Tu voz suena más madura.”
“Hay una tristeza bonita en ti, Lili.”
“¿Estás bien?”
Ella respondía con evasivas.
No porque mintiera,
sino porque aún no sabía cómo nombrar esa mezcla de vacío y gratitud.
El álbum comenzó a salir.
Canción por canción.
Una por semana.
La respuesta fue inmediata.
Tendencias.
Reacciones.
Análisis de letra por letra.
Muchos comentaban:
“Nunca vi una historia tan auténtica contada así.”
“Se nota que hay algo más ahí.”
“Esto no se escribe si no te duele.”
Y tenían razón.
Cada track era una despedida camuflada.
Una carta que no se pudo enviar.
Una llamada interrumpida.
Una caricia guardada en pentagramas.
Lili no lo llamaba todos los días.
Ni él a ella.
Había un acuerdo tácito:
Espacio para extrañarse sin desaparecer.
Pero a veces, en las madrugadas,
ella abría la carpeta de grabaciones y reproducía su voz.
—“Sube la tercera nota, amor. Ahí.”
—“No borres ese verso. Me gusta así, sin perfección.”
—“No digas lo que sientes… cántalo.”
Y lloraba.
Pero solo un poco.
Solo lo justo para poder seguir.
Joseph – Panamá
Volver fue extraño.
El cuarto en casa de sus padres estaba igual.
Pero él ya no lo era.
No podía tocar la guitarra sin imaginar sus dedos en los de ella.
No podía grabar sin recordar cómo Lili se reía cuando él se equivocaba de armonía.
Alex lo notó.
—No estás aquí, bro.
—No sé dónde estoy —respondió Joseph.
Volvió al estudio.
Las paredes estaban repletas de premios y discos de platino…
pero ninguna canción tenía la textura de las que hizo con Lili.
Intentó componer solo.
No pudo.
Intentó cantar lo que sentía.
Y salió una nota seca.
Muerta.
—¿Y si ella era la melodía? —le dijo una vez a Alex.
Alex solo le dio una cerveza y le dio una palmada en el hombro.
—Entonces canta hasta que la vuelvas a encontrar.
Las canciones salían.
Y con cada una, el mundo se volvía más intenso.
Entrevistas.
Peticiones.
Contratos.
El dúo “Lili & Tamashi” era un fenómeno.
Pero lo que más dolía…
era que esa historia que el mundo aplaudía,
ya no tenía escenario compartido.
Una noche, mientras el cuarto se oscurecía con la lluvia golpeando la ventana,
Joseph grabó un audio.
Solo eso.
“No sé si nos estamos alejando o solo preparándonos para encontrarnos otra vez.
Pero te juro que esta historia… no termina así.”
Lo envió.
Y no esperó respuesta.
Apagó el celular.
Y durmió.
Por fin.
Lili – minutos después
Ella escuchó el audio.
Lo reprodujo tres veces.
No respondió con palabras.
Ni con emojis.
Ni con una nota de voz.
Abrió su libreta.
Escribió una frase:
“Entonces cantemos la segunda parte… cuando estemos listos.”
Y cerró la tapa.
El capítulo no había terminado.
Solo estaban… respirando entre versos.
Capítulo 48: Lo que queda cuando te vas
Lili – República Dominicana
Los días eran más largos.
No porque el sol brillara más,
sino porque él ya no estaba.
La casa no había cambiado físicamente,
pero todo sonaba distinto.
El café sabía menos dulce.
El teclado se sentía más frío.
El eco de los pasos en el pasillo parecía más fuerte.
Joseph ya no cantaba desde la cocina.
Ya no decía “buenos días” con voz ronca.
Ya no estaba para corregirle los acordes o robarle un bocado del almuerzo.
Y sin embargo…
seguía estando en todo.
Lili se despertaba a la misma hora,
se sentaba frente al micrófono y hablaba con su audiencia.
Volvió a hacer streams, aunque más breves.
Volvió a sonreír, aunque más suave.
Volvió a cantar, aunque cada canción sonaba distinta.
Una parte del público lo notó.
“Tu voz suena más madura.”
“Hay una tristeza bonita en ti, Lili.”
“¿Estás bien?”
Ella respondía con evasivas.
No porque mintiera,
sino porque aún no sabía cómo nombrar esa mezcla de vacío y gratitud.
El álbum comenzó a salir.
Canción por canción.
Una por semana.
La respuesta fue inmediata.
Tendencias.
Reacciones.
Análisis de letra por letra.
Muchos comentaban:
“Nunca vi una historia tan auténtica contada así.”
“Se nota que hay algo más ahí.”
“Esto no se escribe si no te duele.”
Y tenían razón.
Cada track era una despedida camuflada.
Una carta que no se pudo enviar.
Una llamada interrumpida.
Una caricia guardada en pentagramas.
Lili no lo llamaba todos los días.
Ni él a ella.
Había un acuerdo tácito:
Espacio para extrañarse sin desaparecer.
Pero a veces, en las madrugadas,
ella abría la carpeta de grabaciones y reproducía su voz.
—“Sube la tercera nota, amor. Ahí.”
—“No borres ese verso. Me gusta así, sin perfección.”
—“No digas lo que sientes… cántalo.”
Y lloraba.
Pero solo un poco.
Solo lo justo para poder seguir.
Joseph – Panamá
Volver fue extraño.
El cuarto en casa de sus padres estaba igual.
Pero él ya no lo era.
No podía tocar la guitarra sin imaginar sus dedos en los de ella.
No podía grabar sin recordar cómo Lili se reía cuando él se equivocaba de armonía.
Alex lo notó.
—No estás aquí, bro.
—No sé dónde estoy —respondió Joseph.
Volvió al estudio.
Las paredes estaban repletas de premios y discos de platino…
pero ninguna canción tenía la textura de las que hizo con Lili.
Intentó componer solo.
No pudo.
Intentó cantar lo que sentía.
Y salió una nota seca.
Muerta.
—¿Y si ella era la melodía? —le dijo una vez a Alex.
Alex solo le dio una cerveza y le dio una palmada en el hombro.
—Entonces canta hasta que la vuelvas a encontrar.
Las canciones salían.
Y con cada una, el mundo se volvía más intenso.
Entrevistas.
Peticiones.
Contratos.
El dúo “Lili & Tamashi” era un fenómeno.
Pero lo que más dolía…
era que esa historia que el mundo aplaudía,
ya no tenía escenario compartido.
Una noche, mientras el cuarto se oscurecía con la lluvia golpeando la ventana,
Joseph grabó un audio.
Solo eso.
“No sé si nos estamos alejando o solo preparándonos para encontrarnos otra vez.
Pero te juro que esta historia… no termina así.”
Lo envió.
Y no esperó respuesta.
Apagó el celular.
Y durmió.
Por fin.
Lili – minutos después
Ella escuchó el audio.
Lo reprodujo tres veces.
No respondió con palabras.
Ni con emojis.
Ni con una nota de voz.
Abrió su libreta.
Escribió una frase:
“Entonces cantemos la segunda parte… cuando estemos listos.”
Y cerró la tapa.
El capítulo no había terminado.
Solo estaban… respirando entre versos.
Capítulo 49: Lo que brilla también quema
Lili – República Dominicana
El teléfono no dejaba de sonar.
Mensajes, correos, llamadas, invitaciones.
Propuestas de colaboraciones.
Entrevistas en vivo.
Ofertas de patrocinadores nuevos.
Y una invitación especial para presentarse en un festival en España… sola.
Anyu, sentada en el sofá con una mascarilla en el rostro, levantó una ceja.
—¿Y vas a ir?
Lili no respondió de inmediato.
—¿Lo harías tú?
—Si es algo que soñaste, sí.
Pero no sin preguntarme antes si me siento preparada para brillar… sin él.
Lili ensayaba en su estudio improvisado.
Una y otra vez.
Pero algo faltaba.
—Te estás limitando —le dijo su productor local—. Estás cantando con miedo.
—No es miedo —respondió ella—. Es ausencia.
Y lo era.
Las canciones seguían sonando bien, pero…
las palabras no le sabían igual sin la risa de Joseph al fondo.
Sin su voz murmurando una armonía entre toma y toma.
Aun así, siguió.
No por orgullo.
Sino porque él mismo le había enseñado a no depender del otro para volar.
Pero el cielo, aunque fuera suyo, se sentía más grande.
Y más solo.
Una noche, al ver una entrevista internacional donde la llamaban
“la nueva promesa latina con corazón global”, Lili soltó el control remoto y suspiró.
Quería compartir eso con Joseph.
Pero el mensaje que le había escrito… no lo envió.
Solo escribió tres palabras:
“¿Hey Estás bien?”
Y volvió a guardarlas en borradores.
Joseph – Panamá
Joseph había vuelto al estudio.
Alex lo esperaba con una mezcla de entusiasmo y cautela.
—Tienes una gira por armar.
Una disquera japonesa quiere firmarte.
Y tres países más te están pidiendo en festivales.
Joseph sonrió.
Pero era una sonrisa profesional.
Por dentro, sentía que todo eso…
llegaba sin el eco de su risa favorita.
Comenzó a trabajar en canciones nuevas.
Melodías suyas, letras más oscuras, más introspectivas.
—Ya no escribes sobre ella —le dijo Alex.
—Es que ahora estoy escribiendo desde donde duele.
Pero Joseph no sabía si dolía por la distancia…
o porque algo en ellos estaba empezando a cambiar.
Una madrugada recibió un correo:
“Tamashi, estás nominado junto a Lili en los International Indie Awards. Mejor Álbum Colaborativo. Presentación final: en vivo. En Barcelona. Ambos.”
Joseph se quedó mirando la pantalla por largo rato.
Barcelona.
Ella.
Un escenario.
Y una decisión.
¿Estamos listos para volver a mirarnos con tanta gente mirando también?
Ambos
Lili miraba el correo desde su cama.
Joseph, desde su estudio.
No hablaron.
No se escribieron.
Pero esa noche, ambos reprodujeron la misma canción: la número diez.
La que no tenía título.
La que grabaron con el alma a punto de romperse.
Y la escucharon hasta quedarse dormidos.
Separados.
Pero sintiendo lo mismo.
Capítulo 50: Ecos de un nombre que no se dijo
Joseph – Panamá
El mensaje llegó un lunes por la tarde.
Simple.
Directo.
Con el nombre que él no escuchaba desde hacía años.
“Escuché tu álbum. Supongo que muchas de esas canciones son sobre ella…
pero algunas, no. Algunas siguen sonando como lo que fuimos tú y yo.”
El remitente: Kaori.
Su primer amor.
Su mayor herida.
La única persona que lo había hecho cuestionar la música.
Joseph se quedó quieto.
La voz de Kaori seguía viva en su cabeza, incluso después de tanto tiempo.
El pasado había estado encerrado.
Bien sellado.
Hasta ahora.
La primera vez que Kaori y Joseph se enamoraron,
él apenas comenzaba a componer.
Ella también cantaba.
Hacían dúo en pequeños bares de
Tokio cuando él aún usaba su apellido artístico para ocultarse.
Pero Kaori eligió el foco.
El contrato.
El escenario brillante… sin él.
Cuando Joseph se fue, dejó una ciudad y una historia rota detrás.
Ahora ella volvía.
Y no solo con un mensaje.
Al día siguiente, un video suyo se volvió viral:
Kaori interpretando una versión en japonés de “Canción sin nombre”, la pista más íntima del álbum con Lili.
“Esta canción no es solo una historia de amor.”
“Es también una despedida que nunca fue pronunciada.”
Las redes explotaron.
—¿Joseph y Kaori?
—¿El verdadero origen de sus letras?
—¿Es Lili solo el segundo capítulo?
Alex lo miró desde la puerta del estudio.
—¿Qué vas a hacer?
Joseph no respondió.
Porque lo cierto era que ni él lo sabía.
Lili – República Dominicana
Lili despertó con su celular vibrando sin parar.
Notificaciones.
Mensajes.
Capturas.
Titulares:
“El primer amor de Tamashi canta su canción más personal.”
“¿Quién es Kaori y por qué revive el pasado de Joseph?”
El corazón de Lili se cerró un poco.
No por celos…
Sino por miedo.
¿Y si las canciones que la unieron a Joseph…
también pertenecían a otra persona antes de ella?
Anyu entró con café en mano.
—¿Ya lo viste?
Lili solo asintió.
—¿Vas a llamarlo?
—No.
—¿Por qué?
—Porque si necesito preguntar… es porque algo ya se rompió.
Ese día no ensayó.
No cantó.
Solo puso en loop su canción favorita del álbum,
una que Joseph había escrito solo para ella.
“Te encontré en lo que el mundo no ve.”
“Y ahora que todos miran… no quiero esconderte.”
Pero las palabras, por primera vez, no le daban paz.
Le daban preguntas.
Joseph – la misma noche
Joseph miraba el video de Kaori por quinta vez.
No por nostalgia.
No por amor.
Sino porque quería entender por qué dolía distinto.
Kaori no pedía volver.
Tampoco lo decía con palabras.
Pero estaba claro:
Ella sabía que el mundo lo observaba...
y quería que la historia no olvidara su lugar en él.
Joseph cerró el video.
Grabó un audio.
Para Lili.
“No sé qué viste hoy. Pero sí sé lo que yo no vi en ese video: a ti. A tu risa. A tu mirada.
A tu voz cuando me callas y luego me besas. Nada de eso estaba ahí.
Porque tú no eres el pasado. Eres la canción que aún no se ha escrito.”
Lo envió.
Y esperó.
Esa noche, Lili no respondió.
No porque no quisiera.
Sino porque
todavía no sabía qué hacer con tanto amor…
mezclado con tanta duda.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Un blog con todo lo que me gusta, Fanfic ,Recomendaciones, entre otras cosas, que te pueden gustar. Pero recuerda este es mi espacio asi que no olvides comentar con moderación.