SUSURRO A LA DISTANCIA CAPITULO 1-10
El celular vibró con suavidad sobre la mesa de noche. Una notificación de Youtube apareció en la pantalla:
“LiliSaito ha comenzado una transmisión en vivo.”
Joseph, acostado en su cama, giró lentamente para alcanzarlo. Era tarde, casi la medianoche, pero no tenía sueño. Esa hora en la que el mundo se apaga, pero su mente despierta. Hacía meses que no dejaba de ver los lives de esa chica dominicana de acento dulce y risa contagiosa. No la conocía realmente, pero su rostro se había vuelto familiar, casi necesario.
Sin pensarlo demasiado, se unió al directo.
—¡Hola a todos! —saludó Lili desde una habitación iluminada con luces cálidas—. Hoy me dio con cantar un poquito, ¿quién se queda conmigo un rato?
Joseph sonrió. Su voz lo envolvía como una canción de cuna. No tenía miles de espectadores, solo unos cuantos fieles que comentaban con entusiasmo. A Joseph le gustaba eso: lo íntimo, lo cercano.
Escribió en el chat:
“Siempre es un buen día si cantas tú.”
Lili se detuvo un segundo, leyó el mensaje y soltó una risita.
—Joseph_507… tú otra vez por aquí. Ya eres de la casa, ¿eh?
Él sintió cómo el corazón le dio un pequeño vuelco. Era la primera vez que decía su nombre en voz alta.
Después de la canción, siguió hablando con los pocos que quedaban conectados. Y cuando todo terminó, ella mandó un mensaje privado en insragram
Lili: Gracias por estar siempre. ¿De verdad eres de Panamá?
Joseph: Sí. Y tú, ¿de verdad cantas así de bonito todos los días en Dominicana?
La conversación continuó. Palabra tras palabra, se tejía un hilo invisible entre dos islas de vida separadas por el mar. Hablaron de música, de comida típica, de lo difícil que es confiar en alguien hoy en día, de lo raro que es encontrar conexiones reales en internet. Pero algo en ellos encajaba, como dos piezas de un mismo rompecabezas lanzadas al azar en el universo digital.
Esa noche no durmieron.
Al amanecer, Joseph le envió una nota de voz. Su voz ronca, tímida.
—No sé qué soy, si fan o seguidor ni sé si debería decir esto. Pero… me gusta como cantas Aunque solo te vea por una pantalla.
Del otro lado, Lili lo escuchó en silencio. El sol comenzaba a colarse entre las cortinas de su cuarto, tiñendo todo de oro. Apretó el celular contra su pecho y cerró los ojos.
Y en ese instante supo que estaba feliz.
Capítulo 2: Cuando la sonrisa se apaga
La notificación apareció puntual, como cada noche:
“LiliSaito ha comenzado una transmisión en vivo.”
Pero algo estaba distinto.
Joseph, sentado frente a su laptop con audífonos puestos, notó el cambio en cuanto su imagen apareció.
No había música de fondo, ni luces coloridas en su habitación. Solo ella, envuelta en una sudadera holgada,
con el cabello recogido sin esfuerzo, y los ojos… apagados.
—Hola… —dijo con una voz baja, casi un susurro—. Hoy no voy a cantar.
Hubo un silencio incómodo. El chat se llenó de mensajes: "¿Estás bien?" "¿Pasó algo, Lili?" "Te ves cansada".
Joseph escribió con rapidez:
“Si solo quieres hablar, aquí estoy. No tienes que fingir.”
Lili miró la pantalla. No sonrió como de costumbre. Bajó la mirada. Se notaba que luchaba entre hablar o callar.
—A veces… siento que si no estoy feliz, no valgo nada. Que si no sonrío, nadie se queda —
dijo, con la voz temblando.
El corazón de Joseph se encogió. La pantalla nunca se sintió tan delgada, tan injustamente fría.
—Hoy discutí con mi mamá —continuó—. Fue por una tontería. Pero…
ella me dijo que esto de los streams no es real. Que cantar para desconocidos no es futuro.
Que nadie me toma en serio.
Se quedó callada unos segundos. Joseph notó que sus ojos brillaban, pero ella no dejaba caer las lágrimas.
—Y tal vez tenga razón —añadió—. Porque cuando apago esta cámara, me siento sola.
Como si no importara lo que hago.
El silencio se apoderó del stream. Pocos sabían qué escribir. Algunos mandaban corazones.
Otros simplemente salían.
Joseph tecleó con cuidado. No quería sonar como un fan.
Quería que supiera que él veía más allá de la pantalla.
“Lili, tú importas incluso cuando no sonríes. A veces, solo necesitamos que alguien nos vea de verdad,
no solo cuando estamos bien, sino también cuando estamos rotos.”
Ella leyó. Esta vez, sí sonrió, aunque apenas. Se acomodó los audífonos y dijo:
—Gracias… Joseph. No sabía que necesitaba leer eso.
Y en ese momento, sin saberlo, Joseph se convirtió en su refugio silencioso.
No en un fan, no en un crush de internet.
En alguien que simplemente estaba ahí… cuando más se necesitaba.
Esa noche, no hablaron de amor.
Pero algo empezó a brotar, como una semilla que crece en tierra herida.
Capítulo 3: Desde este lado del mar
Joseph no pudo dormir.
La imagen de Lili con los ojos nublados seguía pegada en su mente como si no quisiera irse. No era la primera vez que la veía triste, pero sí la primera vez que dejaba de fingir que todo estaba bien frente a los demás.
Y eso… eso lo sacudió por dentro.
Cerró la laptop a las 2:48 de la madrugada, pero siguió despierto, tumbado en su cama, mirando el techo. Sentía una mezcla rara de impotencia y ternura. No sabía cómo explicarlo. Ella estaba allá, a cientos de kilómetros, al otro lado del mar, y aun así... algo en él quería estar allí, en su puerta, en su sala, con una taza de té caliente, solo para decirle que no estaba sola.
Se levantó al amanecer. El sol apenas se asomaba por las rendijas de su persiana. Fue directo al escritorio, abrió su cuaderno viejo de tapas rotas, ese donde escribía desde que tenía doce. Y sin pensarlo, comenzó a escribir:
"Hay personas que solo vemos a través de una pantalla.
Personas que no tocamos, pero que sentimos. Personas que no conocemos en la vida real,
pero que logran que todo lo demás se sienta más real."
"Lili no sabe que su tristeza me tocó más que cualquier canción.
Que su voz bajita me hizo sentir más cerca que nunca.
Que su silencio me gritó cosas que ni ella sabe que está diciendo."
Cerró el cuaderno con fuerza, como si eso pudiera detener lo que ya empezaba a crecer dentro de él. Porque sabía lo que era. Y sabía lo complicado que podía volverse. Pero también sabía que lo auténtico no siempre venía fácil.
Ese día fue al trabajo como un zombi. Joseph era técnico de sonido en un estudio modesto, ayudaba a montar pistas para artistas locales.
Mientras los demás hablaban de reggaetón, promociones y lanzamientos, él solo pensaba en el sonido de la voz de Lili, en cómo se quebraba al final de cada palabra anoche.
Al caer la tarde, revisó Instagram.
Ella no había subido nada nuevo. Ni stories. Ni publicaciones.
Ni siquiera una reacción a sus mensajes.
Un pequeño nudo le apretó el estómago entonces. Le escribió:
“No te voy a preguntar si estás bien.
Solo quiero decirte que aquí estoy, si quieres hablar. Si no quieres, también.”
No hubo respuesta.
Horas más tarde, una nota de voz. Solo ocho segundos. Su voz, ronca y cansada:
—Gracias, Joseph. Hoy necesitaba saber que alguien, en algún lugar… se quedó.
Él la reprodujo tres veces. Luego se quedó viéndola.
Su foto de perfil era una imagen desenfocada, un atardecer en la playa.
¿Y si esto no es nada para ella?
¿Y si yo solo soy otro nombre entre tantos que le escriben?
Pero algo en su pecho lo contradecía.
Porque no era solo lo que ella decía, era cómo lo decía. Cómo decía su nombre. Cómo pausaba antes de contestarle. Cómo no fingía con él.
Y entonces, en una nota de voz que le tomó coraje grabar, le respondió:
—Tú no me conoces. Pero te veo. Y no hablo de la pantalla. Hablo de ti.
Y no quiero que creas que solo me quedo porque me gustas o porque cantas bonito.
Me quedo porque tu tristeza me importa. Porque me importas tú.
Después de enviarla, apagó el teléfono.
Y se dejó caer en la cama.
Exhausto. Vulnerable. Con el sueño del dia anterior
Esa noche, soñó con el mar.
Con una orilla distinta a la suya.Con una chica de cabello alborotado y ojos grandes, esperándolo.
No para cantarle, no para entretener.
pero le sonreía a el.
Capítulo 4: Lo que no se muestra
Lili despertó tarde. El cuarto estaba en silencio, salvo por el ventilador viejo que giraba perezosamente en el techo. El celular estaba donde lo había dejado anoche, boca abajo, cargando.
Lo agarró sin muchas ganas y revisó las notificaciones. Solo una le importaba.
Joseph le había mandado una nota de voz.
Se quedó mirándola por largos segundos antes de reproducirla. Sabía que si lo hacía, algo dentro de ella se rompería más de lo que ya estaba.
Pero lo hizo.
—Tú no me conoces. Pero te veo. Y no hablo de la pantalla. Hablo de ti. Y no quiero que creas que solo me quedo porque me gustas o porque cantas bonito. Me quedo porque tu tristeza me importa. Porque me importas tú.
No lloró. No enseguida.
Primero sonrió. De esa forma triste, pequeña, que nadie ve en los directos.
Esa sonrisa que uno se permite solo cuando está sola en su cuarto, sin filtros, sin luces cálidas de fondo.
Se llevó la mano al pecho. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba sola del todo.
Joseph no era solo un seguidor más. Era alguien que se quedaba.
Y eso… eso la asustaba más de lo que la aliviaba.
Porque quedarse significaba ver las partes feas. Las que no se publican. Las que no se cantan.
Y ella no estaba segura de querer mostrar eso. No otra vez.
Pasó el resto del día con el celular en la mano.
Escribía respuestas, las borraba. Grababa notas de voz, las cancelaba.
Hasta que decidió hacer lo único que sabía hacer: escribir.
Le envió un mensaje corto:
“Tu voz fue el único refugio que no me hizo sentir culpable por no sonreír.”
Joseph le respondió con un simple emoji: un corazón azul. Tranquilo. Sincero. Sin presión.
Esa noche no hizo stream. Pero abrió una nota de voz de su archivo personal. Grabó solo para ella.
Y dijo:
—Hay una parte de mí que aún se culpa por lo que pasó.
Por no haber sido suficiente. Por haberlo dejado solo. Por no haber contestado esa última llamada. Tal vez por eso evito sentirme querida. Porque sé lo fácil que es perder a alguien…
incluso cuando prometen quedarse.
Cerró la nota. Se abrazó las rodillas. Y por fin dejó que las lágrimas salieran.
Hace exactamente cinco años, su hermano mayor había tenido un accidente y había muerto
Era músico, igual que ella. Había sido su mayor apoyo, su compañero de canciones, su escudo frente al mundo.
La última vez que lo vio con vida, discutieron.
Él le pidió que cantaran juntos esa noche. Ella le dijo que estaba cansada. Que mejor mañana.
Ese mañana nunca llegó.
Desde entonces, Lili cantaba como si fuera una promesa. Como si al hacerlo, pudiera mantenerlo vivo.
Pero había días —como el de ayer— en que ni siquiera la música podía salvarla de sí misma.
Y sin embargo, Joseph había estado ahí. Sin exigir. Sin preguntar.
Solo... estando.
Y esa presencia invisible comenzaba a cambiar algo dentro de ella.
Capítulo 5: Algo que no se dice
Joseph se quedó mirando la pantalla durante varios minutos, incluso después de haber enviado el corazón azul.
No era mucho. Pero sabía que, en ciertos momentos, los gestos pequeños decían más que las palabras largas.
Desde el stream de hace dos noches, Lili ya no había vuelto a transmitir.
No había historias, ni publicaciones nuevas.
Pero tampoco había desaparecido del todo.
Sus mensajes breves, silenciosos, como quien camina de puntillas para no romper algo frágil, seguían llegando.
Y él los leía con una mezcla de ansiedad y ternura.
Sentía que estaba entrando a un espacio donde no debía hacer ruido.
Donde cada palabra tenía que pensarse dos veces.
Porque algo en ella... algo estaba roto.
Y él no quería ser quien empujara los pedazos.
En el estudio, Joseph no era el mismo desde hace días.
Editaba mal. Se perdía entre los compases.
Hasta su compañero, Alex, lo notó.
—¿Tú estás raro, bro? ¿Todo bien?
Joseph solo sonrió. No iba a explicarlo. Nadie entendía ese tipo de conexiones cuando no eran "reales".
Pero esto sí era real.
Real era el silencio entre los mensajes.
Real era la forma en que ella decía su nombre, como si solo con él pudiera bajar la guardia.
Aquella noche, se sentó frente a su laptop. No para esperar un stream, sino para abrir su galería de videos.
Había grabado algunos de los lives anteriores de Lili, sin decírselo a nadie. No por fanatismo.
Por miedo a perder esa voz si un día ella dejaba de aparecer.
Reprodujo uno al azar.
Era un directo de hacía dos semanas. Lili estaba sonriendo, bailando un merengue suave mientras
hablaba con el chat.
Pero Joseph notó algo que antes se le había pasado: la sonrisa de sus labios no llegaba a sus ojos.
Había una grieta en su risa, una pausa demasiado larga entre palabras.
Y en un momento, cuando creyó que nadie la veía, bajó la mirada y respiró hondo.
Como quien se recompone. Como quien vuelve a ponerse la máscara.
Joseph pausó el video.
—Hay algo que no dices, Lili… —murmuró en voz baja—. Y no sé si me toca saberlo.
Pero quiero estar cuando lo digas.
Pensó en escribirle.
Pero no lo hizo.
Pensó en llamarla.
Pero tampoco lo hizo.
Solo fue a su estante, tomó su libreta de letras —la que siempre usaba cuando no sabía qué decir—
, y escribió:
"Quisiera que supieras que estoy aprendiendo a tener paciencia contigo.
Que no me iré aunque no hables, aunque no sonrías, aunque no estés.
Porque a veces el amor, o lo que sea que esto es, empieza con la simple decisión de quedarse...
sin exigir nada a cambio."
Cerró la libreta.
Abrió WhatsApp.
Y sin pensarlo demasiado, le mandó una nota de voz.
—No sé si hoy fue un día bueno o malo para ti. No quiero preguntar. Solo quería que supieras que aquí estoy,
sin prisa, sin presión… pero presente.
Y si algún día quieres hablar, cantar, gritar o solo respirar del otro lado de la línea...
estaré escuchando.
La envió.
Luego apagó la luz.
Y se recostó en la cama con el celular en el pecho, como si al hacerlo pudiera acercarse más a ella.
Capítulo 6: Lo que no se publica
Lili tenía los auriculares puestos. Acostada en su cama, rodeada por una oscuridad que ya se le había hecho costumbre, volvía a escuchar la nota de voz de Joseph.
—...estaré escuchando.
Esa frase, sencilla, la había sostenido durante todo el día.
Desde que su hermano murió, muchos habían desaparecido. Otros habían dicho lo correcto en el momento equivocado.
Joseph, en cambio, no prometía arreglarla. Solo se quedaba.
Y eso, para ella, era más de lo que sabía pedir.
Esa noche, se animó a responderle. Su voz era suave, como si cada palabra necesitara permiso para salir.
—Cuando tenía doce años, soñaba con ser cantante. Mi hermano me grababa con una cámara vieja y decía que un día yo iba a llenar escenarios…
Pero después de que se fue, cantar me dolía. Me hacía sentir culpable.
Me tomó casi un año volver a hacerlo frente a una cámara. A veces todavía siento que no lo hago para mí,
sino para él.
Silencio.
La nota terminó ahí. No pidió consuelo. No dio más contexto. Solo lo dejó caer, como quien se despoja de un peso.
Del otro lado del mar, Joseph se quedó en silencio largo rato antes de responder. El mensaje lo atravesó. No conocía la historia completa, pero sintió el vacío detrás de esas palabras. La soledad que no se grita.
Le contestó con calma, casi en susurro:
—Cuando mi papá estuvo un tiempo fuera de casa, tenía quince años.
Me dejó con un montón de instrumentos que nunca aprendí a tocar y un montón de silencios que sí aprendí a cargar.
Me tomó años entender que a veces uno no puede sanar con palabras, solo con presencia.
Gracias por confiarme lo tuyo, Lili. No te imaginas lo mucho que eso significa.
Ella escuchó su voz sentada en el suelo, con la frente apoyada en las rodillas.
No respondió de inmediato. Solo dejó que el calor de sus palabras le llegara sin prisa.
Pasaron tres días así.
No había stream. No había videollamadas. Solo notas de voz, audios cortos, textos a deshoras.
Fragmentos de dos almas que empezaban a desvestirse sin tocarse.
Un día ella le escribió:
“Odio los domingos porque todo el mundo parece tener a alguien menos yo.”
Joseph respondió:
“Yo los amo porque tú me hablas más cuando todo está en silencio.”
Una tarde, Alex —su mejor amigo— se apareció en el estudio con dos cafés fríos y una mirada inquisitiva.
—¿Qué onda contigo? —dijo, dejándole la bebida sobre la consola—. Estás más pensativo que de costumbre.
¿Es por ella?
Joseph no fingió.
Solo se apoyó en la silla y miró hacia el techo.
—Es… distinto. No sé cómo explicarlo. No es que me guste físicamente, aunque sí, es hermosa.
Es más como… sentir que alguien te ve. ¿Sabes? Que ve cosas de ti que tú mismo habías dejado de mirar.
Alex lo observó en silencio. Luego asintió.
—Entonces guárdala. No la empujes. No la presiones. Pero si algún día ella te abre la puerta… no dudes.
Joseph no respondió. Solo pensó en ella.
En su voz. En su tristeza.
En cómo, sin quererlo, se había convertido en el rincón donde ella se refugiaba.
Esa noche, Lili le mandó un mensaje sin previo aviso.
“Si algún día vienes a República Dominicana, hay un lugar que quiero mostrarte. Está frente al mar. Mi hermano y yo íbamos allí cuando queríamos callar al mundo.”
Joseph leyó ese mensaje tres veces.
No era una invitación directa.
Tampoco una confesión.
Pero era un símbolo.
Una puerta entreabierta.
Y él, desde su lado del mar, decidió no empujarla. Solo sentarse frente a ella... y esperar.Capítulo 7: Cara a cara, corazón a corazón
El reloj marcaba las 11:42 p.m. en Panamá. Joseph ya estaba en su habitación, el celular apoyado en su pecho, con la pantalla aún encendida. Había estado escuchando una lista de reproducción aleatoria mientras revisaba mensajes, cuando una canción familiar comenzó a sonar:
🎶 “Fix You” – Coldplay.
Sus dedos se detuvieron. Cerró los ojos.
Esa canción. Esa maldita canción.
La misma que su madre solía poner en la sala cuando su padre se fue. La que sonó una noche en que pensó que no iba a salir del hueco emocional.
La canción que, sin saber por qué, lo hacía pensar en Lili.
En cómo quería arreglarla, aunque no pudiera.
En cómo ella ya lo había empezado a arreglar a él, sin proponérselo.
Al mismo tiempo, en Santo Domingo, Lili estaba tumbada en su cama, navegando por YouTube. Recomendado. Recomendado. Hasta que apareció un video titulado:
"Cuando alguien te salva sin saberlo".
Curiosa, lo abrió.
Era un montaje de clips de personas contando cómo extraños les habían cambiado la vida con pequeños gestos. Música instrumental suave de fondo. Una frase resonó:
“A veces el alma reconoce primero lo que el cuerpo aún no puede tocar.”
Y sin pensarlo, lo buscó en WhatsApp. Escribió:
Lili: ¿Estás despierto?
Joseph respondió de inmediato.
Joseph: Siempre para ti.
Dudó. Escribió. Borró. Escribió de nuevo.
Lili: ¿Puedo verte? No para hablar. Solo… para saber que eres y no un señor de unos 40 años, osea ya sabes la regla de la red, es solo que me da miedo que lo que estoy sintiendo sea con una persona jugando a ser comprensivo.
Él tardó dos segundos.
Y respondió con una videollamada.
La pantalla se cargó lentamente.
Primero el sonido. Luego el rostro.
Ahí estaba Lili, sin filtros. Sin luces. Solo ella, con los ojos húmedos y el cabello desordenado.
Joseph no dijo nada.
Solo sonrió.
Ella alzó la mano y saludó tímidamente, como si no supiera qué hacer con el temblor de sus dedos.
—Hola… —susurró, bajito, como si no quisiera romper la magia.
Joseph asintió.
—Hola.
Y se quedaron así. Mirándose. Respirando.
No hablaron mucho. Solo se observaron. Ella bajaba la mirada, él sonreía con ternura. De vez en cuando, una frase breve:
—Te ves justo como te imaginaba —dijo ella, sonriendo sin saber que lloraba un poco.
—Y tú… te ves más real de lo que mi mente me dejó creer —respondió él.
Unos minutos después, ella dijo:
—Hoy es el cumpleaños de mi hermano.
Joseph no dijo nada. Solo cerró los ojos y asintió. Su respeto era silencioso.
—No quería estar sola —añadió ella.
—No lo estás —dijo él—. Y no lo estarás mientras yo exista de este lado del mar.
Estuvieron conectados más de una hora.
A veces hablando, a veces en silencio.
Ella acariciando su almohada.
Él jugando con una pulsera tejida de color azul.
Ambos… sintiéndose vistos por fin, sin necesidad de explicarlo todo.
Y cuando la llamada terminó, ya de madrugada, Joseph escribió una nota en su libreta:
"Hoy no solo la vi. Hoy creí en ella."
Y Lili, antes de dormir, murmuró al techo:
—Gracias por quedarte.
Capítulo 8: Lo que se empieza a notar
Lili no había dormido mucho, pero despertó con una energía distinta. Su reflejo en el espejo todavía mostraba ojos cansados, pero algo en su mirada había cambiado.
Había una luz nueva.
Después de semanas de esconder su tristeza, se había permitido sentir algo más que vacío.
Y lo había hecho delante de alguien.
No frente a una cámara.
No para entretener.
Sino simplemente para ser.
—¿Qué estás escondiendo? —preguntó Anyu, su mejor amiga, apenas la vio llegar al café donde solían desayunar.
—¿Yo? Nada.
—Lili, te conozco desde el colegio. Tú vienes con esa cara de
"tengo un secreto y no lo quiero contar pero sí" —dijo riéndose mientras se quitaba las gafas de sol—. Suéltalo.
Lili dudó. Luego apoyó el celular en la mesa y lo giró hacia ella.
Una captura de pantalla.
Joseph, con el cabello despeinado, sonriendo tímidamente a la cámara durante la videollamada.
Anyu se quedó boquiabierta.
—¿Éste es…?
—Sí —dijo ella, bajando la mirada—. Joseph.
—¿Y eso fue cuándo?
—Anoche.
Anyu se inclinó hacia adelante, más seria ahora.
—Lili… ¿lo quieres?
Lili tragó saliva. No sabía cómo responder.
Pero no hacía falta.
—No necesitas decirlo —dijo Anyu, suavemente—. Ya se nota. Se te nota. Nunca te habías reído como lo hiciste hoy, no desde… ya sabes.
Lili asintió. No hacía falta nombrarlo. El nombre de su hermano flotaba en el aire como un recuerdo sagrado.
—No sé qué está pasando, Anyu. No sé si esto es real.
Pero por primera vez en mucho tiempo, me siento viva. Y eso me asusta tanto como me emociona.
Del otro lado del mar, en Panamá, Joseph llegaba tarde al estudio.
Entró con una sonrisa tan amplia que Alex lo miró con sospecha.
—¿Tú te drogaste o estás enamorado?
—¿No pueden ser las dos? —bromeó Joseph, dejando su mochila en una silla.
—Mierda… fue con ella, ¿verdad? ¿Hablaron?
Joseph se dejó caer en el sillón, exhalando profundamente.
—La vi, Alex. Hicimos videollamada. No fue planeado. No fue romántico.
Pero fue…Tan real que ahora todo lo demás me parece de mentira.
Alex se cruzó de brazos, analizando.
—Bro, tienes la cabeza metida hasta el cuello. ¿Y qué vas a hacer?
—Nada. No puedo presionar. Pero tampoco puedo ignorarlo. Estoy jodidamente en el medio.
Alex le dio una palmada en el hombro.
—Entonces mantente ahí. En ese medio. A veces, el amor empieza justo ahí: entre el miedo y las ganas.
Joseph se quedó pensando. No respondió.
Solo sacó su celular y volvió a mirar la imagen de ella en la pantalla.
Esa mirada. Esa voz temblorosa.
Ese momento en que, por primera vez, no se sintieron tan lejos.
Esa noche, Lili subió una historia a Instagram:
Un audio instrumental suave y la frase:
“Gracias por quedarte, incluso cuando no sabías lo que me dolía.”
Joseph no le respondió públicamente. Solo mandó un mensaje privado:
“Aquí sigo. No solo quedándome… también caminando a tu ritmo.”
Capítulo 9: Luz encendida
El anillo de luz volvió a encenderse.
Lili se miró en la cámara antes de iniciar el directo. Respiró hondo. No llevaba maquillaje, ni filtros.
Solo ella, con su voz de siempre, su cabello suelto y el corazón latiendo con fuerza.
Había pasado casi una semana desde su última transmisión.
Una semana de preguntas, mensajes, ausencias notadas.
Y ahora estaba lista para volver.
No porque todo estuviera bien.
Sino porque había encontrado una razón para no rendirse.
Pulsó “Transmitir en vivo”.
La pantalla se iluminó y, en cuestión de segundos, los primeros nombres comenzaron a aparecer en el chat.
Corazones, saludos, emojis.
Y entre ellos, uno que hizo que su pecho se apretara con dulzura:
Joseph_507 ha entrado a la transmisión.
—Hola a todos —comenzó, con voz suave—. Hace días que no estoy por aquí, y…
supongo que merecen una explicación.
El chat estalló de mensajes preocupados:
“¿Estás bien?”
“Te extrañamos”
“Nos tenías con el corazón en la mano”.
Lili sonrió, bajando la mirada un instante. Luego levantó la vista y miró directo a la cámara.
—He tenido días difíciles. Perdí a alguien que amaba mucho, y aunque ya pasó cinco años…
el dolor a veces regresa sin avisar. Me desconecté porque sentí que ya no tenía nada lindo que darles.
Se hizo un breve silencio. Solo los comentarios suaves llenaban el espacio.
—Pero me di cuenta de algo: no tengo que estar bien para estar aquí. No tengo que estar feliz todo el tiempo.
A veces solo basta con ser sincera. Y ustedes… ustedes me han hecho sentir que eso también vale.
Tomó la guitarra y la colocó sobre sus piernas.
—Esta canción es la que cantaba con él. Pero hoy… hoy quiero cantarla por mí.
Y por todos los que alguna vez sintieron que se rompían por dentro y aun así decidieron quedarse.
Y cantó.
La voz de Lili era temblorosa al inicio, pero a cada verso se hacía más firme. Más viva. Más suya.
Y aunque no lo veía, Joseph, desde su habitación en Panamá, tenía los ojos llenos de lágrimas.
No solo por la canción.
Sino porque sabía cuánto le costaba estar ahí… y aun así lo estaba haciendo.
Cuando terminó, el chat explotó en aplausos virtuales.
Y justo antes de cerrar, Lili miró la pantalla y dijo, sin nombrarlo:
—Gracias… a quien supo quedarse en silencio cuando más lo necesitaba.
A ti, que me hiciste volver a encender la luz.
Joseph envió un solo mensaje:
“Estoy aquí. Siempre.”
Y Lili, por primera vez en mucho tiempo, se sintió orgullosa de haberse mostrado tal como era:
no como la chica que siempre ríe,
sino como la mujer que aprendió a llorar sin esconderse…
y aun así, seguir cantando.
Capítulo 10: Como si el mar no existiera
—Ok, no me juzgues —dijo Lili entre risas mientras mostraba su cena por videollamada—.
Me hice mangú, huevo frito y salami. Casi me exploto la cocina, pero lo logré.
Joseph se echó hacia atrás, riendo desde su cama.
—¡Eso es un clásico dominicano! Yo te respeto. Aunque…
yo me fui más tradicional: arroz, poroto y bistec panameño. Nivel abuela.
Lili se rió. Esa risa suave que había vuelto a aparecer después de muchos días.
Estaban en videollamada desde hacía casi una hora, pero parecía que el tiempo se detenía cuando hablaban.
Era su primera "cita virtual oficial", como la llamaron en broma.
Habían acordado verse a las 8:00 p.m. de ambos países, comer algo "casero" y ver juntos una película,
cada uno en su dispositivo.
No era algo grande.
Pero lo sentían como si estuvieran cruzando océanos.
—¿Qué película te provoca? —preguntó él.
—Algo tranquilo. Nada que me haga llorar, ¿sí?
Joseph buscó entre opciones y murmuró:
—Entonces descartamos "Your Name" —bromeó, y Lili le lanzó una mirada de terror fingida.
—¡Te atreves y me desconecto!
—Tranquila, tranquila. Pongamos algo romántico, pero tierno. Como… "La La Land".
Ella dudó un momento.
—Nunca la he visto completa.
—¿En serio? Perfecto. Hoy es la noche.
Ambos dieron play al mismo tiempo, con audífonos puestos pero cámara encendida.
A veces hablaban durante la peli. A veces solo se miraban.
Había algo reconfortante en la simple presencia del otro en la pantalla.
En una escena especialmente melancólica, Lili giró el rostro y lo miró.
Joseph ya la estaba mirando.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—A veces… se siente como si estuvieras aquí. Como si el mar no existiera.
Joseph sonrió con dulzura.
—Y a veces, yo olvido que nunca te he tocado.
Porque cada vez que me hablas, siento que ya te tengo cerca.
Se quedaron callados unos segundos.
No era necesario decir más.
Cuando la película terminó, ambos seguían conectados.
Lili apoyó la cabeza en su almohada, aún con la cámara encendida.
—¿Puedo quedarme así contigo un rato? Aunque no digamos nada.
—Claro. El silencio también es compañía —respondió él.
Y así se quedaron.
Dos pantallas encendidas.
Dos almas que habían encontrado una forma de acortar la distancia.
Esa noche, Lili durmió con la videollamada aún abierta, el rostro de Joseph iluminando su cuarto.
Y Joseph, desde Panamá, se quedó despierto unos minutos más, viéndola dormir.
—Buenas noches, Lili —susurró—. Buenas noches, amor del otro lado del mar.