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SUSURRO A LA DISTANCIA CAPITULO 271 - 280

 

Capítulo 271 – “¿Dónde está Joseph?”

El cuarto olía a desinfectante y al mismo tiempo a algo familiar.

Las sábanas eran suaves pero no cómodas.

El cuerpo le dolía, como si cada músculo recordara que había estado cerca…

demasiado cerca del final.

Los ojos de Lili se abrieron lentamente.

Por un segundo no supo dónde estaba.

La luz tenue del pasillo, el zumbido lejano de monitores.

Tardó unos segundos en conectar todo.

El hospital…

Tragó saliva con dificultad. Todo seguía adolorido.

Pero la herida más punzante no estaba en su abdomen ni en sus piernas.

Estaba en su pecho. Una especie de vacío que no sabía cómo llenar.

Miró al lado. La silla de Joseph estaba vacía.

El corazón le dio un vuelco.

—¿Joseph…?

Nadie respondió.

Sintió un nudo en la garganta. ¿Se había ido? ¿Otra vez cargando con todo él solo?

¿Otra vez creyendo que tenía que protegerla?

Respiró hondo. Se incorporó con cuidado, y le dolió. Todo le dolía.

Estaba sola.

Quiso llorar. Pero se contuvo. No por orgullo, sino por cansancio.

Afuera, la noche aún no se rendía del todo.

Un tenue resplandor azul cruzaba las ventanas de pasillo.

Podía oír a lo lejos el paso de una camilla, murmullos de enfermeras,

una televisión encendida en alguna habitación vecina.

¿Dónde está Joseph? ¿Fue a verlos?

El pensamiento la golpeó.

Quiso levantarse, pero una enfermera entró justo en ese instante.

—Señora Tamashi, tranquila, por favor

—le dijo con una sonrisa amable al verla incorporarse—.

Su esposo está en neonatología. Fue a ver a los bebés hace unos minutos.

Lili parpadeó. Bajó la cabeza aliviada. Fue a verlos... Está bien.

—¿Y ellos? —preguntó con voz quebrada—. ¿Cómo están?

—Estables. Están luchando. Igual que usted.

La enfermera ajustó el suero, y Lili aprovechó el silencio para cerrar los ojos por un momento.

Están bien… están vivos. Son reales. Liney… Leilad.

Los nombres flotaron en su mente como si hubieran nacido antes que los cuerpos. Su sonrisa apareció sola, tímida, pero sincera.

Joseph regresó veinte minutos después.

Abrió la puerta con cuidado, y al verla despierta, su cuerpo se detuvo en el umbral.

—¿Estás bien? —fue lo primero que dijo.

Lili asintió.

—¿Tú?

Joseph cerró la puerta detrás de él. Sus ojos estaban rojos. Había llorado. No lo negó, no lo ocultó. Se acercó y se sentó a su lado, tomándole la mano.

—Fui a verlos. Están… diminutos, pero fuertes. Como tú.

Ella lo miró por unos segundos, analizándolo.

Sabía que él había ido a derrumbarse en silencio.

Que necesitaba ese momento con sus hijos sin testigos.

—Debiste despertarme.

—No —respondió él, acariciándole los dedos con delicadeza—.

Tenías que descansar. Yo necesitaba verlos… decirles que los amo…

sin romperme delante de nadie.

—¿Te rompiste?

Joseph sonrió triste.

—Más que nunca.

Lili lo observó con ojos brillosos. Quería abrazarlo, pero el cuerpo aún no le respondía del todo.

—Joseph… la próxima vez no te rompas solo. No de nuevo.

Él asintió. Se inclinó y la besó en la frente.

—Te lo prometo.

Lili sintió que las lágrimas venían, pero no eran de tristeza. Era otra cosa. Era alivio. Era amor. Era miedo… sí, miedo. Pero también era fuerza.

—Ya no estamos solos —susurró—. Ahora somos cuatro.

Joseph la abrazó sin decir nada.

En la penumbra de la madrugada, en medio del cansancio y las máquinas, algo en ambos se reconstruía con trozos nuevos.

Porque ahora los dos sabían una cosa:

el verdadero amor también se arma con pedazos rotos.

Capítulo 272 – “Volver sin ellos”

El alta médica llegó como una de esas noticias que se reciben con una sonrisa rota.

Después de más de una semana en el hospital, Lili ya estaba físicamente lo suficientemente recuperada como para volver a casa. Pero sus hijos, Liney y Leilad, no.

Eran demasiado pequeños, demasiado frágiles.

—Podrás venir todos los días a verlos, hablarles, cantarles —le explicó el neonatólogo mientras revisaba sus papeles—. Pero aún no es tiempo para que salgan. Necesitamos mínimo dos semanas más bajo observación estricta.

Lili escuchó todo en silencio. Asintió. Sonrió, incluso.

Pero por dentro sentía que algo se partía.

La habitación estaba en silencio mientras se vestía con ayuda de Joseph.

Él la observaba con cautela. Sabía que esto la iba a destrozar más que la cirugía, más que los puntos, más que cualquier dolor físico.

—¿Lista? —le preguntó en voz baja.

—No —respondió ella simplemente.

Joseph bajó la mirada. No insistió.

Caminó a su lado por los pasillos blancos, despidiéndose de las enfermeras que ya conocían su nombre, sus preferencias, sus silencios.

Y finalmente, llegaron.

Las incubadoras. Los dos pequeños humanos que habían sobrevivido a una caída, a una hemorragia, a un parto adelantado. Sus hijos.

Lili se acercó a Liney primero. Dormía. Su respiración apenas se notaba. Estaba conectada, pero tranquila. Le acarició la incubadora con las yemas de los dedos.

—Hola, mi niña hermosa —susurró—. Mamá tiene que irse un ratito… pero volveré, ¿sí? Todos los días.

Luego se giró hacia Leilad. Él no dormía. Sus pequeños ojos apenas se entreabrían. Lili juró que la miraba.

—Eres igualito a tu papá —murmuró entre lágrimas.

Joseph se acercó, rodeándola por detrás con sus brazos.

—¿Sabes? —dijo él con voz baja—. Cuando me fui a casa la primera noche sin ti… sentí que no era hogar. Que todo estaba apagado. Frío.

—¿Y ahora?

—Ahora me llevo una parte del alma de nuevo… pero dejo dos mitades aquí.

Lili rompió en llanto. No fue escandaloso. Fue contenido. Fue ese tipo de llanto que arde en la garganta. Joseph la abrazó más fuerte. No intentó detenerla. Solo la sostuvo.

Una enfermera se acercó con amabilidad.

—Ya es hora, señora Tamashi. No se preocupe.

Nosotros cuidaremos de ellos como si fueran nuestros.

Lili se limpió las lágrimas y asintió. Besó con dulzura el cristal de cada incubadora.

—Los amo —susurró—. No se olviden de mí.

El camino a casa fue silencioso. Joseph conducía con una sola mano;

la otra la tenía entrelazada con la de Lili.

Ella miraba por la ventana sin realmente ver el paisaje.

Solo pensaba en sus hijos. En cada tubo, cada bip del monitor,

cada vez que respiraban y su pequeño pecho subía apenas.

Al llegar al departamento, la sensación fue horrible.

Todo estaba tal como lo dejaron antes del accidente. Pero ahora… era distinto.

Lili se sentó en el borde del sofá, mirando el espacio vacío frente a ella.

—Aquí debería estar una cuna. O dos —susurró.

Joseph se arrodilló frente a ella, tomándole las manos.

—Están vivos, Lili. Están vivos y luchando. Eso ya es un milagro.

—Lo sé —dijo, conteniendo el temblor en su voz—.

Pero dolerá. Cada vez que despierte y no los escuche. Cada noche que no pueda tocarlos.

Joseph acarició su mejilla. Luego se incorporó y sacó una pequeña cajita de cartón.

—No sabía cuándo dártelo —dijo, nervioso—.

Lo compré el mismo día que nacieron.

Dentro, había un llavero. Tenía dos pequeñas placas grabadas: una decía “Mamá de Liney”, la otra “Papá de Leilad”.

—No están aquí físicamente —dijo Joseph—. Pero están con nosotros. Aquí. —Señaló su pecho.

Lili lo abrazó con fuerza. No dijo nada más.

Esa noche durmieron abrazados. Y Lili, aunque se durmió llorando, sabía que esa herida solo era temporal. Porque sus hijos la esperaban. Porque ella volvería a casa con ellos… y no con las manos vacías.

Capítulo 273 – “Días entre Vidrios y Verdad”

Parte I – La madre que regresa todos los días

Los pasillos del hospital se habían convertido en rutina. Lili llegaba cada mañana, usualmente en silencio, a veces acompañada por Joseph, otras por Anyu, y en ocasiones sola, en esos momentos en que Joseph salía a reunirse con Alex y los abogados.

Cada día se repetía el mismo proceso: lavarse las manos, ponerse el traje de protección, entrar a la sala de neonatología.

Las incubadoras estaban en la misma posición, pero los bebés habían comenzado a cambiar.

Liney movía más las manos. Leilad se quejaba si la enfermera tardaba en darle su alimento.

Sus pulmones pequeños estaban fortaleciendo.

Lili hablaba con ellos bajito. Les leía las letras de las canciones que había escrito en sus cuadernos. A veces lloraba. Otras veces reía. Joseph, cuando la acompañaba, cantaba. Les hacía bromas, les hablaba como si fueran adolescentes. Lili le decía que estaba loco. Pero se notaba en sus ojos: estaban enamorados de esos dos pequeños.

Un día, la enfermera le dijo:

—Hoy puedes cargarlos, uno a la vez. Solo unos minutos.

Lili se congeló. El corazón se le agitó. La rodearon de cuidado, como si fuera cristal. Joseph tenía el teléfono listo para grabar el momento. Pero ella no pidió eso. Solo lo vivió.

El peso de Liney sobre su pecho fue más liviano de lo que imaginaba, pero la emoción fue devastadora.

—Hola, mi cielo… —susurró entre lágrimas—. Mami está aquí. No me fui.

Joseph lloró. Anyu también.

El siguiente, fue Leilad.

Lili comenzó a volver a casa con una sonrisa rota… pero sonrisa al fin.

Parte II – La verdad que se rompió la mordaza

Días atrás, Alex había recibido la orden: “Suéltalo. Ya no se puede callar más.”

Era el video completo, sin cortes, sin manipulaciones. La grabación desde la cámara de seguridad y del micrófono oculto que Lili había llevado, durante su encuentro con Kaori en el club de natación.

Se mostraba todo:
– El lenguaje provocador de Kaori.
– La manipulación al intentar hacer que Lili se alterara.
– La manera en que Kaori intentó que la empujara.
– Y finalmente… la caída de Lili por los escalones.
El audio captaba su grito desgarrador llamando a Joseph. El video mostraba la sangre. La expresión de pánico real de Kaori cuando vio lo que acababa de pasar. Eso no estaba planeado.

El video, publicado en redes desde una cuenta oficial del equipo de Joseph, acompañado por un comunicado claro y frío de parte de Alex, encendió el mundo.

Las redes estallaron.

#KaoriMentiste
#JusticiaParaLili
#LineyYLeilad

La prensa no pudo ignorarlo.

Kaori, que había ganado popularidad y contratos por su imagen de "madre luchadora y artista injustamente desplazada", comenzó a ser cuestionada.

Algunos medios que antes la defendían, ahora intentaban lavarse las manos.

Y no fue lo único que ocurrió esa semana.

La Oficina Nacional de Derechos de Autor publicó un comunicado oficial:

"Tras una auditoría y recuperación de documentos legales del compositor Zess Saito, se confirma que la canción 'Susurros a la Distancia' fue registrada y compuesta por Zess Saito junto a Lili Saito.

Cualquier uso, alteración, interpretación o reversionado de esta obra sin la debida autorización constituye un acto de violación directa a los derechos de autor.

Las medidas legales han sido iniciadas."

La reversionada canción de Kaori fue bajada de varias plataformas en menos de 24 horas.
Empresas que la habían patrocinado comenzaron a guardar silencio.
Algunas rescindieron contratos de forma preventiva.

Pero Lili no estaba celebrando.

Estaba en el hospital, acariciando la mano diminuta de sus hijos.
Joseph le mostró el comunicado y el teléfono con el video que Alex había subido.

Ella lo miró y solo dijo:

—No quiero venganza… quiero justicia. Y quiero a mis hijos en casa.

Joseph se sentó junto a ella, y la abrazó por detrás mientras ambos miraban a Liney dormir.

—Están ganando fuerza. Nosotros también.

Capítulo 274 – “Días de Esperanza”

La sala de neonatología ya no se sentía tan hostil. Al principio, Lili la sentía como una jaula de cristal. Fría, silenciosa. Llena de pitidos constantes y enfermeras que caminaban con precisión quirúrgica. Pero después de casi tres semanas, la sala se había convertido en una extensión del hogar. Era donde estaban sus hijos. Sus razones.

Liney, la niña, seguía siendo la más inquieta. Tenía una fuerza en las piernas que sorprendía a todos. Cuando lloraba, se oía en toda la sala. La enfermera la llamaba “la jefa”.
Leilad, por el contrario, era tranquilo, observador. Se quedaba en silencio, con los ojos grandes abiertos, como si intentara memorizar el mundo entero desde el vidrio que lo rodeaba.

Joseph llevaba un cuaderno donde anotaba todo:
– Cantidad de gramos que subían por día.
– Horas exactas de alimentación.
– Primeros sonidos que hacían.
– Las palabras que Lili les decía al oído.

Lili también tenía su libreta. Pero en lugar de números, escribía versos.
Canciones a medias. Pensamientos.
Llamaba a esas páginas “Cartas para cuando crezcan”.

Día 26 desde el nacimiento.

Joseph: “Subieron 40 gramos más. Ya casi llegan al peso requerido.”
Lili: “¿Y si mañana nos dicen que podemos llevarlos?”
Anyu (sonriendo): “Entonces salgo corriendo a decorar el cuarto.”

Pero esa noche, Lili soñó que no podía tocarlos. Que estaban tras un cristal eterno. Que las puertas no se abrían. Se despertó llorando. Joseph no preguntó nada, solo la abrazó fuerte, dejando que ella mojara su camiseta en silencio.


Día 29.

Al llegar a la sala, la enfermera encargada las recibió con una sonrisa más ancha de lo habitual.

– “Hoy los médicos harán otra revisión completa. Si los niveles se mantienen, si los pulmones están estables… podrían irse en tres o cuatro días.”

Lili se quedó en silencio. Joseph la tomó de la mano. Ella le apretó los dedos.

—¿De verdad? —susurró, como si hablar más alto rompiera la posibilidad.

—Aún no es seguro —dijo la enfermera con cuidado—. Pero están más fuertes. Y estables. Mucho más que al inicio. Liney incluso ya comienza a succionar, podríamos probar con alimentación directa al pecho en dos días.

Los ojos de Lili se llenaron de lágrimas. Quiso hablar, pero no pudo.
Joseph solo asintió. Él también tenía la garganta cerrada.


Esa tarde, durante la hora del contacto piel a piel, Lili colocó a Liney sobre su pecho y sintió por primera vez el calor directo de su hija. Fue como si algo dentro de ella sanara. Como si una grieta que había quedado abierta desde el día de la caída se cerrara lentamente.

Joseph también cargó a Leilad. El niño lo miraba fijamente. Y Joseph le dijo bajito:

—No sé qué versión del mundo te espera allá afuera, pero aquí, con nosotros,

vas a estar seguro. Te lo juro.

Anyu les tomó fotos. Dijo que haría un álbum: “El comienzo del mundo”.


Día 30.

El médico entró a la habitación. Llevaba una carpeta en la mano y una sonrisa sin tensión.
Lili se tensó. Joseph también.

– “Quiero que estén preparados. Si las próximas 48 horas no presentan variaciones… podrían irse a casa el día 33. Aún bajo monitoreo, pero en casa.”

Lili comenzó a llorar sin poder detenerse. Joseph cerró los ojos.
No era una victoria completa. Pero era una luz clara, cálida, esperanzadora.

Esa noche, en casa, Lili le pidió algo a Joseph.

—Duerme aquí. Sin ropa, sin sexo, sin palabras. Solo quédate. Quiero sentirte cerca.

Joseph obedeció. Se acostó a su lado. La abrazó por detrás.
Y así durmieron. Sin miedo, sin prensa, sin Kaori.
Solo dos personas esperando el día en que su hogar por fin se complete

Capítulo 275– “Hogar en Construcción”

Habían pasado 31 días desde el nacimiento de Liney y Leilad.

Aunque aún estaban en el hospital, los doctores confirmaron que en 48 horas podrían ir a casa, si todo seguía como hasta ahora.
Joseph estaba de pie en el cuarto que ya no sería simplemente su dormitorio.
Había sacado el sofá, reubicado la lámpara de lectura y reorganizado el clóset.
Ahora, el espacio que una vez fue suyo y de Lili como pareja, sería también el primer mundo de sus hijos.

Sobre la cama estaban los dos moisés, desmontados, y una caja grande con pañales, mantas y todo lo que Lili había comenzado a pedir por internet desde que recibió la noticia.

—¿Estás seguro que eso va a caber aquí? —preguntó Alex desde la puerta, levantando una ceja.

—No. Pero tiene que caber. Porque no pienso dormir separado de ellos las primeras semanas. —respondió Joseph, sin soltar el destornillador.

—¿Y si lloran toda la noche?

—Entonces lloraremos los cuatro juntos. Pero lejos no van a estar.


Lili observaba desde la puerta, en silencio.
Se había quedado apoyada al marco, sin que Joseph la notara.
Tenía el cabello recogido en un moño desordenado y un pijama ancho, de algodón suave.

—¿Y si no sé qué hacer? —preguntó de pronto. Joseph volteó al escucharla.

—¿Cómo?

—¿Y si no sé cómo calmarlos? ¿Si no sé leerlos? ¿Y si se enferman y no lo noto? ¿Y si me duermo y dejan de respirar? ¿Y si…?

Joseph dejó lo que tenía en la mano y fue hacia ella.

—Yo tampoco tengo idea. Y estoy cagado del miedo, Lili. Pero vamos a aprender. Juntos. Si tú te quedas despierta llorando, yo me siento contigo. Si ellos gritan, gritamos juntos. Si no podemos más, pedimos ayuda. Pero solos, no estamos. No vas a estar.

Ella se lanzó a sus brazos. Se abrazaron un rato. Ninguno lloró, pero los dos se sintieron al borde.


Al día siguiente, Lili y Anyu comenzaron a organizar los cajones con la ropa diminuta de los bebés.

—¿Ya sabes cuál ropa será para salir del hospital? —preguntó Anyu.

—Sí… bueno, creo. Pero también me da miedo que estén muy pequeños para salir al mundo. A veces me pregunto si los vamos a sacar demasiado pronto.

Anyu le apretó la mano.

—Tú los hiciste fuertes. ¿Recuerdas cuando pensaste que ni siquiera ibas a llegar a tenerlos? ¿Y los tuviste?
Ahora te toca creer en ti. Y en ellos.

Lili asintió. Miró hacia los trajecitos. Tocó uno. Luego tomó una manta blanca con bordes azules. Era del tamaño de una toalla de cocina.

—Esta será la suya —dijo en voz baja, pensando en Leilad.


Más tarde esa noche, Joseph miraba la cuna doble que acababa de terminar.

—¿Y si no quieren dormir en esto? —preguntó.
—¿Y si solo quieren nuestros brazos? —
—¿Y si no sé cómo cambiar un pañal sin romperlo?
—¿Y si me duermo y no los escucho?
—¿Y si todo esto se me queda grande?

Lili se rió desde la cama, cansada pero amorosa.

—Entonces me despiertas.
—Y si tú no puedes más, te dejo dormir y los cargo yo.
—Y si todo se cae a pedazos, lo armamos de nuevo.

—¿Y si todo sale bien? —preguntó él, casi como un deseo.

—Entonces lloraremos igual. Pero esta vez de alegría.

En la mesa de noche, estaban los pequeños gorros de algodón con los nombres bordados:
Liney y Leilad.
Cada uno sostenido por un alfiler sobre una nota escrita por Joseph:
"Para la llegada más esperada de nuestras vidas."

Faltaban pocas horas.
La ansiedad, el miedo, el cansancio…
Pero el amor ya estaba instalado en casa.

Capítulo 276 – “Nuestro Primer Viaje Juntos”

La habitación del hospital estaba más silenciosa de lo habitual.
Lili tenía las manos juntas, apretadas sobre su regazo, y Joseph caminaba de un lado al otro mientras esperaba que las enfermeras terminaran de alistar los documentos.

—¿Faltará mucho? —preguntó por tercera vez en menos de diez minutos.

—Joseph, si haces un hoyo en el piso te van a cobrar hasta eso —le dijo Anyu, sentada al lado de Lili con una mochila rosa entre los pies.

—No quiero que se demoren, quiero salir de aquí antes que se les ocurra cambiar de idea —replicó él, con tono serio.

Lili respiró profundo. Miró por la ventana. El sol estaba alto, había salido fuerte ese día.
—Va a hacer calor, ¿ya está encendido el aire del carro?

—Desde hace quince minutos, Lili —respondió Alex desde la puerta—. Ya bajé el aire, limpié todo, desinfecté los asientos, puse las sillitas... parecen cápsulas de astronauta, pero ahí van a estar seguros.

Joseph se pasó una mano por el cabello. Miró a Lili.

—¿Estás segura?

—¿De qué?

—De que estás lista para llevarlos a casa.

Lili lo miró con una mezcla de emoción y miedo.
—No lo sé, pero no quiero seguir lejos de ellos. Ya nos toca ser familia… pero en casa.


Veinte minutos después, las enfermeras entraron con las cunas móviles.
Liney, la pequeña, dormía profundamente. Leilad, en cambio, parecía atento, con los ojos entreabiertos como si quisiera memorizar todo antes de irse.

—Se ven tan chiquitos —susurró Lili, llevándose una mano al pecho. Joseph le tomó la otra.

—Pero ya están listos —le aseguró él.

Anyu sacó el celular.
—Una foto antes de que nos derrumbemos de emoción, por favor.
Y click, capturó a Joseph y Lili cada uno sosteniendo a su bebé, rodeados por Alex y ella.
Un recuerdo antes del viaje más importante de sus vidas.


El trayecto desde el hospital hasta el carro fue lento.
Las enfermeras los guiaban, mientras Joseph y Lili caminaban con cuidado, sosteniendo a sus hijos como si fueran de cristal.
Alex llevaba las mochilas. Anyu abría camino entre la gente.
Aunque era una salida discreta, no pudieron evitar las miradas de algunas personas que los reconocieron.

—No te detengas —susurró Joseph.
—No lo haré —respondió Lili, con los ojos puestos solo en Liney.

Al llegar al carro, Alex abrió la puerta trasera.

—¿Tú quieres ayudarme con Leilad? —preguntó Joseph.

—Sí, claro. Mira, pásamelo así... despacio... listo. —Alex acomodó al bebé en la sillita, asegurando todo con una precisión casi quirúrgica.

—Yo me encargo de Liney —dijo Anyu, recibiendo a la bebé de los brazos de Lili, y ayudándola a sentarse con cuidado.

Una vez dentro, el silencio reinó. Joseph tomó el volante. Lili iba detrás, junto a los bebés.
Alex adelante. Anyu, en medio, girada hacia atrás para monitorear a los pequeños.

—¿Todo listo? —preguntó Joseph.

—No —dijo Lili—, pero arranca igual.


El camino fue lento, pero no por el tráfico.
Joseph conducía como si llevara dos diamantes recién tallados y frágiles en el maletero.
Tomaba cada curva con precisión.
Frenaba con suavidad.
Miraba por el retrovisor cada treinta segundos.

—¿Están respirando? —preguntó una vez.

—Sí, Joseph. Respiran —respondió Anyu, sonriendo.

Lili no dejaba de mirar a sus hijos. Liney había abierto los ojos por momentos, Leilad hacía ruiditos con la boca dormido.
Una paz extraña la invadía, entretejida con una ansiedad que no se quitaba del pecho.

—¿Crees que estén bien? —le preguntó a Anyu.

—Están perfectos. Tienen a sus papás. Tienen todo lo que necesitan.


Al llegar a casa, Alex bajó primero. Abrió la puerta. Joseph detuvo el carro, bajó y ayudó a Lili con cuidado.

—¿Listos? —preguntó.

Nadie respondió, solo caminaron.
Joseph cargaba la sillita de Liney.
Lili, la de Leilad.
Anyu abrió la puerta del apartamento, y una brisa tibia les dio la bienvenida.
Todo estaba en orden. Las cunas armadas. Las luces bajas. Las toallas en su lugar. Las cámaras de bebé instaladas.

—Bienvenidos a casa —susurró Joseph.

Lili respiró hondo. Sus piernas temblaban, pero no era miedo.

Era amor. Crudo.  Doloroso y brillante.

Puso a Leilad en su cuna, Joseph hizo lo mismo con Liney.

Los bebés se movieron. Un pequeño sonido, un bostezo, y se volvieron a dormir.

Lili miró a Joseph.

—¿Tú también estás llorando?

—Sí, ¿y tú?

—También.

Alex sacó discretamente su teléfono.
Anyu los abrazó desde atrás.
Eran cuatro adultos, dos recién nacidos, y un hogar que por fin tenía el corazón completo.


Capítulo 277 – “No Dormimos Pero Amamos”

—Ya están dormidos… —susurró Lili desde la puerta de la habitación, apenas apoyándose en el marco.

Joseph, que estaba guardando la toalla húmeda que había usado para limpiarle la cara a Leilad, levantó la mirada y se le acercó con una sonrisa agotada.

—¿Dormidos como dormidos… o dormidos como “nos van a despertar en veinte minutos”?

—Dormidos-dormidos. Por ahora.

Joseph se acercó y le puso una mano en la cintura, besándole la frente.
—Es nuestra primera noche en casa con ellos. No puedo creerlo.

—Tampoco puedo creer que ya cambiamos ocho pañales —dijo Lili, mirándole seria.

—Ocho, y contando. Porque Liney me miró con cara de que está tramando algo.

Ambos rieron bajo. Lili dejó escapar un suspiro largo.
Sus piernas dolían. Su espalda también.
Tenía el cabello recogido en un moño improvisado y llevaba la camiseta de Joseph, ancha, arrugada, pero cómoda.

Joseph, por su parte, ya ni se molestaba en ponerse algo decente. Tenía un pantalón deportivo, el cuello estirado de su camiseta mostraba un hombro, y aún tenía restos de fórmula seca en la manga.

—¿Quieres dormir un rato? —preguntó él.

—¿Y tú?

—Podemos turnarnos. Duermes dos horas. Yo me encargo. Luego tú me despiertas. Vamos en ronda de sobrevivencia.

Lili asintió.
—Eso suena... a lo mejor que he escuchado hoy.


Una hora después, Lili dormía profundamente.
Joseph estaba en el sillón, con Leilad en brazos, mientras le daba fórmula.
La pequeña Liney dormía sin hacer un solo ruido, su pecho subiendo y bajando con suavidad.

—No me lo puedo creer —le murmuró Joseph al bebé—. Que estés aquí. Que tú y tu hermana estén bien. Que tu mamá… sea tan fuerte.

Leilad lo miró, o al menos eso pareció.

—Tienes su nariz. Pero mis cejas. Lo siento por eso.

A lo lejos, el monitor sonó.
Un pequeño quejido. Liney empezaba a moverse.
Joseph suspiró.
—Y ahí vamos de nuevo.


Días Después

Los días se convirtieron en una mezcla sin nombre entre desvelo y ternura.

Pañales. Fórmula. Gritos. Eructos. Pañales. Y más pañales.

El sofá se volvió cama.
La cocina una fábrica de biberones.
El baño un campo de batalla.

Lili lloró un par de veces, de puro cansancio.
Joseph, también, aunque lo hacía en la ducha.
Anyu se quedó algunas noches a ayudar, y Alex pasaba cada mañana a dejarles café y lo que encontraba abierto a las 6am.

—¿Esto es normal? —preguntaba Lili, con una ojeras que parecían parte de su alma.

—Todo es normal cuando tienes dos seres humanos que no te dejan dormir —respondía Anyu, mientras sostenía a Liney que se resistía a dormir.

Joseph una noche se quedó dormido con Leilad sobre el pecho.
Lili lo encontró así.
Los dos roncaban bajito, respiraban casi al mismo ritmo.

Le tomó una foto.
Y en silencio, sonrió.

No sabían si lo estaban haciendo bien. Pero lo estaban haciendo con amor.


Una tarde cualquiera

Joseph salió de la habitación con una camiseta manchada.
Lili lo miró desde el sofá.
—¿Qué pasó?

—Explosión. Línea uno. Directo a la espalda. Perdí la camiseta.

—¿Quién fue?

—Liney. Es más peligrosa que su hermano.

—Al menos tú no terminaste con vómito en la cara como yo ayer.

Joseph se sentó a su lado.
—Nosotros queríamos esto, ¿verdad?

—¿Quién dijo eso?

Se miraron. Y se rieron.
Joseph recostó su cabeza sobre el hombro de Lili.

—Lo estamos logrando, ¿verdad?

—Sí… paso a paso. Pero sí.

Lili levantó la vista y vio las cunas.

Ambos bebés dormían, por fin, al mismo tiempo.
El silencio era precioso, como un regalo inesperado.

—A veces me pregunto si estamos listos para esto —murmuró ella.

—Nadie está listo. Pero aquí estamos.

—¿Y si mañana...?

—Mañana, lo resolvemos.
—¿Y si lloran toda la noche?

—Lloramos con ellos.

Se miraron.
Se besaron.

Los bebés lloraron.
Y volvieron a empezar.

Capítulo 278 – “Puerta Abierta, Corazón Lleno”

Eran casi las 10 de la mañana y la casa aún olía a café recalentado y pañales.
Lili caminaba descalza por la sala con Liney en brazos mientras Joseph, despeinado y en bata, trataba de calmar a Leilad con un suave tarareo sin melodía definida.

—Te juro que este niño tiene un cronómetro interno, solo duerme si escucha reguetón —murmuró Joseph, dando pequeños pasitos de un lado a otro.

Lili lo miró desde la cocina improvisada que tenían en la sala.

—No quiero decir que Liney es mejor bebé, pero...

—No, no lo digas. Está claro —Joseph suspiró—. Lo acepto. Nuestra hija es más pacífica.

Lili soltó una risa bajita, cansada pero honesta.
Justo en ese momento, sonó el timbre.

Ambos se miraron.

—¿Tú pediste algo?

—No… ¿tú?

—No. ¿Será Alex?

Lili caminó hacia la puerta con Liney en brazos, Joseph detrás con Leilad.

Al abrir, se congeló.

—¿¡Mami!?

—¡Mi muchachaaa! —La madre de Lili, con una gran sonrisa, los brazos abiertos, y dos maletas al lado.
—¡Y mira quién vino conmigo! —dijo mientras se hacía a un lado.

—¡Abuela! —gritó Lili, emocionada, viendo a su abuela materna, con un bastón en una mano y una bolsa de regalo en la otra.

Joseph parpadeó.
—¿Y esto?

—¡Venimos a conocer a los nietecitos! ¿Tú crees que me iba a morir sin conocerlos? —dijo la abuela entrando sin permiso, como toda buena abuela dominicana.
—¡Y tú debes ser Joseph! Mira qué flaco estás, hijo, ¿tú no comes? Mira, te traje pastel en hoja. Y dulce de leche.

Joseph soltó una carcajada.
—Estoy encantado. Venga pa’ dentro.


Una casa más llena, un corazón más cálido

El caos se desató en menos de cinco minutos.

La abuela tomó a Liney sin preguntar.
La madre de Lili comenzó a reorganizar la cocina como si fuera suya.
Joseph se quedó parado con Leilad, mirando cómo su casa era conquistada por amor desorganizado.

Lili no podía dejar de reír.
—¡Mami! ¡Ese no es el lugar del biberón!

—Muchacha, tú cállate y deja que yo te ayude. No ves que pareces una zombi.

—No soy zombi, ¡estoy postparto!

—Y yo postmenopáusica, pero aquí estoy, viva. Así que siéntate y déjame a mí.


En el sillón, la abuela tenía a Liney dormida en el pecho.

—Esta niña va a ser artista, te lo digo. Tiene la boca de tu tío Ernesto, y ese hombre nació cantando.

Joseph se sentó junto a ella.
—¿Y qué me dice de Leilad?

—Ese tiene cara de pícaro. Como tú. Pero me cae bien. Se ve que va a romper corazones.

Joseph sonrió.
—O que le rompan el suyo también. Todo se paga.

La abuela lo miró de lado.
—Muchacho sabio.


Una noche diferente

Esa noche fue diferente.

Por primera vez en días, Joseph y Lili pudieron dormir cuatro horas seguidas.
La madre de Lili se encargó de los bebés durante la noche, la abuela se adueñó de la mecedora, y la casa se llenó de calor de hogar, del tipo que solo el olor de comida criolla, las risas bajitas y las conversaciones a media luz pueden crear.

Antes de dormir, Joseph abrazó a Lili en la cama.

—¿Te sientes mejor?

—Sí… es como si mi alma tuviera un abrazo también.

—Tu abuela me dijo que si te hacía llorar, me iba a dar con el bastón.

Lili se rió, enterrando el rostro en su pecho.
—Qué bueno. Así tengo refuerzos.

Joseph le besó la frente.

—Estás hermosa, Lili. Incluso despeinada y en pijama de conejitos.

—Cállate y duerme. Que en tres horas toca ronda de biberones.

—Sí, mi amor.

—Joseph…

—¿Sí?

—Gracias por este caos. Lo amo.

—Yo también.

Y esa noche, aunque el sueño fue corto, fue suficiente.
Porque el hogar estaba completo.


Capítulo 279 – “Casa Llena, Corazón en Calma”

El sol apenas comenzaba a pintar de dorado la sala cuando Lili abrió los ojos con la sensación de haber dormido demasiado. Miró a su lado: Joseph no estaba.

Por un segundo, el pánico habitual postparto la sacudió.
Saltó de la cama, se puso la bata a medias y salió descalza al pasillo. Pero la escena frente a sus ojos la calmó: en el sillón, Joseph con Leilad dormido en su pecho, mientras su madre —con un moño improvisado— Leche a una taza de café como si fuera la cura universal.

—Buenos días, dormilona —le dijo su madre sin mirarla—. Hoy te tocaba dormir. Me lo dijo Joseph.

—¿Y Liney?

—Con tu abuela. La metió en la mecedora, le está cantando boleros.

—¿Boleros?

—Sí. Dijo que hay que empezar temprano en el arte del despecho.

Lili soltó una risita y fue a darle un beso a Joseph.
—Gracias, dormiste al niño.

—Sí, pero creo que ya no siento las piernas. Literal. Ayuda.


La revisión pediátrica

—¡¿Cómo que tenemos que salir?! —protestó la abuela mientras buscaba su cartera—. ¡Estos niños nacieron prematuros, el sol los puede derretir!

—No los vamos a sacar a la playa, abuela, es la consulta de control —explicó Lili, ya con el cabello amarrado, los pañales en la pañalera, y las botellas listas.
—Además, el pediatra es el que vino cuando nacieron.

—¿Y si hay virus en el consultorio? ¡Los hospitales son criaderos de enfermedades!

Joseph interrumpió con voz firme pero cansada:
—Ya desinfecté el asiento, la silla de carro, el cochecito, el bulto, TODO.
No vamos a un hospital, vamos a una clínica pediátrica privada. Cita con hora exacta.

La madre de Lili se cruzó de brazos.
—Bueno, pues yo voy también. No confío en los médicos de ahora.

—¿Y yo me quedo sola? —gritó la abuela desde el pasillo.

—¡Tú vienes también!

Joseph se llevó las manos a la cara.
—Dios mío… Vamos a llegar en una minivan y parecerá que vamos a vacunar un equipo de fútbol.


En la clínica

Las recepcionistas no sabían a quién mirar.

Había dos bebés, tres mujeres dominicanas de carácter fuerte, un padre casi en modo zen, dos bultos con cosas de bebé, y un frasco con agua de manzanilla.

—¿Cuál es el nombre del paciente? —preguntó la asistente.

—Liney Tamashi —dijo Lili.

—Y Leilad Tamashi —dijo Joseph.

—¿Son gemelos?

—Mellizos.

—¿Y cuál es cuál?

Joseph y Lili se miraron.

—El que se está haciendo pupú es Leilad —dijo Joseph, mientras la madre de Lili decía al mismo tiempo:
—¡El que tiene la ceja como su papá es Liney!

El pediatra salió a recibirlos él mismo.
Era un hombre de unos 50 años, de sonrisa amable y ojos cansados.
—¡Ah, los famosos bebés de incubadora! Qué gusto verlos. Vamos, pasen los padres. Los demás pueden esperar en la sala.

—¿Cómo que los demás? —dijo la abuela.

—Mami… —susurró Lili, apenada.

—Bueno está bien, pero vigílame a este hombre que le gusta meter termómetros sin avisar —le dijo la abuela a Joseph, en voz alta.

El pediatra rió.
—Prometo hacerlo con elegancia, señora.


Resultados y temores

—Están bien —dijo el doctor mientras revisaba los últimos datos en su tablet—. De hecho, para haber nacido antes, tienen un desarrollo muy bueno.
Siguen con bajo peso, pero eso es normal.

—¿Y las pataditas tan fuertes? ¿No es muy pronto para eso? —preguntó Joseph.

—El sistema nervioso está activo. Leilad es más reactivo, Liney más tranquila. Esas diferencias seguirán marcándose.
Ya pueden integrarlos a una rutina más estable en casa, poco a poco.

Lili respiró hondo.
—¿Y puedo sacarlos al sol?

—Cinco minutos diarios. En brazos, por la mañana. Nada de salir a pasear aún. Y nada de visitas masivas.

—Entonces toca encerrar a las abuelas —dijo Joseph, en tono de broma.

El doctor sonrió.
—Buena suerte con eso.


De vuelta en casa

Esa noche, después del caos, el pañal explosivo de Leilad, y el “yo te dije que ese arroz no se debía recalentar” de la abuela, la casa volvió a estar en calma.

Joseph le daba de comer a Liney mientras Lili cambiaba a Leilad en la mesita junto a la ventana.

—¿Tú crees que estemos haciendo esto bien?

—No tengo idea. Pero no estamos solos.

—Gracias por estar, Joseph. Sé que no es fácil. Esto no es como los conciertos, ni los fans ni la gira.

Joseph le besó la frente.

—Es mejor. Porque esto no es fama, es amor de verdad.

—Cursi.

—Lo sé.

Ambos rieron mientras la abuela gritaba desde la sala:

—¡Se acabó la leche! ¿Quién va al colmado?

Joseph suspiró.
—Te amo, pero tu familia me va a matar.

—Te amo también. Pero sobrevivirás.

Y en ese instante, el llanto sincronizado de los dos bebés sonó desde el dormitorio.

—O tal vez no —murmuró Joseph, levantándose con resignación heroica.

Capítulo 280 – “Demasiado Perfecto Para Dejarlo En Paz”

Era temprano cuando Alex llamó. No era un mensaje, no era una nota de voz: una llamada directa. Y cuando Alex llamaba así, significaba que algo se había salido del guión.

—¿Dime? —dijo Joseph con voz ronca desde la cocina, mientras Lili dormía con uno de los bebés sobre su pecho.

—Revisa tu correo. La corte de República Dominicana acaba de admitir formalmente la demanda por difamación, manipulación mediática, y atentado contra la integridad física. Kaori está en la mira.

Joseph se quedó en silencio.

—¿Oficial?

—Oficial. El registro legal de “Susurros a la Distancia” firmado por Zess fue clave. El equipo legal lo presentó junto al video de la caída de Lili y el historial médico. Ahora no hay vuelta atrás.

—¿Y ella ya sabe?

—Probablemente ya la notificaron. Está en el país, no puede escapar tan fácil. Pero eso no es todo...

—¿Qué más?

Alex dudó.
—Filtraron las fotos.

—¿Qué fotos?

—Fotos tuyas, de Lili y de los bebés... las que me mandaste el otro día para el álbum privado.

Joseph apretó la mandíbula.

—¿Quién?

—Estamos investigando, pero parece que alguien dentro del equipo de edición las sacó. En menos de media hora, están en todos lados. Redes, portales, titulares...

Joseph cerró los ojos.
—Carajo...

—Y no son fotos cualquiera, bro. Son jodidamente hermosas. Familia perfecta. Lili despeinada en la cama con Liney dormida en el pecho. Tú con Leilad cargado en el hombro. Están vendiendo la imagen como "La familia Tamashi".
Es viral. Se está volviendo tendencia.

—¿Y Lili?

—No le he dicho nada.

—No le digas nada. Yo lo haré.


Mientras tanto, Lili...

Estaba en la sala, sosteniendo la botellita de Liney cuando comenzó a llegarle una oleada de notificaciones. El viejo canal donde hacía streams, su cuenta personal de artista, y hasta el perfil inactivo del dueto con Joseph: todo estaba explotando.

Abrió uno.

Y allí estaban.
Ellos cuatro.
El título decía: “Después de tanto caos... la paz de los Tamashi.”

Sintió un vuelco en el estómago.

Joseph apareció detrás, con cara de susto y café en mano.

—Vi las fotos... —murmuró ella.

—No era la idea. Las tenía guardadas. Para nosotros.

—Ya lo sé. Pero... me veo feliz. No me veo rota.

—Porque no lo estás.

—A veces me siento como si lo estuviera.

Joseph se sentó a su lado.

—Si quieres que Alex las baje, lo hago.

—¿Y que todos piensen que es por vergüenza? ¿Por culpa?

Lili respiró hondo.

—Déjalas. El mundo siempre va a hablar. Hoy al menos, que hablen de algo real.


Las propuestas

No pasó ni un día y las marcas comenzaron a llamar.

Pañales, leche infantil, empresas de fotografía, canales de televisión.
“Queremos hacer una entrevista exclusiva.”
“Una sesión de portada.”
“Una colaboración con una marca de ropa de bebé.”

Anyu, que estaba en la cocina, soltó un gruñido cuando vio los correos.

—¿Qué creen que son? ¿Dos influencers y sus accesorios recién nacidos? ¡Coño, son personas! ¡Están pasando por un proceso real! ¡Que se vayan al carajo!

—Gracias, Anyu —dijo Lili con una media sonrisa.

—¿Qué vas a hacer?

—Nada. Como dije antes. No patrocinadores. No marcas. No entrevistas. Que hablen lo que quieran.

Joseph apoyó su mano sobre la de ella.

—Y si un día quieres hacerlo, que sea porque tú lo decides, no porque el escándalo nos hizo famosos otra vez.

Lili lo miró.
—¿Nos?

—Sí. Somos un paquete. Llorones y todo.

Ambos rieron, hasta que el llanto sincronizado de los mellizos se escuchó desde la otra habitación.

—Hablando de paquetes...

—Yo cambio los pañales —dijo Joseph levantándose como héroe de guerra.

—Yo doy la leche —dijo Lili.

—Y yo hago el café —gritó Anyu—. Porque alguien en esta casa tiene que tener energía para seguir mandando gente al diablo.


Mientras tanto… en un penthouse de hotel

Kaori caminaba de un lado a otro. Miraba la tablet donde se mostraban los trending topics.

#LiliYJoseph
#FamiliaTamashi
#BebésDeLuz
#LaCaídaDeKaori

Frunció los labios.
Su asistente le preguntó:

—¿Y ahora qué hacemos?

Kaori apretó la pantalla hasta casi romperla.

—Los quieren. Pero... el mundo olvida rápido.
Ya verás.
Pronto... todo cambiará.